jueves, 4 de junio de 2009

Rubén Bonifaz Nuño: el hombre detrás de las letras


Antes que nada, una disculpa por no haber renovado este espacio en tantísimo tiempo. Para resarcir el daño, reproduzco el prólogo que escribí para un libro fundamental para comprender la poesía de Rubén Bonifaz Nuño y al hombre que escribió la poesía. Se trata de una extensa e intensa entrevista --duró cinco meses-- durante la cual el poeta reveló a la cronista, cuentista y novelista Josefina Estrada detalles importantes de su vida; hechos, personas y sucesos clave que iluminan los poemas desde La muerte del ángel hasta Calacas, y también sus libros invaluables que versan sobre la cultura indígena mesoamericana. Se titula De otro modo el hombre: retrato hablado de Rubén Bonifaz Nuño y lo edita hermosamente El Colegio Nacional. Puede conseguirse en las librerías Porrúa y los pocos lugares donde se vende aún literatura mexicana y latinoamericana en general.
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Rubén Bonifaz Nuño:
el hombre detrás de las letras

RUBÉN BONIFAZ NUÑO es uno de los poetas fundamentales del siglo XX en lengua española y, por ende, de la literatura universal. A pesar de que es un hombre accesible y de buen humor, pocas personas lo conocen bien porque ha dedicado su vida a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) —como funcionario y también como profesor— en perjuicio de su propia fama. Aunque siempre ha tenido amigos muy cercanos (en su juventud fueron Ricardo Garibay, Fausto Vega y Jorge Hernández Campos, y a partir de los 60 años, Carlos Montemayor, Bernardo Ruiz, René Avilés Fabila, Vicente Quirarte, Raúl Renán, Josefina Estrada —autora de esta larga y reveladora entrevista—, y hasta yo mismo me congratulo por tener el privilegio de serlo), nunca ha deseado fundar o ser parte de grupos literarios como los que tuvieron mucha influencia tras la consolidación de la revolución mexicana, y que vieron su máximo esplendor durante los años 70, 80 y parte de los 90, cuando epígonos de toda especie libraban verdaderas batallas de ninguneo y beatificación literaria desde las páginas de suplementos y revistas. Algo muy importante, sin embargo, podemos decir en favor de estas publicaciones, lo cual las justifica plenamente: se trataba de periodismo vivo donde sí se practicaba la crítica literaria y donde sí se podía hablar de literatura, política y hasta de política literaria sin cortapisas, actividad que actualmente se ha trasladado al ciberespacio como resultado de la anemia de la mayoría de las revistas y suplementos literarios que circulan hoy en día.

Rubén Bonifaz Nuño, a diferencia de muchos otros, siempre se ha llevado respetuosa y cordialmente con sus contemporáneos y mayores, pero nunca manifestó el deseo de participar en los banquetes del poder literario. Como consecuencia de su decisión de no participar en las guerras culturales, se mantuvo durante años a la sombra de otras figuras mucho menores. Más le importó fundar la moderna Imprenta Universitaria, una colección inigualada de literatura clásica —la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana—, el Instituto de Investigaciones Filológicas, seminarios dedicados al estudio de la antigua cultura mexicana y mucho más. En otras palabras, Bonifaz Nuño ha sido un hombre de trabajo, y como parte de ese trabajo ha escrito su vasta obra poética, de traducción y de investigación. Ahora, al cabo de más de 60 años de laborar amorosamente por el bien de la literatura, no debería sorprendernos la indiscutible calidad y solidez de su aporte y —al mismo tiempo y por desgracia— el que los jóvenes lo vean como una especie de monumento lejano e intocable.

Esto no ha sucedido por voluntad del poeta. Desde que lo conocí en 1980 porque coincidimos en un viaje a Nueva York para dar conferencias sobre literatura mexicana, Rubén Bonifaz Nuño ha sido uno de los hombres más abiertos, solidarios, francos y amables con los cuales he tenido el placer de convivir. En aquel entonces aún se movía sin mayores dificultades. No obstante, a partir de los años 80, el poeta empezó a perder la vista por una enfermedad congénita y progresiva, retinitis pigmentosa, la cual ha restringido cada vez más su libertad de movimiento. Por fortuna, todavía en los 80 y 90, haciendo grandes esfuerzos, aún pudo hacer numerosos viajes a los diferentes estados del país donde pudieron conocerlo, aunque fuera en una presentación o lectura pública, muchos cientos de jóvenes que ahora atesoran esa suerte.

De ahí el enorme valor de esta entrevista de la narradora Josefina Estrada, quien conoce a Bonifaz Nuño desde hace casi 30 años. Con él ha compartido mesas y viajes, chistes y chismes, alegrías y tristezas, como lo hacen todos los amigos que de veras lo son. Pero me consta que desde hace muchos años le ha preocupado a Estrada el que no se llegue a conocer la vida de Rubén, pues él siempre ha sido parco al hablar de sí mismo en público, amén de que ha dado poquísimas entrevistas —las mejores han sido de Marco Antonio Campos—, y en ellas suele hablar de literatura, casi nunca de sí mismo. ¿Cómo es posible —se preguntaba Josefina Estrada— que no sepamos casi nada de la biografía de uno de los grandes poetas del siglo XX?

Entrevistadora perspicaz, Estrada nos entrega una verdadera delicia, pues ha logrado que el poeta relate episodios clave de su infancia; habla de sus hermanos y hermanas, de sus padres; de las primeras lecturas, de sus años de primaria y secundaria, de sus maestros… Descubrimos al niño Rubén, tan tímido, maravillarse ante el heroísmo de personajes literarios que se convertirían, para él, en modelos de comportamiento que sigue hasta la fecha.

En estas páginas el poeta nos descubre cómo fue formándose su mundo espiritual, intelectual, literario y académico. Somos testigos de sus primeros encuentros con la poesía española y latinoamericana, de su deseo de dominar el oficio de poeta desde muy joven, de sus participaciones en los Juegos Florales de Aguascalientes y cómo conoció a Agustín Yáñez, quien lo apoyaría y cuyo lugar en la Academia Mexicana de la Lengua correspondiente a la Española Rubén ocuparía muchos años después.

Además, el poeta nos habla —creo que por vez primera— de momentos muy importantes en su vida personal: amores, amistades y desamores, y cómo todo esto ha influido en su poesía. Nos damos cuenta de cómo sentimientos —tan comunes como sublimes, naturales en todo el mundo— llegaron a traducirse al lenguaje poético propio e inconfundible de Rubén Bonifaz Nuño.

Y tal vez lo más importante: en estas páginas el poeta habla de su obra, de cómo y por qué fue escribiendo los poemas de cada uno de sus libros, desde La muerte del ángel hasta Calacas, su libro de poesía más reciente, sin soslayar la importancia de la UNAM en su temperamento, formación y cosmovisión.

Tengo más de 30 años de estar leyendo la poesía, las traducciones y los ensayos de Rubén Bonifaz Nuño, y gracias a esta entrevista estoy dándome cuenta por primera vez de toda una serie de avenidas secretas que antes sólo sospechaba, sobre todo en su obra en verso. Lo que en un momento pudo parecer capricho de poeta, ahora se me revela como la manera más clara y sencilla que el poeta ha tenido de ser fiel a su propia realidad interior. Estrada ha logrado que, en el espacio intenso de esta entrevista, se nos abra de par en par la poesía de Rubén Bonifaz Nuño. Es como si lo conociéramos de nuevo, y de manera aún más entrañable.