martes, 25 de agosto de 2009

Ricardo Garibay, a 10 años de su fallecimiento

Retrato a lápiz por Rafael Hernández H.

Este domingo, 30 de agosto, a las 12 horas en la Sala Manuel M. Ponce, se rendirá homenaje a Ricardo Garibay, a 10 años de su muerte. Participarán René Avilés Fabila, Josefina Estrada, Froylán López Narváez y Agustín Ramos. El texto que aparece a continuación es una entrevista que me hizo Iris Limón para su libro Signos vitales de Ricardo Garibay,[1] el cual apareció en 2000, poco después del fallecimiento del autor de Beber un cáliz y La casa de arde de noche.[2]

Ricardo Garibay y mi maestro Rubén Bonifaz Nuño eran amigos desde la juventud; pertenecían a la misma generación, estudiaron la preparatoria juntos, la Universidad; después iniciaron sus primeros años como escritores y luego la vida los fue separando.

Cuando por fin llegué a conocer a Ricardo Garibay en persona, me pareció que ya lo conocía por la cercanía con Rubén, aunque empecé a tratarlo más cuando trabajamos en el programa de televisión llamado Calidoscopio. Trabajar con Ricardo no es tan difícil como la gente piensa; sí es un oso, pero de peluche, que hace ruido. Parece un hombre déspota, pero más que déspota es muy exigente y no se mide cuando reclama; sin embargo, jamás tuve ningún problema con él durante las sesiones de trabajo.

Ricardo suele despertar reacciones extremas en las personas, porque es un hombre intenso, con opiniones fuertes; casi nunca sufre de medios tonos. Cuando otros dirían tal vez o quizá, tomando en cuenta esto o lo otro, Ricardo es categórico; incluso, lo he visto ser categórico de dos maneras contrarias sobre exactamente el mismo asunto. Él puede creer que es azul, pero si tú lo convences de que es rojo, dice: “¡Sí, es rojo!”, y no han mediado ni cinco minutos.

Garibay es un hombre apasionado, y si logras que vea tu punto de vista, será igualmente apasionado pero desde otra trinchera. Esto no pasa todo el tiempo con él, que suele meditar sus opiniones, sobre todo cuando se trata de asuntos de mayor peso. No es una persona que jamás cambie de idea, aunque —eso sí— sus ideas las defiende con pasión.

Es común en Ricardo despertar estas reacciones tan fuertes, porque si a mí me gusta tal autor, y Ricardo dice que es basura, lo más seguro es que me produzca cierto enojo. Como ser humano siempre me ha simpatizado; es una persona que defiende las causas humanas más nobles.

En una ocasión llegamos a una fiesta después de un acto literario, y Ricardo llevó una caja de vino francés, una sola marca, una sola cosecha. No sé cuantas botellas eran, pero las tomamos todas entre quince personas aproximadamente. Era un vino delicioso. No volví a pensar en esa reunión hasta que me encontré en una tienda de vinos y vi la misma cosecha, el mismo vino. Vi el precio y me fui de espaldas. Me di cuenta de los millones de pesos que había gastado en poner vinos para la reunión. Entonces pensé: es extremadamente generoso o extremadamente apasionado con el vino para querer compartirlo con los amigos. Eso es típico de Ricardo: tira la casa por la ventana, no tiene medias tintas, no hay medios tonos con él; es todo o nada. Es incondicional como amigo; para él ser amigo es serlo ciento por ciento.

Una vez di una conferencia y alguien me preguntó sobre mi padre, y no pude contener el llanto delante de un montón de gente. Al salir, me alcanzó Sandro Cohen, me estaba hablando de esto y lloró, se le llenaron los ojos de lágrimas.

Perdería eso, si perdiera la amistad de Sandro Cohen: un hombre verdaderamente bueno, verdaderamente sensible, que puede llorar por la muerte del padre o por la muerte del padre de otro, ése es mi amigo.[3]

Del escritor que es Ricardo admiro su oído, su manera de recrear el alma humana en los diálogos; conoce muy bien el peso específico de cada palabra, porque es un maestro de la frase. Un maestro admirable.

Yo estimo mucho a Sandro Cohen; primero, porque es judío y quiero mucho a los judíos. Es la única raza que ha vivido en serio en el mundo; segundo, son paisanos de Jesucristo, es gente muy suave; es la sabiduría de más de dos mil años de persecución; el espanto, que casi cuenta como síndrome ante cualquier rechazo, los hace profundamente dignos de amor. Es una raza que en el infortunio se ha venido depurando hasta ser súper inteligente.

Me gustaría ser judío de sangre, me gustaría tener esa estirpe; no la tengo, no lloro por eso, coño, engrandezco la mía, pero me gustaría ésa, ¿por qué no?

Lo que he aprendido de Ricardo es hacer todo con pasión. En lo personal no quisiera escribir como él, porque sé que no podría hacerlo, tampoco quisiera vivir como él, porque no sería auténtico de mi parte. Lo que sí he aprendido de él es elegir una actividad y realizarla a plenitud, sea la vida, sea la literatura, sea comer. Hacer todo a plenitud.

Es difícil saber si alguna vez le enseñé a Ricardo algo más allá de un dato. Tal vez le sorprendió mi calma ante algunos embates que sufrí durante la grabación del programa, o nuestra manera de pelear o discutir en buena lid. Pienso que el hecho de que haya sido así se debe a que la gente de su generación tiene muchos conocidos y, a la postre, pocos amigos. Los amigos de su propia generación han muerto o se han alejado por causas naturales de la vida.

Un día te despiertas a los 70 años y descubres que tienes pocos interlocutores; entonces te topas con un interlocutor que es más joven, con otro trasfondo humano, social, intelectual: la experiencia puede ser enriquecedora. Tal vez eso pasó entre nosotros. Soy de otra generación, con otro fondo social, me crié en otro país, con otro idioma, otra cultura, pero llegué a México, joven todavía, en otro momento que no fue el de su juventud, y soy escritor.

Probablemente lo que Ricardo ve ahí es algo diferente, poco común, y eso le parece atractivo. Por esta razón, muchas veces me pregunta: ¿y cómo reacciona un gringo si dicen tal cosa, o cómo trataban a los negros en Nueva York en los años 50, cuando estuvo fuerte el racismo?, etcétera. Me ponía situaciones que él no podía interpretar; necesitaba otros ojos, con otra cultura para asimilar lo que necesitaba resolver en ese momento.

En el plano personal Ricardo es todo lo contrario a lo que aparenta en público. En público es este monstruo categórico, demoledor y agresivo; en la vida real es muy cariñoso, simpático; le encanta contar anécdotas. Es muy agradable.

Ricardo y yo hemos sufrido diferencias de opinión, y hemos sufrido las consecuencias de malentendidos, pero esto es común en cualquier trato humano. Muchas veces el hombre vive según códigos. En alguna ocasión Ricardo leyó un poema mío en la televisión, cosa que le agradezco mucho. Después del programa me preguntó qué me había parecido su lectura de mi poema, e inocentemente le contesté que era curioso porque yo jamás lo habría leído así. Según Ricardo esto fue una clave que significaba que no me había gustado, que despreciaba su lectura, lo cual no era cierto. Simplemente quería decir que era otra manera de darle vida al poema. Ricardo lo entendió al revés. Después me enteré o entendí que por eso me había separado del programa; las razones que se me habían dado eran otras. Tiempo después nos volvimos a encontrar y me lo dijo. Me fui de espaldas porque no me lo esperaba, y jamás me pasó por la mente que por eso pudiera molestarse conmigo. Si algo no me gusta lo digo y ya; no voy a elegir una manera tan tortuosa de comunicar las cosas.

Considero que Ricardo Garibay es un escritor singular en México y el mundo. Es una figura sin la cual no se entienden las letras mexicanas del siglo XX; es un eslabón fundamental en nuestra narrativa.

Garibay es un escritor importante y tiene que figurar junto con Carlos Fuentes, Luis Spota y una serie de narradores que ha ido formando ese mosaico de lenguajes, situaciones y actitudes literarias de los nacidos en los años 20, que ahora son nuestros decanos.

Creo que no debo figurar con otros escritores en este mosaico; debo figurar yo solo; pero está bien, se lo agradezco, es lindo.

La obra de Garibay toca demasiadas bases y ha evolucionado en varias direcciones, porque hay una búsqueda espiritual, sociológica, política, y cada búsqueda tiene su evolución.

No sé por qué a Ricardo no se le ha dado el reconocimiento que merece; supongo que será por razones políticas. Él ha tenido relaciones muy claras, abiertas, con ciertas personas de la política: presidentes, secretarios de Estado… Y es posible que no hayan querido premiarlo para no dar la impresión de que para recibir el Premio Nacional de Letras hay que ser aliado de tal o cual presidente. O será simple y sencillamente porque él se ha empeñado en volverse antipático para no estar en la posición de recibir favores de nadie. Quería brillar exclusivamente por méritos propios.

Pienso que, más tarde que temprano, lo reconocerán, aunque la mayor satisfacción de un escritor es que lo lean, más que un homenaje o reconocimiento oficial, y Ricardo es un autor que puede vivir —aunque sea modestamente— de sus regalías. Eso quiere decir que la gente sí lo lee, y ése ha sido su mejor premio.


[1]Iris Limón, Signos vitales de Ricardo Garibay. Ciudad de México, Editorial Colibrí, 2000. 2008 pp. La entrevista empieza en la página 104 y termina en la 108.

[2]Ricardo Garibay falleció el 3 de mayo de 1999, a las 23:45 horas.

[3]Como parte de la dinámica de Signos vitales…, Iris Limón le daba a Garibay a leer las entrevistas que ella había hecho a los amigos del hidalguense. Las palabras que aparecen citadas —como en este caso— captan, en parte, la reacción del autor tras leer lo que habían dicho de él.