¿Cómo saber si las mujeres saben que mienten al afirmar que tienen pocas parejas sexuales, si mienten a propósito para después creer la mentira, o si opera una especie de amnesia de género? ¿Y por qué los hombres sienten que deben mentir exagerando el número de sus conquistas?
Hay algunos lugares comunes que nomás no mueren ni hay cómo darles cran. Uno de ellos reza que, a lo largo de su vida, los hombres heterosexuales tienen más parejas que sus contrapartes femeninas. Lo hemos escuchado en conversaciones de café, en fiestas y lo hemos leído en incontables encuestas cuyos resultados se publican en periódicos y revistas. Y casi nadie levanta la ceja, cosa que todos deberíamos hacer porque según el doctor David Gale, profesor emérito de Matemáticas de la Universidad de California en Berkeley, resulta estadísticamente imposible.*
Existen, desde luego, algunos factores que podrían afectar lo que debería ser un empate estadístico, pero los matemáticos que han estudiado el fenómeno están de acuerdo en que éstos implicarían un desequilibrio mínimo. Que un hombre tenga muchas parejas sexuales cuando viaja a otro país, por ejemplo (éstas estarían fuera de la muestra), o si se contaran las veces que tuvieran relaciones con prostitutas (que de plano no son incluidas). El hecho esencial, sin embargo, permanece inmutable.
El doctor planteó el problema como un teorema a partir de la analogía de un baile escolar, donde para efectos prácticos, sólo bailan muchachos con muchachas. Después se pregunta a cada muchacha con cuántos muchachos bailó (pero no cuántas veces con cada uno). Se suman todos estos números, y dan la cantidad F. Se pregunta lo mismo a los muchachos, y esto da la cantidad M. Teorema: F=M. Prueba: Tanto F como M son iguales a P, la cantidad de parejas que bailaron juntos.
En una de las encuestas citadas [loc. cit.] se “halló” que los hombres tenían, en promedio, 12.7 parejas heterosexuales durante su vida, mientras que las mujeres, 6.5. En la otra encuesta, la relación era de siete a cuatro. El doctor Gale afirma categóricamente que esas encuestas son estadísticamente imposibles. Alguien —piensa— está mintiendo, probablemente todos. ¿Por qué? Nadie puede estar absolutamente seguro, pero lo más probable es que, al hacer cuentas de cuántas parejas tuvieron (no cuántas veces tuvieron relaciones con ellas), los hombres exageren hacia arriba, y las mujeres, hacia abajo.
Pero después de leer las encuestas y aún después de escuchar los razonamientos del matemático, no estaba yo del todo convencido de que las encuestas estuviesen mal. Sin saber nada de matemáticas y casi nada de estadística, me parecía una situación parecida a lo que cuenta Jorge Luis Borges cuando habla de Aquiles y la tortuga, o la flecha de Zenón. Los matemáticos —y sobre todo los estadísticos—, dada la oportunidad, serían capaces de convencernos de que somos nuestro propio abuelo. Me parece clarísimo que las mujeres suelen ser mucho más recatadas que los hombres a la hora de revelar detalles de su intimidad, aunque éstos sean puramente numéricos, pero no creo que sea para tanto.
Incluso los sociólogos y sexólogos que realizaron estas encuestas, enfrentados con la fórmula fría del matemático, confiesan que no entienden, y luego teorizan en el sentido expuesto anteriormente: los hombres suelen exagerar hacia arriba, y las mujeres, hacia abajo. ¿Pero casi el doble? El estereotipo se ha vuelto una especie de leyenda urbana tan universalmente aceptada como verdad incontrovertible, que de veras parece que el doctor Gale es el mentiroso. A mí no me convenció. “Aquí ha de haber un engaño”, me dije, pensando de nuevo en las meditaciones de Borges acerca de la tortuga que le gana a Aquiles a pesar de ser bastante más lenta que él, y de la flecha de Zenón que nunca llega a tocar el blanco. A partir de estas dudas, construí mi propio modelo matemático, basado en un tablero de ajedrez.
Las piezas negras eran hombres; las blancas, mujeres. Siguiendo el estereotipo, elegí los monarcas negros (ambos hombres para efectos de mi modelo) como los más promiscuos. Hice que tuvieran relaciones sexuales con 11 y 13 piezas blancas (mujeres), respectivamente. Los obispos serían un poco menos promiscuos (7 y 8 parejas), los caballos y torres, aún menos (3 y 4), y los peones serían monógamos: una sola pareja en toda su vida. Hoja Excel en pantalla, fui contabilizando cuántas parejas se hicieron. En total fueron 61, lo cual da un promedio de 3.8125 parejas sexuales en la vida de quienes habitaron mi tablero experimental.**
Luego rastreé los encuentros desde la perspectiva femenina (las piezas blancas). Aquí no importó ninguna jerarquía. La que más parejas sexuales tuvo fue la Reina Negra, seguida de la Torre de la Reina y el Peón (¿la peona?) de la Reina. Ninguna mujer tuvo sólo una pareja: la cantidad máxima fue de 6, y la mínima de 2. El promedio fue de… 3.8125, igual que para los hombres, pues fueron 61 parejas las que se formaron, y divididas entre 16, dan el mismo promedio.
El doctor Gale tiene la razón. Como se afirmaba al principio, puede haber factores que desequilibren las encuestas, como cuando —por ejemplo— un hombre o una mujer tiene una relación sexual con alguien fuera del grupo de muestra (en otro país o con alguien que cobre por el servicio), pero estos desequilibrios serían mínimos frente a la muestra mayor, casi nulos estadísticamente. En otras palabras, digan lo que digan, en promedio las mujeres tienen tantas parejas sexuales como los hombres. Tal vez algunas no tengan tantas como algunos hombres, pero tampoco se quedan tan cortas como sucede con los más apegados a la estricta monogamia, o con los más tímidos… En otras palabras: somos mentirosos y, como especie, la mujer es tan prolífica amorosamente como el hombre.* New York Times, domingo 12 de agosto de 2007, sec. Week in Review, Gina Kolata, “The Myth, the Math, the Sex”, pp. 1,3.
2 comentarios:
Hola Sandro: Ya vi que este mundo loco de los blogs no podía resultarte ajeno. Me pasé casi una hora dando vueltas por aquí y leyendo tu prosa tan amigable. Me falta la poesía, para la próxima.
Te dejo un abrazo en línea
Dino Rozenberg
Hola:
Sin duda alguna el problema de la exageración hacia arriba o hacia abajo corresponde a la necesidad de pertenencia. Es decir, si partimos de la idea de construccion de objetos sociales a partir de simbolismos, encontamos tanto el hombre y la mujer legitiman las estructuras occidentales de lo masculino y lo femenino.
Por lo tanto como todo buen hombre occidentalizado e inmerso en el mercado de la imagen, debe mentener su hegemonía y "Conquistar" (literalmente) el mayor numero de mujeres que les sea posible. Es decir, subalternizarlas.
Yo establezco la analogía con la época del siglo XV cuando los "hombres" modernos medían su poderío en función de las tierras "virgenes" conquistadas.
Miguel Angel Vega
UACM
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