viernes, 26 de septiembre de 2008

La aventura más grande









NO SÉ CUÁNTAS personas recuerden las primeras palabras que pudieron leer, la sensación que las invadió cuando lograron descifrar con ojos propios su primer poema, su primer cuento, su primera novela… Para casi todos esto ocurre en la infancia y primera juventud, pero la sensación de maravilla —de conquista— también ha de ser deliciosa para el adulto que por vez primera entra en el mundo de la lectura, donde todo es posible.

Recuerdo que estaría yo frisando los cinco años cuando me cayó el veinte: que juntando letras, se formaban palabras; que juntando palabras, se transmitían mensajes. No sé cómo habrá sido en realidad, pero según lo que tengo almacenado en la memoria, mi transición de no lector a lector asiduo no pudo haber tardado más que un par de semanas. Quería leerlo todo y me daba de topes contra muchas paredes porque la mayoría de los textos que me encontraba, no los entendía.

Aún recuerdo una escena en la cocina de mi casa en Elizabeth, New Jersey. Tendría cinco años. Intentaba descifrar un artículo de periódico, sin suerte. Nomás no comprendía. Vi una oración que hablaba de la palabra “-ing”. Así, con guion antes de las tres letras. Le pregunté a mi mamá —quien era maestra de escuela— qué significaba la palabra ing. Se rio de buena gana y me pidió que se la enseñara. Después me explicó que se trataba de una terminación que indicaba el tiempo progresivo, como en walking, running, singing. ¡Oh, maravilla! Descubrí que las palabras podían tener terminaciones que condicionaban y revelaban su uso y significado. Eso de leer se volvía cada vez más interesante

Ahora sé que el único obstáculo entre la ignorancia y la comprensión es el desconocimiento del significado de las palabras. Cuanto más términos entendamos y podamos emplear justamente, más podremos comprender la fenomenología del universo y expresar nuestro sentir y pensar. Los libros son la llave porque esperan pacientemente nuestra llegada, van a nuestro paso cuando los encontramos, se nos abren cuantas veces sea necesario y nos recomiendan a miles más para ir completando el panorama, que es —para decirlo pronto— infinito.

Habré caído muy gordo a mis compañeros de clase en la primaria porque en cuestión de días leía de cabo a rabo los libros de lectura que nos entregaban. Y luego me aburría. Por eso pedía permiso de ir a la biblioteca, y de ahí sacaba todo: biografías de beisbolistas, novelas de aventuras, antologías de poesía (me encantaba la rima)… La primera novela que leí completa, la encontré en mi casa, al azar: To Kill a Mockingbird (“Matar un ruiseñor”), de Harper Lee. Tenía nueve años y fue la revelación más grande de mi vida. De ahí fui imparable, pero no selectivo. Ahora digo por fortuna, pues me enteraba de las cosas más raras y maravillosas, y nada académicas.

Creo que abandoné la niñez cuando leí Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, a los 12 años. Me cautivó a tal grado que tuve que leerlo dos veces seguidas. Cuando terminé de leer el último párrafo, simplemente volví al principio para empezar de nuevo, pero ahora para saber cómo le hizo el autor. Esto no volvió a ocurrir hasta que leí El rojo y el negro de Stendhal.

Pero, en realidad, lo más importante que descubrí fue que la niñez nunca se acaba si uno tiene la mente y los ojos abiertos. Yo sigo sintiendo la misma emoción cuando abro un libro, como siempre que inicio una nueva aventura.

martes, 23 de septiembre de 2008

Decadencia y caída de la antigua ciudad literaria

Leí este texto en el marco de la Feria Internaciona del Libro Universitario de la Universida Veracruzana en Xalapa, Veracruz, el sábado 20 de septiembre.


Para Magda Díaz, con agradecimiento

YA NOS HEMOS acostumbrado a vivir en un estado de confusión constante. Casi nada de lo que era normal hace 20 años lo es ahora, y nadie sabe qué será normal dentro de 20 años. Hace dos décadas Internet se escribía con mayúscula y poquísima gente sabía de qué se trataba. Sus orígenes datan de mediados de los años 60, cuando varios investigadores empezaron a proponer la creación de nodos de intercambio de información digital, o packet switching —el intercambio de paquetes o bloques de datos— de modo que información de calidad pudiera ser compartida simultáneamente entre diversos usuarios.[1] En 1969 se hizo realidad el ARPANET,[2] y tres años después ya existía el correo electrónico.

En 1977, mientras hacía mi maestría en la universidad de Rutgers en Nueva Jersey, empecé a usar esta red, sin darme cuenta cabal de que se trataba de eso, cuando el poeta, investigador y novelista —entonces argentino y después naturalizado mexicano, que en paz descanse— Luis Mario Schneider me pidió que lo ayudara a compilar la bibliografía completa de Octavio Paz. Debíamos trasladarnos al Departamento de Ciencias de la Computación, en Highland Park, en cuyo edificio central tenían una computadora gigantesca escondida donde nadie pudiera tocarla y echarla a perder.[3] Nosotros tecleábamos frente a unos monitores horrendos con letrita verde. No había acentos ni eñes ni nada por el estilo. Uno metía la información y luego podía pasar por el print out.

Cuando volví a encontrarme con la red, ya existía la computadora personal. El ARPANET ya se llamaba Internet y estábamos a la mitad de los 80. Uno podía accesar la red mediante sistemas de BBS, o bulletin board systems, manejados gratuitamente por entusiastas de la nueva tecnología. Ya desde entonces había precursores del chat actual, los foros de discusión, que también eran la simiente de los blogs. En aquellos foros se discutían temas muy variados, y cuando reinaba cierto decoro, uno podía aprender mucho de las polémicas que allí se desataban.

Pero en aquel entonces los módems eran muy lentos (1,200 y 2,400 baudios) y había que gastar una llamada telefónica para conectarse. Cuando había mucho ruido en línea, se perdía la conexión espontáneamente. Yo tuve mi primera dirección electrónica en un BBS que se llamba PiX —que era una red “entre cuates”—, por 1990, y luego me enteré de la empresa Spin, de Javier Matuk y Jorge Kobeh, una de pioneras de BBS profesionales, que apenas era empresa (de tan pequeña que era) y que más tarde, cuando ya era rentable, fue engullida por una de las grandes que llegó tarde al escenario y que buscaba comercializarlo todo.

Si bien es cierto que estuve entre los primeros usuarios nerds del internet en México en aquellos tiempos legendarios, es también verdad que estaba prácticamente solo entre los escritores que usaban el internet para comunicarse, enviar y recibir trabajos. Casi todos los entusiastas de aquel internet eran tecnófilos, gente que armaba computadoras en su tiempo libre, que manejaban de bits y bytes como nosotros hablábamos endecasílabos o puntos de vista. Que yo sepa, en aquel entonces sólo éramos Bernardo Ruiz, Mauricio-José Schwarz —quien ahora vive en Gijón, España—, Rafael Menjívar —quien se ha reubicado en su natal San Salvador— y José Rafael Calva, quien ahora descansa en paz tras una larga estadía en Washington, D.C., situación que lo movía a integrarse a todo aquello: la necesidad de estar en contacto con el terruño.

De mí se burlaban los demás escritores cada que podían. Me veían como si fuera marciano cuando les preguntaba si tenían correo electrónico. Insinuaban —o de plano afirmaban— que escribir en computadora era una manera de trivializar la literatura, de deshumanizarla, que ellos jamás harían eso, que se quedaban con sus fieles máquinas de escribir, eléctricas por supuesto. Estas críticas nunca me hicieron mella. Yo sólo sonreía y decía sí sí sí. Sabía muy bien que tarde o temprano se darían cuenta del tiempo que desperdiciaban pasando las cosas en limpio después de cada corrección, y haciendo copias fotostáticas.

La verdad es que no me integraba del todo al nuevo estilo de trabajo porque me chocaba tener que poner manualmente las tildes a mis artículos, traducciones y poemas. Pero muy pronto empezó a haber programas nativos que nos daban la posibilidad de escribir correctamente. Fui uno de los primeros compradores y usuarios de ProPalabras, por ejemplo. Luego llegaron programas gratuitos, como PC-Write, que también ofrecían caracteres propios del español. Después llegó WordPerfect y lo demás es historia.

Tardaron unos 20 años en popularizarse los blogs simplemente porque no había masa crítica. A fines de los 80 era excitante entrar a ver los catálogos de las bibliotecas conectadas a la red, pero no había mucho más que hacer. Éramos muy pocos. Las computadoras seguían siendo básicamente de caracteres sin nada de imágenes. La gente suele olvidar eso. Para que la PC se volviera amable para el usuario común, había que esperar velocidades de procesamiento muchísimo mayores. Para decirlo pronto, a pesar de que ya estaba todo para que pudiera haber blogs literarios —y de todo tipo—, la PC seguía siendo juguete de aquellos que se sentían cómodos con puras letras y números. Cada vez más escritores se convertían a la causa, con lo cual me sentía reivindicado, pero la principal vía de publicación seguía siendo el papel, el universo de los libros, periódicos y revistas (lo que llamaré de aquí en adelante, los LPR).

Con el advenimiento masivo de cableado de fibra óptica y las consecuentes bandas más anchas, aunado al siempre creciente poder de procesamiento, llegó el primer navegador gráfico, el ViolaWWW, en 1992, y luego Mosaico, en 1993,[4] programas que nos entregaban el internet en una forma más amable para quienes acostumbraban leer palabras acompañadas de imágenes… como en un periódico o revista. Al principio estos programas  eran francamente lentos y torpes, pero se les notaban las posibilidades. Los iniciados ya éramos expertos en mandar jpg y paquetes de imágenes en archivos zip, pero nos parecía sumamente atractivo poder combinar, simultáneamente, palabras e imágenes. ¿Pero quién iba a leer eso? Seguíamos siendo tres gatos. Tal vez cuatro…

De cinco años a la fecha la blogósfera se ha poblado como los fraccionamientos rodean a las grandes ciudades. Estas grandes ciudades son los libros, periódicos y revistas —los LPR— pero hay algunos fraccionamientos, es decir blogs e incluso portales, que rivalizan e incluso mejoran a las ciudades, que ya han entrado en cierta decadencia. Estamos precisamente en el momento cuando uno duda entre vivir en la ciudad o en los suburbios de la blogósfera, entre si debe vivir en una y visitar la otra, o viceversa.

Desde que empecé a publicar en periódicos y revistas en 1978, he sido ferviente defensor del papel de éstos en la vida cultural de México. Yo vivía, definitivamente, en la ciudad. Pero en mayo de 2007, con la sensación de que había más lectores potenciales fuera de las urbes literarias establecidas, que dentro, lancé el primero de mis dos blogs, la Caja Resonante. La respuesta fue avasalladora. Sentí que nunca había tenido tantos lectores, tanta retroalimentación.

Aun con mi compromiso de publicar un artículo semanalmente en Laberinto del periódico Milenio, desde entonces hasta hace poco, dedicaba aún más esfuerzo a dar salida a mis ideas —e incluso retomar escritos viejos para actualizarlos, mejorarlos o rebatirlos con nuevos puntos de vista— en mi blog. Y a partir de marzo de este año publico otro, Redacción sin Dolor, el cual —basado en mi experiencia como maestro y autor del libro homónimo—, trata exclusivamente de cómo hablamos y escribimos el idioma español. Así, cuando José Luis Martínez me avisó que me quitaba mi espacio en Laberinto (ya me había recortado a entregas catorcenales), ni me inmuté. Sabía que pronto iba a mudarme de manera definitiva a la blogósfera, y que sólo visitaría a la gran ciudad de vez en cuando. Por tantos compromisos que he tenido, debí espaciar drásticamente mi participación en la blogósfera, pero ahora podré volver con nuevos bríos y mejor ánimo.

Aquí en la blogósfera el aire está limpio, no hay tráfico y uno puede circular a sus anchas sin presiones ni temor de que lo secuestren o quieran vender una tarjeta de crédito, que es casi lo mismo. Se supone que en la gran ciudad literaria hay filtros sabios en todo lo que se publica, de modo que si compramos un libro, una revista o un periódico, vamos a encontrarnos con un producto de calidad. También se supone que la blogósfera es una especie de Dodge City, el Wild West de la literatura, donde lo mismo se publica basura que pensamiento serio y creación que realmente vale la pena, pero que es difícil hallar lo segundo, mientras que lo primero abunda. Esto no es cierto. Hay tanta basura en la gran ciudad como en la blogósfera. La diferencia está en que uno diseña su propia blogósfera, mientras que debe tragar camote si compró un libro que resultó un fraude, o si los suplementos se llenan de puros avances de editoriales españolas, que buscan publicidad gratis y enriquecerse a costillas de sus ex colonias.

En las grandes ciudades literarias actuales, la crítica brilla por su ausencia. En los 70, 80 y todavía en los 90, en cambio, había secciones enteras dedicadas a reseñas serias, no el copy dulzón que actualmente pasa por crítica literaria. Nos va un poco mejor en las revistas impresas, pero son pocas las independientes —y difíciles de conseguir—, y las de marca ya son comerciales y las regentean los mismos grupos antagónicos, un poco disfrazados, pero siguen creyéndose tan indispensables y divinos como los epígonos de Octavio Paz y Carlos Monsiváis en los años 70. La verdad, da risa la arrogancia de estos citadinos. Los blogueros les están comiendo el mandado, y aquéllos, ni en cuenta.

Si uno tiene tantita paciencia, muy pronto encontrará en la blogósfera páginas y páginas repletas de creación y crítica de primer nivel, sin la necesidad de jefes de redacción cansados, editores corruptos o compadres dispuestos a aguar la sopa de las ideas. Eso sí: uno debe formar su criterio, aprender a separar el trigo de la cizaña. Pero hay tanta cizaña allá, en la ciudad, como acá en las provincias blogosféricas.

La enorme ventaja del blog literario, frente a las publicaciones tradicionales, está en que el autor vuelve a estar en contacto con sus lectores. Nada hay más grato que recibir los comentarios inmediatos de alguien que se tomó la molestia de leer a uno. A veces pueden ser groseros, porque hay gente que aún no aprende modales, a decir gracias, con permiso y por favor. Piensan que las ideas viven independientemente de los seres humanos que las producen. Es fácil insultar a alguien que les resulta invisible, a quien no se conforma con el prejuicio de uno, y —además— por internet es gratis. Si estos maleducados quisieran insultar a un columnista de la ciudad literaria, tendrían que firmar con su nombre y poner su dirección postal. O, en su defecto, deberían comprar su propio espacio. Pero eso da mucha flojera.

Por otro lado, están todas aquellas personas de las cuales nunca sabemos nada. Gente de a pie que se topa —tal vez al azar o accidentalmente— con nuestros artículos, ensayos, poemas, cuentos o novelas, y con mucho respeto nos hace saber si le gustan o no, si está de acuerdo o no. Con frecuencia nos hacen recomendaciones de otras lecturas que han encontrado en la red, o en los LPR. Gracias a mi blog, me he reencontrado con antiguos alumnos y amigos de los cuales había perdido la pista.

Y gracias a mi blog estoy aquí, adonde vengo a conocer en persona —por primera vez— a Magda Díaz, cuyas Apostillas Literarias han sido una revelación. A diferencia de lo que ocurre en la gran ciudad literaria, la gente de la blogósfera suele ser muy generosa, abierta. Uno, en su blog, anuncia y comenta otros blogs que considera valiosos, que realmente aportan. Como no nos mueve la pecunia, la competencia se reduce a tratar de dar lo mejor de lo que uno tiene, de lo que uno es, y de compartirlo con todo aquel que tenga la paciencia de acercarse. Así, uno construye su propia red de lecturas y referencias, una red que va formándose y reformándose de manera constante. Y uno forma parte de esa red. Así, la blogósfera es un lugar realmente democrático. Sólo hace falta tener ideas y el deseo, amén de la capacidad, de expresarlas públicamente a fin de participar en un gran diálogo literario y artístico.

Nuestro contacto con los del otro mundo —el de los LPR— debe ser cordial e igualitario. Vamos a darles la oportunidad de volver a ponerse a la altura. Después de todo, somos liberales y de amplio criterio. No hay nada como un buen libro impreso que uno pueda llevarse a la cama a leer. No hay nada como degustar un poema o un cuento dentro de un libro bien impreso en papel de calidad. Y podemos atesorar nuestros libros en bibliotecas, donde estarán a salvo de los embates del tiempo, durante un buen rato por lo menos… Nada de esto está peleado con la inmediatez del convivio entre lectores y escritores. Las ideas mejoran y maduran gracias a ese diálogo, el estira y afloja de coincidencias y discrepancias. Esto es de agradecerse en un mundo con frecuencia hostil, donde hay que luchar constantemente contra el tráfico, la contaminación, la inseguridad y la falta de tiempo.

He descubierto que la mudanza a la blogósfera me ha limpiado un poco la cabeza. Así puedo volver al otro mundo, a los LPR, con mayor calma y goce. Es como el Centro Histórico sin esa plaga cancerosa de vendedores ambulantes. Regresamos para descubrir la belleza de aquellas calles, a disfrutar nuestra historia y a trazar un futuro que nunca nos habíamos imaginado. Las fronteras entre la gran ciudad literaria y los suburbios electrónico-digitales se están borrando. Se están retroalimentando. Nos estamos flexibilizando. Los blogs literarios deben llevar a los lectores de vuelta a los libros, y los libros deben estar nutriendo a la blogósfera diariamente. Estar en este momento de crisis, de cambio en fondo y forma, es nuestro privilegio. Bienvenidos al futuro.



[1]The Internet Society. “A Brief History of the Internet”. Barry M. Leiner, Vinton G. Cerf, David D. Clark, Robert E. Kahn, Leonard Kleinrock, Daniel C. Lynch, Jon Postel, Lawrence G. Roberts, Stephen Wolff. http://www.isoc.org/internet/history/brief. shtml. Revisión más reciente: 10 de dic. de 2003.

 

 

[2]Advanced Research Products Agency. El primer nodo fue creado en UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles. El segundo, el SRI, Stanford Research Institute. Se agregaron dos más ese año, 1969, para un total de cuatro nodos: la Universidad de California en Santa Barbara y la Universidad de Utah. Con rapidez, fueron agregándose más nodos. En octubre de 1972 el ARPANET tuvo su primera presentación pública, en la International Computer Communication Conferencia (ICCC), y también en 1972 se introdujo una nueva aplicación: el correo electrónico. Idem.

[3]Mi laptop actual, de menos de un kilo, tiene mucho más poder de cómputo que aquella gigante.

[4]“Mosaic”. Wikipedia. La Enciclopedia Libre. S/f. http://es.wikipedia.org/wiki/Mosaic