miércoles, 31 de diciembre de 2008

2009: Todos somos humanos

¿QUIÉN NO ESTÁ cansado de oír la palabra Holocausto? ¿Quién no está harto de leer y escuchar los testimonios de los sobrevivientes de los campos de concentración? Hace más de 60 años fueron liberados quienes no llegaron a ser triturados por las máquinas de la muerte armadas por los nazis, la mayoría de ellos simplemente porque a sus guardianes no les dio tiempo de matar, cremar o enterrar a tanta gente tan rápido. Muchos afirman que ya es hora de pasar a otra cosa. Pero no… Si hay dos palabras que son verdaderas en cualquier idioma, son Nunca más. Esto jamás debiera repetirse, y lo trágico es que se ha repetido y sigue repitiéndose hoy mismo en diferentes lugares del globo, aunque a escalas que tal vez sean más cómodas para la opinión pública. Sea como fuere, a ésta el tamaño del dolor le importa poco si se trata de gente extraña. Y por esto no podemos olvidar, por esto debemos recordar que todos somos judíos, que todos somos palestinos, que todos somos tutsis, que todos somos bosnios, que todos somos sudaneses… Todos somos humanos.

Yo nací apenas ocho años después de la liberación de Europa. En mi edad formativa fui bombardeado con imágenes y testimonios relativos al Holocausto, a tal grado que no llegué a sentir horror ni asco ni coraje sino pena, no por los muertos, mutilados y torturados, sino por mí mismo. No quería formar parte de una raza de víctimas. Quería ser normal. Iluso: normal no existe.

Cuando surgió el Jewish Defense League en 1968, sentí que alguien —por fin— estaba dispuesto a dejar de llorar y hacer algo. Por desgracia, su líder, Meir Kahane, era un fascista disfrazado de rabino. Cuando fue asesinado por un extremista árabe en 1990, no sentí pesar alguno. Kahane sembraba odio, y eso cosechó. Desde entonces las cosas han cambiado. A veces para bien. Muchas veces para mal.

Al principio, el arte que se creaba a partir del Holocausto era fundamentalmente lacrimógeno. Con sólo ver las fotografías del horror bastaba para pararle el corazón a cualquiera. Pero con el tiempo, empezamos a ver colectivamente de otra manera. Hubo ciertos atisbos de humor, y luego carcajadas. Nació un cómic, Maus, de Art Spiegelman, una obra maestra del género donde el autor nos mete simultáneamente en la cabeza de un sobreviviente de Auschwitz, su padre, y medio siglo después de los hechos, mediante conversaciones que inspiran la historia del cómic. Ha habido películas donde importa más la humanidad de víctimas y victimarios, que los manidos papeles de buenos y malos, donde la tragedia absoluta cede su lugar a otra clase de tragedia donde los creadores se dan el lujo de permitir que entre un poco de luz a su creación.

En este tenor vimos en 1997 La vita è bella del cineasta Roberto Benigni. Y más recientemente se estrenó The Boy in the Striped Pyjamas de Mark Herman, basada en la novela de John Boyne, donde se enfrentan y mezclan los puntos de vista de dos niños —uno alemán, hijo del director de Auschwitz, y el otro judío, preso en ese campo de concentración— con el de los adultos, al mismo tiempo que se enfrenta y mezcla el mundo alemán con el de aquellos que están detrás de los alambres de púas. La línea divisoria entre bondad y maldad, cobardía y heroísmo, sigue claramente visible, pero como lo descubre el hijo del comandante alemán, no siempre es fácil ser fiel a la idea de bondad que tiene uno, ser fiel a un amigo. Y aquí —en esta madurez creativa— hay lugar para todo, aunque a muchos no les guste que se diluyan las falsas fronteras entre ellos y nosotros. Lo repito: humanos somos todos. Y si tan sólo pudiéramos convencernos de esto, no habría más Holocaustos ni habría necesidad de construir muros entre pueblos, sea entre México y Estados Unidos o entre Israel y Palestina.

Y si humanos somos todos, también hay lugar para que todos convivan en paz. Pero antes es preciso reconocer que el otro es humano y posee el mismo derecho a existir que nosotros. Es inaceptable negar el derecho a que un pueblo tenga su tierra, sus leyes, su libertad. Y es tan inaceptable que un israelí niegue el derecho de los palestinos a tener su propia tierra con fronteras seguras, como lo es que un palestino niegue el derecho de Israel a existir en su propia tierra con fronteras seguras. El ciclo de odio, ataque, muerte, represalia, contraataque, muerte y más represalia sólo se detendrá cuando las partes involucradas reconozcan que el otro es humano, que duele, llora y ríe como uno, sólo que en otro idioma y, tal vez, de otra manera.

Ya no podemos darnos el lujos de distraer recursos tan valiosos en la tarea de aniquilarnos, con la pretensión de aniquilar al otro. En lugar fabricar y tirar bombas, deberíamos invertir en pozos de agua potable, escuelas y maestros de excelencia, redes de energía ecológica, infraestructura de toda clase. El ideal de Edward Said y Daniel Barenboim aún sigue vigente: es posible que gente de dos pueblos tradicionalmente enemistados no sólo coopere y colabore hacia fines comunes sino que también trabaje hombro con hombro para crear belleza capaz de conmover aun a la cabeza más dura, sin perder su identidad ni razón de ser. Ellos, un israelí y un palestino, lo demostraron mediante la Fundación Barenboim-Said, que a partir de julio de 2004 ha organizado conciertos donde participan armoniosamente —valga el adverbio— jóvenes músicos de Israel y los países árabes.

Que este año, que va a ser difícil, sea el principio de un cambio en nuestra manera de pensar, nuestra costumbre de temer a lo diferente, de responder al fuego con fuego, al odio con odio y a la muerte con más muerte. Que 2009 sea un año de vida, y que el cambio venga desde dentro de cada uno de nosotros porque nadie vendrá a cambiarnos desde fuera. Un mundo mejor, entonces, tiene que empezar con la firme decisión de cada individuo de ser un ser humano más tolerante, comprensivo, amoroso y generoso en todos los sentidos. ¡Feliz Año Nuevo!

Fotografías: Edward Said y Daniel Barenboim; Daniel Barenboim ensayando con el cuarteto que ejecutará La trucha de Schubert. Fundación Barenboim-Said [http://www.barenboim-said.org/]

lunes, 15 de diciembre de 2008

Esto que Bach escribió ayer

EN MÚSICA, NADA ES DEFINITIVO. He visto cuatro de las seis películas de la serie Inspired by Bach, el proyecto fílmico-musical sui géneris del chelista Yo-Yo Ma. En la cuarta de la serie —dirigida por Atom Egoyan y que lleva por título Sarabande—, uno de los personajes siente la necesidad de menospreciar a su amante. Ella acaba de obtener dos boletos para un recital de Ma —donde éste tocará las seis suites para chelo de Bach—, y lo invita. Él duda y le anuncia que acaba de escuchar la grabación de Pablo Casals, y que ha llegado a la conclusión de que la versión del catalán es definitiva.

Tras ver esta pequeña joya, y después de digerir las tres que la anteceden, estoy convencido de que es cierta la sentencia con que se inicia este artículo. La primera de la serie, The Music Garden, documenta la lucha de Yo-Yo Ma y Julie Moir Messervy por crear un jardín que fuera la expresión botánica de la primera de las seis suites… Nunca vemos el producto final. La segunda película, The Sound of the Carceri, es en extremo tenebrosa, pues la ejecución de la suite número dos está inspirada en los grabados de cárceles que realizara Giovanni Battista Piranesi en el siglo XVIII. El director François Girard coloca al chelista dentro de los grabados de Piranesi gracias a ambientes generados por computadora.

La tercera, Falling Down Stairs, documenta el proceso creativo de la coreografía que hiciera Mark Morris inspirada en la suite número tres. La danza de los ejecutantes es tan precisa, sincronizada y —al mismo tiempo— libre, que de repente uno piensa que está viendo la versión humana de una partitura en movimiento.

Pero la cuarta me dejó sin aliento porque está construida más como una fuga que como una película. El tiempo cronológico no existe. Los temas se plantean y se replantean una y otra vez en diferentes personajes con timbres y resonancias variadas, y en ritmos contrastantes y complementarios. Al final, todo se une pero no se resuelve; evoluciona y se convierte en otra cosa. Uno se queda con el ojo cuadrado. Y no sólo el ojo: también el oído, el cerebro y el corazón.

Esta música fue compuesta a principios del siglo XVIII, pero no parece. Podría haber sido compuesta ayer y parecería vanguardista. No la escuchamos como los contemporáneos de Bach. Y dentro de otros 300 años, no la escucharán como nosotros. Será la misma, pero en música nada es definitivo. Sobre todo si es auténtica, si ha brotado de la entraña más pura del misterio de lo que significa ser humano.

sábado, 8 de noviembre de 2008

No sólo de tuercas y bolillo vive el hombre

Lêdo Ivo en Pátzcuaro, Michoacán, el 24 de octubre de 2008

¿PARA QUÉ SIRVE un encuentro internacional de poetas? ¿Si se traen a decenas de escritores de Europa, Sud y Centroamérica a leer y convivir con poetas mexicanos, se trata de una buena inversión de los dineros públicos, o es un dispendio vergonzoso e imperdonable cuando hay tanta pobreza y estrecheces económicas? Debo aclarar que soy poeta y que fui invitado al Encuentro de Poetas del Mundo Latino que hace poco se realizó en Morelia y Pátzcuaro, Michoacán. Departí, degusté; leí y escuché poesía hasta que se me trabaron los sentidos. Fui feliz, ¿pero hizo bien el Estado, a través de todas las instituciones que colaboraron tan estupendamente para que el encuentro se llevase a cabo, en subvencionar este Encuentro?

La pregunta no es retórica. Después de todo, no se generaron ventas importantes (más allá de unos cuantos libros viejos de poesía, inconseguibles en librerías), las lecturas no fueron autosustentables, no hubo ganancia y la única producción que hubo durante el Encuentro fueron los textos escritos in situ por esos poetas que no pudieron resistirse a la inspiración ofrecida tan generosamente por esas musas morelianas que no se hacían del rogar. Los economistas y comerciantes saben que para ganar dinero es preciso gastar dinero, pero ¿qué ganó México con el Encuentro de Poetas del Mundo Latino, o con cualquier otro encuentro de artistas en este país, tan lejos de Dios y tan aficionado a las narco baladas y los reality shows?

Y creo que sólo hay una respuesta: invertir en un encuentro como éste es una de las estrategias más sabias del Estado mexicano. Podría parecer elitista mi razonamiento porque, por lo menos en apariencia, sólo unas cuantas personas aprovecharon la largueza de las instituciones benefactoras —los poetas invitados—, más cuatro o cinco despistados locales que se enteraron de las sesiones de lectura y, encantados, pudieron colarse. Si no asistieron más morelianos a las lecturas, fue porque tenían que trabajar o porque no se enteraron o porque nuestra sociedad no privilegia a la poesía como medio de expresión personal, como sí lo hace con el fútbol o con ese otro deporte que llamamos barra libre, la de las cantinas.

En otras palabras, es cuestión de cultura y educación. Y precisamente por esto la literatura como la música, la danza, el teatro y las artes visuales son tan importantes: el arte es lo que el ser humano crea para conocerse a sí mismo y como especie. Sin el arte, seríamos ciegos y sordos, no tendríamos memoria ni aspiraciones y el mundo sería plano.

¿Pero por qué esto justifica tanto gasto del erario? ¿No bastan y sobran los premios y becas que el Estado ofrece para escritores mediante el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes? ¿No es suficiente la educación que los niños y jóvenes reciben en las escuelas públicas? Aquí hay muchos puntos de vista y no hay dos países iguales. En México, por lo menos, la preparación literaria en las escuelas públicas e incluso en las privadas es precaria en el mejor de los casos. La mayoría de los jóvenes que llegan a la universidad carece de los conceptos literarios más básicos, y muy pocos se jactan de tener, entre sus costumbres, el hábito de la lectura. Y respecto de la primera pregunta, los premios y las becas son para escritores formados, no para formar escritores. A mí me interesa lo segundo.

Sería maravilloso que un joven pudiera asistir a un encuentro y escuchar, por ejemplo, a un poeta como Lêdo Ivo, de Brasil. Sería una inspiración, una revelación, y podría motivarlo para ver su vida y el mundo de otra manera. De hecho, Lêdo Ivo asistió al Encuentro de Poetas del Mundo Latino, ¿pero cuántos jóvenes se enteraron de su presencia? Aquí el problema no es el gasto que hace el Estado sino la falta de difusión para que se aproveche ese gasto: la presencia de más de 60 poetas de todo el mundo en un solo lugar al mismo tiempo.

Escuchar, ver, experimentar el arte de un gran maestro en persona es oro molido para cualquiera con ganas de aprender, para aquellos que titubean entre emprender una vida creativa en las artes porque ésta es su pasión o simplemente obedecer a sus padres que le recomiendan una carrera más tradicional y económicamente segura, como Derecho, Medicina o Contaduría. Pero aunque no asistiera ningún joven en su etapa más fértil de aprendizaje, los encuentros literarios, teatrales, musicales o de danza, pintura o cine cumplen la función de la polinización cruzada: los poetas ya formados también se benefician y crecen con la convivencia con otros poetas formados en otras latitudes y otros idiomas.

Eso sí: es necesario hallar la manera de promover y facilitar el encuentro entre poetas y los aspirantes al arte y oficio de la poesía, amén de las otras expresiones artísticas. Fue una lástima que no hubiera coordinación entre los patrocinadores y las escuelas públicas y privadas. Pudieron haber enviado a sus alumnos más interesados o aventajados en literatura a las diversas sesiones de lectura. Fue un desperdicio imperdonable que reveló la falta de visión que existe en nuestra clase política, a la cual no faltan buenas intenciones pero que no acaba de comprender que los niños y jóvenes de hoy serán los que el día de mañana llevarán las riendas de este país. ¿Y qué clase de guías serán? ¿Los mismos tecnócratas sordos, ciegos e insensibles que sólo escuchan el tintineo de las monedas mientras caen en las arcas de sus partidos políticos? Hacen bien al estimular a los creadores con becas y encuentros, pero les falta completar el ciclo generacional: que los creadores puedan convivir y conversar con aquellos que son lo que alguna vez fueron ellos: gente joven con sueños y unas ganas tremendas de ser creativos.

En muchas ocasiones se puede aprender más en una velada de convivencia poética, que durante un año entero de academia. Aquí el Estado no debe evadir su responsabilidad, ya que brilla por su ausencia nuestra iniciativa privada en cuestiones de patrocinio artístico. El arte no es pasatiempo ni adorno sino la viva expresión del alma de un pueblo. Vivir desalmado es peligroso tanto para la gente como para las naciones. No sólo de tuercas y bolillo vive el hombre.

domingo, 19 de octubre de 2008

Lenguaje y racismo

HACE ALGUNOS AÑOS el ex presidente Vicente Fox afirmó que nuestros connacionales en Estados Unidos realizan trabajos que “[…] ni siquiera los negros quieren hacer allá”. En su momento causó un furor doble. Por un lado, provocó la indignación de quienes velan por los derechos humanos. Por otro, sirvió de pretexto para señalar lo hipócritas que son los intelectuales que se adornan con frases políticamente correctas para decir lo obvio: que los mexicanos, en Estados Unidos, realizan labores que casi ningún residente legal estaría dispuesto a hacer. Con lo anterior se entiende que el mexicano está por debajo de la población afronorteamericana en la escala social, precisamente por las estructuras —herencia de centenares de años de racismo— que existen al norte de nuestra frontera común.

Esto es lo que pretendió decir nuestro ex presidente, y todo el mundo lo sabe. Pero cuando se trata de lenguaje —sobre todo el lenguaje en boca de un presidente o un embajador— las palabras adquieren un peso que dichas en una cantina, por ejemplo, no poseen. ¿Fue racista lo que dijo Vicente Fox? ¿Es racista Vicente Fox? Estas dos preguntas no son tan fáciles de responder, pero vale la pena tratar de hacerlo por cuanta luz pueda echarse sobre el resto del país, sobre nosotros mismos. Ya que el tema se ha enfriado, considero que ahora es buen momento.

El racismo implica el empleo de estereotipos raciales para formular juicios de valor. En este caso, al decir “Trabajo como negro para vivir como blanco”, se da por entendido que los negros deben trabajar durísimo (y por muy poco dinero), mientras que los blancos deben gozar de buena vida (aunque trabajen muy poco en comparación con los negros). Más allá del estereotipo, no hay ninguna razón para aseverarlo. Aquí esta afirmación pertenece al lenguaje común, y es lenguaje racista. Ni duda cabe. No quiere decir que la persona que la pronuncie discrimine u odie a los negros, pero la sentencia en sí tiene un claro origen racista. Lo dicho por nuestro ex presidente también fue guiado por estereotipos, ya que —afortunadamente— existe una clase media afronorteamericana cada vez mejor aceptada socialmente.

Esto se confirma con la campaña que por la presidencia de Estados Unidos ha montado Barack Obama, el hijo de un padre keniano y una madre norteamericana, blanca, del estado de Kansas. Debemos recordar que desde los tiempos esclavistas de Estados Unidos, cualquier ser humano con algún ascendiente negro era considerado de raza negra. Según esta definición —odiosa en sí, pero muy real en la psicología norteamericana, tanto entre la población negra como la blanca—, Barack Obama es negro. Punto.

¿Pero es racista Vicente Fox, o sería racista cualquiera que empleara el dicho que él articuló tan desafortunadamente? Por desgracia, lo somos si recurrimos a estereotipos para emitir juicios de valor, y tanto peor si creemos en ellos.

En México el racismo se practica principalmente en contra del indígena; es profundo, nefasto y —a fin de cuentas— también autodestructivo. Emplear la palabra indio de manera despectiva para insinuar indolencia, estulticia, falta de honestidad, etcétera, es un insulto búmeran para quien lo profiere porque, a fin de cuentas, la influencia indígena en México es tal y tan omnipresente —e igualmente positiva por cuanto he visto en países donde hay poca o nula presencia indígena— que nadie se le escapa, por blanca que sea su sangre. El auto-odio es un cáncer que termina por destruir a quien lo padece. Culpar a la víctima por el estado deplorable en que es obligada a vivir deviene una de las más altas expresiones de cinismo. Y luego extrapolar de eso que el idioma que uno habla o el color de su piel es prueba de inferioridad o superioridad innata, posee tintes indiscutiblemente nacionalsocialistas, de la corriente más ortodoxa de Adolph Hitler, Joseph Goebbels y Martin Bormann.

Si bien el racismo se inició como una manera de distinguir entre los del grupo propio frente a los de otros grupos, con fines de autoprotección y supervivencia, en el mundo actual globalizado y casi totalmente intercontectado e interdependiente, el racismo carece de todo sentido práctico y su ejercicio perjudica el bien general, sin excepción. Pero resulta muy fácil emplearlo para fines oscuros —sean económicos, políticos o sociales— porque sus resortes son emocionales y psicológicos, no racionales. La razón nos dice que el racismo ya no tiene sentido y que no conduce a nada positivo, pero no hemos —como especie— dominado aún nuestro inconsciente irracional y primitivo, y en esta tarea debemos trabajar arduamente, todos los días.

Ambas fotografías provienen de Wikipedia


domingo, 12 de octubre de 2008

"Olimpia 68", la historia y el yo adolescente

TENÍA YO 15 años el 2 de octubre de 1968. La noticia de Tlatelolco me llegó de manera vaga a West Caldwell, New Jersey, donde entonces vivía. Creo que realmente no la comprendí, pues no me parecía posible que un ejército abriera fuego contra su propia gente. Esa primavera, en Francia, las manifestaciones y los disturbios habían ocupado las primeras planas de los periódicos, pero yo tenía 15 años, me sentía muy feo, no hablaba ni francés ni español, y sólo pensaba en cuántos años tendría cuando diera o recibiera mi primer beso: la política internacional no está necesariamente entre mis prioridades.

Eso cambió, de súbito, en menos de dos años cuando cursaba ya la preparatoria. El 4 de mayo de 1970 la Guardia Nacional de Estados Unidos abrió fuego contra estudiantes que se manifestaban en Kent State University en Kent, Ohio. Mataron a cuatro. Cuando a la mañana siguiente me encontré con mi amigo John Fellows en Bloomfield Avenue rumbo a la escuela e, indignado, le comenté la noticia, él muy cosmopolita me espetó: “¿Por qué te sorprendes? Si en México son mucho más bárbaros… Allá, en el 68 mataron a centenares”. Ese día, creo, empecé a leer los periódicos en serio, y no he dejado de hacerlo. ¿Cómo puede uno darse el lujo de vivir tan desapegado de la realidad, cuando esa realidad, en cualquier momento, puede caerle a uno encima?

Tres años después yo ya vivía en México, y uno de mis primeras peregrinaciones fue a la Plaza de las Tres Culturas, el lugar donde se dieron los hechos que me hicieron despertar políticamente, gracias al comentario tan off the cuff, tan “como si nada”, que me hizo mi amigo Fellows, quien ni siquiera ha de recordar nuestro diálogo. Vi los edificios, el Chihuahua, los restos de construcciones prehispánicas, la iglesia, la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores… Lloré, como suelo hacerlo cuando la realidad física se empalma con mi realidad emocional, chocan y de repente comprendo. A veces son lágrimas felices, como cuando me encontré de nuevo sobre un puente del Sena, vi la catedral de Notre Dame, escuché la música de un guitarrista y la belleza de mil años de París se me descargó como una iluminación, como una epifanía: los seres humanos somos capaces de crear maravillas para que todo el mundo pueda vivirlas. Pero mi epifanía de Tlatelolco me sacó las más amargas lágrimas de todo lo contrario: los seres humanos somos capaces de cometer los actos más abominables y crueles.

Ahora estos episodios han llegado a morderse la cola. Cuarenta años después de aquel 2 de octubre, tengo dos hijas, y como yo se metieron a estudiar teatro (sin conocer mis antecedentes). Yliana hizo la licenciatura en Teatro y Literatura Dramática en la Facultad de Filosofía y Letras, mientras que Leonora está terminando su último año en el Centro Universitario de Teatro (CUT), también de la Universidad Nacional Autónoma de México. (Yo, a diferencia de ellas, migré desde el teatro hasta la literatura latinoamericana). Y ahora las dos actúan en Olimpia 68, la obra de Flavio González Mello que dirige Carlos Corona en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco.

Esta obra de González Mello combina los dos acontecimientos torales de 1968 en nuestro país: la matanza del 2 de octubre y los juegos olímpicos que se iniciaron 10 días después. El dramaturgo los contrapone magistralmente desde el punto de vista de un grupo de atletas mexicanos y extranjeros que, sin querer, se topan con el movimiento en la persona de activistas perseguidos por órganos secretos del gobierno. El dramaturgo y el director han hallado el dificilísimo equilibrio entre comedia y tragedia, sin que estas se anulen o banalicen. En otras palabras, logran trasmitir escenificar la tragedia humana del 2 de octubre, pero lo hacen sin los panegíricos acostumbrados de una izquierda afecta a la solemnidad beatificante.

Las contraposiciones de comedia y tragedia en la obra son en extremo chocantes, en el sentido de que están diseñadas precisamente para eso: para chocar. Este tenor se establece desde el principio, donde vemos a un atleta a punto de iniciar una carrera eliminatoria, y justo cuando el competidor espera el disparo tras el cual se impulsaría hacia delante, es eliminado por el que dispara: la bala es real y no es tirada al aire sino al cuerpo joven de un inocente.

Olimpia 68 es una comedia de enredos y, al mismo tiempo, la tragedia de varias generaciones de mexicanos que han buscado la democratización de su país. Ha transcurrido el tiempo suficiente para que el humor haga su efecto corrosivo sin que parezca producto de insensibilidad o falta de respeto. Lo mismo ha sucedido con otras tragedias humanas, incluso mayores, como el Holocausto, por ejemplo, donde no se perdieron centenares de vidas en una sola ciudad sino millones a lo largo y ancho de todo un continente.

No tiene precio cómo este gran elenco de jóvenes y un gran veterano, José Sefami— logra recrear el horror al lado del sinsentido, el absurdo, la ceguera y la inocencia que en esos días coexistieron sin que la mayoría de las personas se diera cuenta cabal de ello. Debemos recordar que se hizo todo lo posible por enterrar la matanza. Muchos apenas supieron que algo había sucedido: lo importante era salvaguardar la integridad de los juegos olímpicos. Si después se supieron detalles y se pudo investigar y contar lo que realmente sucedió, se debe a los esfuerzos de todos aquellos que murieron o que estaban dispuestos a defender, con su vida, los ideales de aquellos jóvenes masacrados en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968.

La historia se vive de muchas maneras. Vayan a ver esta obra, y lleven a sus hijos si ya son adolescentes. Necesitan recordar aquello que nos ha formado, y el teatro es una manera de recordar y revivir experiencias que sucedieron en lugares y tiempos donde nosotros no estuvimos. El arte vence los obstáculos que el mundo físico nos erige. Yo viví de lejos y difusamente los acontecimientos del 2 de octubre, cuando mis hijas eran apenas una lejana posibilidad en un vastísimo mar de posibilidades. Ahora ellas, junto con los demás miembros del elenco, se han encargado de volver esos hechos una realidad palpable y actual gracias al arte de González Mello, Carlos Corona y todo el equipo técnico y de producción.

Horario: jueves, 20 horas; viernes, 20 horas; sábado, 19 horas, y domingo, 18 horas, en el Salón Juárez del Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la Unam. Consulte la cartelera: http://www.cultura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=blogsection&id=8&Itemid=113

Fotografía de la matanza en Kent State: John Filo. Por esta fotografía ganó el Premio Pulitzer.

jueves, 9 de octubre de 2008

Sexo y sexualidad en el libro de Génesis

Este ensayo es la ponencia que leí en Monterrey, en el marco del XIII Encuentro Internacional de Escritores, dedicado a "Sexo y Sexualidad y en la Literatura". Es una versión resumida de un ensayo mucho más extenso que, algún día —espero— aparezca impreso.

LA BIBLIA ES uno de los primeros libros en reconocer, y convertir en discurso narrativo, el poder sensual y subversivo del deseo sexual. Génesis, el primero de los cinco libros de Moisés, está preñado —valga la metáfora— de sexualidad, y es natural que así sea: se trata de una compilación de relatos fundacionales de las sociedades de Occidente y Oriente Medio. Lo diré sin ambages: para llegar desde la nada hasta el todo, tiene que haber una explosión de actividad creativa, de ahí la palabra génesis: “origen o principio de algo”. En hebreo: B’reshit, “En el principio”.

Desde sus primeros capítulos somos testigos de encuentros sexuales de muy variada índole: la cópula, la concepción y el embarazo, la homosexualidad, el incesto, el ménage à trois, la violación, el enamoramiento, el onanismo, la prostitución, el acoso sexual, el amor a primera vista… También vemos cómo aparecen conceptos tan importantes como el significado y las implicaciones de la desnudez, el origen de la vergüenza; la delgadísima línea entre el deseo, la sexualidad y la violencia; la conexión entre embriaguez y sexualidad; la deshonra y los medios para vengarla, como el asesinato y el pillaje.

El libro de Génesis tiene una gran cantidad de hebras narrativas que tocan momentos críticos en las vidas de una serie de personajes que son la fundación misma de los tres grandes monoteísmos y las culturas que sobre ellos se erigieron: Adán y Eva, Caín y Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob (con sus 12 hijos y una hija), Lot, más sus familias inmediatas y extendidas —con sus mujeres muchas veces extraordinarias—, sólo por mencionar los más conocidos. A pesar de que mucha gente piensa que la Biblia es un libro impoluto, libre de los instintos más bajos, carnales y —para decirlo pronto— humanos, no hay nada más lejos de la verdad. La Biblia, por lo menos la hebrea (que los cristianos llaman el Antiguo Testamento), es una creación que duró mil años en compilarse de principio a fin, y que tiene especial cuidado en explorar y ahondar no sólo en el aspecto heroico o santo de los patriarcas y su descendencia, sino también en sus facetas más oscuras y contradictorias, en sus fallas pequeñas y grandes. No las pasa por alto ni las oculta. Al contrario: las expone magistralmente en una serie de narraciones breves, a veces entrelazadas, que no dejan de ser inspiración para escritores, pintores, compositores, cineastas, dramaturgos y escultores, simplemente porque sus historias son absolutamente reales, actuales, aunque los usos y costumbres han cambiado mucho, por lo menos en la superficie: aún se dan, en el siglo XXI, algunas de las prácticas absolutamente salvajes que ya en estas historias bíblicas son puestas en tela de juicio, como el asesinato para vengar la deshonra, los castigos desmedidos y el total y absoluto desdén por los sentimientos, salud y bienestar de la mujer.

El sexo y la sexualidad permean el libro de Génesis a tal grado que sería irreconocible si los restáramos de sus relatos. (No sólo ocurre en Génesis, por supuesto, pero por el límite de tiempo, no me explayaré más). El ser humano, en el primer capítulo, es creado hombre y mujer simultáneamente. No es hasta el segundo capítulo donde vemos cómo otro narrador le enmienda la plana al primero, haciendo que Eva sea creada a partir de una costilla de Adán, con lo cual avienta la primera bomba de la guerra entre los sexos. Pero también nos deja con una imagen impactante: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”.

La vergüenza es un leitmotif de la Biblia, y especialmente en Génesis. Adán y Eva, antes de su desobediencia y expulsión, no la conocían. Pero posteriormente será indicio de que algo está mal, y su causante primordial es la desnudez. Parece que estar desnudo y sentir vergüenza van de la mano, a menos que la desnudez sea absolutamente privada. Y así ha sido hasta nuestros días.

Leemos el primer caso de desnudez y vergüenza en la historia de Noé, después del diluvio, cuando se emborracha con vino, producto de la vid que él mismo había sembrado. Se queda tirado en su tienda, tal como Dios lo trajo al mundo. No habría pasado nada si su hijo Cam no hubiera entrado. Pero entró y vio a su padre. En lugar de cubrirlo, salió y —según la tradición— se burló de él frente a sus hermanos, Sem y Jafet. Éstos, que no veían qué tenía de chistoso la situación, tomaron su ropa y, acercándose a su padre de espaldas para no verlo, cubrieron su cuerpo desnudo.

Quienes no sentían vergüenza de su desnudez eran los habitantes de Sodoma y Gomorra. Pero eso sólo es indicio de algo mucho más perverso: su total falta de hospitalidad, su desprecio por el extranjero y la violencia con que se manejaban en todos sus asuntos. Cuando dos ángeles, en forma de hombres, visitan la ciudad de Sodoma en busca de Lot para salvarlo a él y a su familia del fuego con que Dios va a arrasar la región, el sobrino de Abraham les abre la puerta de su casa y les prepara un gran banquete, pero llegan los lugareños y exigen que Lot se los entregue para que puedan violarlos. El anfitrión, escandalosamente para la mayoría de los lectores, les ofrece a sus hijas vírgenes con tal de que dejen a sus invitados en paz. Tal era la importancia de la hospitalidad dentro de la familia de Abraham.

Los sodomitas no quieren saber nada de mujeres y se lanzan sobre Lot, pero los ángeles lo jalan dentro de la casa y hieren a los atacantes con una ceguera que los deja imposibilitados para hallar la puerta. Sólo se escapan Lot con su mujer y dos hijas. La mujer, durante la huida, desobedece, se da vuelta para ver la destrucción de las ciudades, y se convierte instantáneamente en una estatua de sal. Las hijas, que llegarían a habitar una cueva con su padre, piensan que son las únicas mujeres sobrevivientes sobre la tierra, y deciden emborrachar a su padre, a Lot, tener relaciones sexuales con él y así empezar la tarea de repoblación. ¡Y lo logran! Se supone que Lot ni cuenta se da, pero resulta difícil de creer. Más bien da la impresión de que todos los involucrados fingen no darse por enterados. Me imagino que para Lot todo habrá transcurrido en una especie de sueño o duermevela, y en sueños, todo se vale, hasta el incesto, el cual a su vez es otro leitmotif de la Biblia.

Si los sodomitas no lograron violar a los ángeles, la violación es —tristemente— otro leitmotif de este libro fundacional. Dina, la única hija de Jacob, el patriarca, es violada por Siquem, natural de la tierra adonde los hebreos han llegado con Jacob. Después de la violación, curiosamente, Siquem se enamora de Dina, pero no sabemos qué opina Dina al respecto. Total… Siquem va con los hermanos de Dina y les pide su mano. Éstos ocultan su ira y los convence de que no hay problema: sólo deben circuncidarse absolutamente todos los hombres del país. Y lo hacen, pero al tercer día, cuando el dolor está en su mayor intensidad, dos de los hermanos —Simeón y Leví— llegan hasta los recién circuncidados y, tomándolos desprevenidos, los pasan a todos por espada. No queda uno vivo. Y se llevan de botín todo, incluyendo niños y mujeres. Jacob entra en shock con lo que sus hijos han hecho; sabe muy bien que se trata de una salvajada imperdonable.

El onanismo y la prostitución tenían que figurar también en algún lugar prominente de Génesis. La palabra onanismo proviene del nombre propio Onán, hijo de Judá, hijo de Jacob. El primogénito de Judá, Er, era malo en los ojos de Dios, y murió. Por la Ley del Levirato —una especie de seguro de vida para viudas y huérfanos— Onán debía casarse con Tamar, viuda de Er, y darle descendencia en nombre del hermano fallecido. Lo hace, pero en lugar de eyacular dentro de la vagina de Tamar, vierte su semen en la tierra. Esto enciende la ira de Dios, pero no tanto por el desperdicio de semen sino por el egoísmo tan miserable de Onán, que no quería dar descendencia a su hermano. El placer de la masturbación no viene al caso, como los catequistas actuales quisieran hacernos creer.

Y es Judá mismo —en un hermoso cuento intercalado entre las historias de José, el penúltimo hijo de Jacob— el que se enreda con quien él cree es una prostituta. Como Judá, después de la muerte de sus primeros dos hijos no quiso dar a Tamar al tercero por miedo de que éste también muriera, la manda lejos a pasar su viudez. Pero Tamar, conociendo a su suegro, y sabiéndose merecedora de descendencia, se disfraza de ramera y se coloca donde sabe que Judá va a pasar. El suegro, al verla, le pregunta Cuánto, llegan al precio, pero como el hombre no lleva un cabrito encima, ella acepta en prenda su sello, cordón y báculo. Luego concluyen la operación. Judá se retira, Tamar vuelve a vestirse de viuda y nunca vuelve. Judá no la encuentra para entregarle el cabrito, pero le dicen tres meses después que Tamar está encinta, y éste monta en cólera y declara que debe ser quemada, y cuando se la presentan, dice ella que el dueño del sello, el cordón y el báculo que en ese momento presenta, es el padre de su hijo. Judá reconoce su propia maldad al no dar a Tamar, como marido, a su tercer vástago. Y Tamar no tiene uno sino dos hijos: Manasés y Efraín. Ahora, por desgracia, ni tiempo da de contar una de mis historias favoritas: el acoso sexual de que la mujer de Potifar hace objeto José… Pero es una historia sumamente inquietante, y si quieren, después les cuento.

Al leer con cuidado los episodios de Lot, de Onán, de Judá y Tamar, de la mujer de Potifar y José, nos damos cuenta de la enorme potencia de la sexualidad y cómo la Biblia no la soslaya ni le tiene miedo. No emplea eufemismos, y por otro lado tampoco se regodea en detalles. Los narradores bíblicos —más lacónicos que prolijos— saben que la gente, al escuchar estos relatos a veces minimalistas, los irá recreando a su propia imagen y semejanza, y que con su lectura —es decir re-creación personal y única— terminarán dando vida a los personajes.

Entre estos hombres y mujeres no hay ni uno perfecto. Algunos exudan sexualidad, mientras que a otros apenas les interesa, o llegan a dominar sus instintos de tal manera, que no hay historias que contar sobre ellos. Pienso en Isaac, por ejemplo, hijo de Abraham. Su gran momento fue el día en que su padre no lo sacrificó, como Dios le había pedido. Jacob es mucho más personaje porque se nos antoja mucho más humano, con múltiples facetas que podemos seguir explorando, sobre todo frente a sus hijos, e hija…

Alrededor de estas figuras hay más de dos mil años de tradición hermenéutica. Aquí he esbozado sólo algunas de las ideas con las que he debatido conmigo mismo durante la mayor parte de mi vida consciente. He leído repetidamente y con entusiasmo el libro de Génesis, y sé que aquí aún queda mucho por explorar dentro de este y muchos otros temas. Pero también queda por revisar los demás libros sagrados, sobre todo Éxodo, Samuel 1 y 2, Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, Job, Esther y Rut, que siempre han sido mis favoritos. Cada vez que los releo —y aquellos que todavía no incorporo a mi canon de preferidos—, encuentro nuevas perspectivas que son capaces de cambiar mi propio punto de vista. Y esto es lo que más me fascina de la Biblia, y de toda gran literatura.

 

 

viernes, 26 de septiembre de 2008

La aventura más grande









NO SÉ CUÁNTAS personas recuerden las primeras palabras que pudieron leer, la sensación que las invadió cuando lograron descifrar con ojos propios su primer poema, su primer cuento, su primera novela… Para casi todos esto ocurre en la infancia y primera juventud, pero la sensación de maravilla —de conquista— también ha de ser deliciosa para el adulto que por vez primera entra en el mundo de la lectura, donde todo es posible.

Recuerdo que estaría yo frisando los cinco años cuando me cayó el veinte: que juntando letras, se formaban palabras; que juntando palabras, se transmitían mensajes. No sé cómo habrá sido en realidad, pero según lo que tengo almacenado en la memoria, mi transición de no lector a lector asiduo no pudo haber tardado más que un par de semanas. Quería leerlo todo y me daba de topes contra muchas paredes porque la mayoría de los textos que me encontraba, no los entendía.

Aún recuerdo una escena en la cocina de mi casa en Elizabeth, New Jersey. Tendría cinco años. Intentaba descifrar un artículo de periódico, sin suerte. Nomás no comprendía. Vi una oración que hablaba de la palabra “-ing”. Así, con guion antes de las tres letras. Le pregunté a mi mamá —quien era maestra de escuela— qué significaba la palabra ing. Se rio de buena gana y me pidió que se la enseñara. Después me explicó que se trataba de una terminación que indicaba el tiempo progresivo, como en walking, running, singing. ¡Oh, maravilla! Descubrí que las palabras podían tener terminaciones que condicionaban y revelaban su uso y significado. Eso de leer se volvía cada vez más interesante

Ahora sé que el único obstáculo entre la ignorancia y la comprensión es el desconocimiento del significado de las palabras. Cuanto más términos entendamos y podamos emplear justamente, más podremos comprender la fenomenología del universo y expresar nuestro sentir y pensar. Los libros son la llave porque esperan pacientemente nuestra llegada, van a nuestro paso cuando los encontramos, se nos abren cuantas veces sea necesario y nos recomiendan a miles más para ir completando el panorama, que es —para decirlo pronto— infinito.

Habré caído muy gordo a mis compañeros de clase en la primaria porque en cuestión de días leía de cabo a rabo los libros de lectura que nos entregaban. Y luego me aburría. Por eso pedía permiso de ir a la biblioteca, y de ahí sacaba todo: biografías de beisbolistas, novelas de aventuras, antologías de poesía (me encantaba la rima)… La primera novela que leí completa, la encontré en mi casa, al azar: To Kill a Mockingbird (“Matar un ruiseñor”), de Harper Lee. Tenía nueve años y fue la revelación más grande de mi vida. De ahí fui imparable, pero no selectivo. Ahora digo por fortuna, pues me enteraba de las cosas más raras y maravillosas, y nada académicas.

Creo que abandoné la niñez cuando leí Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, a los 12 años. Me cautivó a tal grado que tuve que leerlo dos veces seguidas. Cuando terminé de leer el último párrafo, simplemente volví al principio para empezar de nuevo, pero ahora para saber cómo le hizo el autor. Esto no volvió a ocurrir hasta que leí El rojo y el negro de Stendhal.

Pero, en realidad, lo más importante que descubrí fue que la niñez nunca se acaba si uno tiene la mente y los ojos abiertos. Yo sigo sintiendo la misma emoción cuando abro un libro, como siempre que inicio una nueva aventura.

martes, 23 de septiembre de 2008

Decadencia y caída de la antigua ciudad literaria

Leí este texto en el marco de la Feria Internaciona del Libro Universitario de la Universida Veracruzana en Xalapa, Veracruz, el sábado 20 de septiembre.


Para Magda Díaz, con agradecimiento

YA NOS HEMOS acostumbrado a vivir en un estado de confusión constante. Casi nada de lo que era normal hace 20 años lo es ahora, y nadie sabe qué será normal dentro de 20 años. Hace dos décadas Internet se escribía con mayúscula y poquísima gente sabía de qué se trataba. Sus orígenes datan de mediados de los años 60, cuando varios investigadores empezaron a proponer la creación de nodos de intercambio de información digital, o packet switching —el intercambio de paquetes o bloques de datos— de modo que información de calidad pudiera ser compartida simultáneamente entre diversos usuarios.[1] En 1969 se hizo realidad el ARPANET,[2] y tres años después ya existía el correo electrónico.

En 1977, mientras hacía mi maestría en la universidad de Rutgers en Nueva Jersey, empecé a usar esta red, sin darme cuenta cabal de que se trataba de eso, cuando el poeta, investigador y novelista —entonces argentino y después naturalizado mexicano, que en paz descanse— Luis Mario Schneider me pidió que lo ayudara a compilar la bibliografía completa de Octavio Paz. Debíamos trasladarnos al Departamento de Ciencias de la Computación, en Highland Park, en cuyo edificio central tenían una computadora gigantesca escondida donde nadie pudiera tocarla y echarla a perder.[3] Nosotros tecleábamos frente a unos monitores horrendos con letrita verde. No había acentos ni eñes ni nada por el estilo. Uno metía la información y luego podía pasar por el print out.

Cuando volví a encontrarme con la red, ya existía la computadora personal. El ARPANET ya se llamaba Internet y estábamos a la mitad de los 80. Uno podía accesar la red mediante sistemas de BBS, o bulletin board systems, manejados gratuitamente por entusiastas de la nueva tecnología. Ya desde entonces había precursores del chat actual, los foros de discusión, que también eran la simiente de los blogs. En aquellos foros se discutían temas muy variados, y cuando reinaba cierto decoro, uno podía aprender mucho de las polémicas que allí se desataban.

Pero en aquel entonces los módems eran muy lentos (1,200 y 2,400 baudios) y había que gastar una llamada telefónica para conectarse. Cuando había mucho ruido en línea, se perdía la conexión espontáneamente. Yo tuve mi primera dirección electrónica en un BBS que se llamba PiX —que era una red “entre cuates”—, por 1990, y luego me enteré de la empresa Spin, de Javier Matuk y Jorge Kobeh, una de pioneras de BBS profesionales, que apenas era empresa (de tan pequeña que era) y que más tarde, cuando ya era rentable, fue engullida por una de las grandes que llegó tarde al escenario y que buscaba comercializarlo todo.

Si bien es cierto que estuve entre los primeros usuarios nerds del internet en México en aquellos tiempos legendarios, es también verdad que estaba prácticamente solo entre los escritores que usaban el internet para comunicarse, enviar y recibir trabajos. Casi todos los entusiastas de aquel internet eran tecnófilos, gente que armaba computadoras en su tiempo libre, que manejaban de bits y bytes como nosotros hablábamos endecasílabos o puntos de vista. Que yo sepa, en aquel entonces sólo éramos Bernardo Ruiz, Mauricio-José Schwarz —quien ahora vive en Gijón, España—, Rafael Menjívar —quien se ha reubicado en su natal San Salvador— y José Rafael Calva, quien ahora descansa en paz tras una larga estadía en Washington, D.C., situación que lo movía a integrarse a todo aquello: la necesidad de estar en contacto con el terruño.

De mí se burlaban los demás escritores cada que podían. Me veían como si fuera marciano cuando les preguntaba si tenían correo electrónico. Insinuaban —o de plano afirmaban— que escribir en computadora era una manera de trivializar la literatura, de deshumanizarla, que ellos jamás harían eso, que se quedaban con sus fieles máquinas de escribir, eléctricas por supuesto. Estas críticas nunca me hicieron mella. Yo sólo sonreía y decía sí sí sí. Sabía muy bien que tarde o temprano se darían cuenta del tiempo que desperdiciaban pasando las cosas en limpio después de cada corrección, y haciendo copias fotostáticas.

La verdad es que no me integraba del todo al nuevo estilo de trabajo porque me chocaba tener que poner manualmente las tildes a mis artículos, traducciones y poemas. Pero muy pronto empezó a haber programas nativos que nos daban la posibilidad de escribir correctamente. Fui uno de los primeros compradores y usuarios de ProPalabras, por ejemplo. Luego llegaron programas gratuitos, como PC-Write, que también ofrecían caracteres propios del español. Después llegó WordPerfect y lo demás es historia.

Tardaron unos 20 años en popularizarse los blogs simplemente porque no había masa crítica. A fines de los 80 era excitante entrar a ver los catálogos de las bibliotecas conectadas a la red, pero no había mucho más que hacer. Éramos muy pocos. Las computadoras seguían siendo básicamente de caracteres sin nada de imágenes. La gente suele olvidar eso. Para que la PC se volviera amable para el usuario común, había que esperar velocidades de procesamiento muchísimo mayores. Para decirlo pronto, a pesar de que ya estaba todo para que pudiera haber blogs literarios —y de todo tipo—, la PC seguía siendo juguete de aquellos que se sentían cómodos con puras letras y números. Cada vez más escritores se convertían a la causa, con lo cual me sentía reivindicado, pero la principal vía de publicación seguía siendo el papel, el universo de los libros, periódicos y revistas (lo que llamaré de aquí en adelante, los LPR).

Con el advenimiento masivo de cableado de fibra óptica y las consecuentes bandas más anchas, aunado al siempre creciente poder de procesamiento, llegó el primer navegador gráfico, el ViolaWWW, en 1992, y luego Mosaico, en 1993,[4] programas que nos entregaban el internet en una forma más amable para quienes acostumbraban leer palabras acompañadas de imágenes… como en un periódico o revista. Al principio estos programas  eran francamente lentos y torpes, pero se les notaban las posibilidades. Los iniciados ya éramos expertos en mandar jpg y paquetes de imágenes en archivos zip, pero nos parecía sumamente atractivo poder combinar, simultáneamente, palabras e imágenes. ¿Pero quién iba a leer eso? Seguíamos siendo tres gatos. Tal vez cuatro…

De cinco años a la fecha la blogósfera se ha poblado como los fraccionamientos rodean a las grandes ciudades. Estas grandes ciudades son los libros, periódicos y revistas —los LPR— pero hay algunos fraccionamientos, es decir blogs e incluso portales, que rivalizan e incluso mejoran a las ciudades, que ya han entrado en cierta decadencia. Estamos precisamente en el momento cuando uno duda entre vivir en la ciudad o en los suburbios de la blogósfera, entre si debe vivir en una y visitar la otra, o viceversa.

Desde que empecé a publicar en periódicos y revistas en 1978, he sido ferviente defensor del papel de éstos en la vida cultural de México. Yo vivía, definitivamente, en la ciudad. Pero en mayo de 2007, con la sensación de que había más lectores potenciales fuera de las urbes literarias establecidas, que dentro, lancé el primero de mis dos blogs, la Caja Resonante. La respuesta fue avasalladora. Sentí que nunca había tenido tantos lectores, tanta retroalimentación.

Aun con mi compromiso de publicar un artículo semanalmente en Laberinto del periódico Milenio, desde entonces hasta hace poco, dedicaba aún más esfuerzo a dar salida a mis ideas —e incluso retomar escritos viejos para actualizarlos, mejorarlos o rebatirlos con nuevos puntos de vista— en mi blog. Y a partir de marzo de este año publico otro, Redacción sin Dolor, el cual —basado en mi experiencia como maestro y autor del libro homónimo—, trata exclusivamente de cómo hablamos y escribimos el idioma español. Así, cuando José Luis Martínez me avisó que me quitaba mi espacio en Laberinto (ya me había recortado a entregas catorcenales), ni me inmuté. Sabía que pronto iba a mudarme de manera definitiva a la blogósfera, y que sólo visitaría a la gran ciudad de vez en cuando. Por tantos compromisos que he tenido, debí espaciar drásticamente mi participación en la blogósfera, pero ahora podré volver con nuevos bríos y mejor ánimo.

Aquí en la blogósfera el aire está limpio, no hay tráfico y uno puede circular a sus anchas sin presiones ni temor de que lo secuestren o quieran vender una tarjeta de crédito, que es casi lo mismo. Se supone que en la gran ciudad literaria hay filtros sabios en todo lo que se publica, de modo que si compramos un libro, una revista o un periódico, vamos a encontrarnos con un producto de calidad. También se supone que la blogósfera es una especie de Dodge City, el Wild West de la literatura, donde lo mismo se publica basura que pensamiento serio y creación que realmente vale la pena, pero que es difícil hallar lo segundo, mientras que lo primero abunda. Esto no es cierto. Hay tanta basura en la gran ciudad como en la blogósfera. La diferencia está en que uno diseña su propia blogósfera, mientras que debe tragar camote si compró un libro que resultó un fraude, o si los suplementos se llenan de puros avances de editoriales españolas, que buscan publicidad gratis y enriquecerse a costillas de sus ex colonias.

En las grandes ciudades literarias actuales, la crítica brilla por su ausencia. En los 70, 80 y todavía en los 90, en cambio, había secciones enteras dedicadas a reseñas serias, no el copy dulzón que actualmente pasa por crítica literaria. Nos va un poco mejor en las revistas impresas, pero son pocas las independientes —y difíciles de conseguir—, y las de marca ya son comerciales y las regentean los mismos grupos antagónicos, un poco disfrazados, pero siguen creyéndose tan indispensables y divinos como los epígonos de Octavio Paz y Carlos Monsiváis en los años 70. La verdad, da risa la arrogancia de estos citadinos. Los blogueros les están comiendo el mandado, y aquéllos, ni en cuenta.

Si uno tiene tantita paciencia, muy pronto encontrará en la blogósfera páginas y páginas repletas de creación y crítica de primer nivel, sin la necesidad de jefes de redacción cansados, editores corruptos o compadres dispuestos a aguar la sopa de las ideas. Eso sí: uno debe formar su criterio, aprender a separar el trigo de la cizaña. Pero hay tanta cizaña allá, en la ciudad, como acá en las provincias blogosféricas.

La enorme ventaja del blog literario, frente a las publicaciones tradicionales, está en que el autor vuelve a estar en contacto con sus lectores. Nada hay más grato que recibir los comentarios inmediatos de alguien que se tomó la molestia de leer a uno. A veces pueden ser groseros, porque hay gente que aún no aprende modales, a decir gracias, con permiso y por favor. Piensan que las ideas viven independientemente de los seres humanos que las producen. Es fácil insultar a alguien que les resulta invisible, a quien no se conforma con el prejuicio de uno, y —además— por internet es gratis. Si estos maleducados quisieran insultar a un columnista de la ciudad literaria, tendrían que firmar con su nombre y poner su dirección postal. O, en su defecto, deberían comprar su propio espacio. Pero eso da mucha flojera.

Por otro lado, están todas aquellas personas de las cuales nunca sabemos nada. Gente de a pie que se topa —tal vez al azar o accidentalmente— con nuestros artículos, ensayos, poemas, cuentos o novelas, y con mucho respeto nos hace saber si le gustan o no, si está de acuerdo o no. Con frecuencia nos hacen recomendaciones de otras lecturas que han encontrado en la red, o en los LPR. Gracias a mi blog, me he reencontrado con antiguos alumnos y amigos de los cuales había perdido la pista.

Y gracias a mi blog estoy aquí, adonde vengo a conocer en persona —por primera vez— a Magda Díaz, cuyas Apostillas Literarias han sido una revelación. A diferencia de lo que ocurre en la gran ciudad literaria, la gente de la blogósfera suele ser muy generosa, abierta. Uno, en su blog, anuncia y comenta otros blogs que considera valiosos, que realmente aportan. Como no nos mueve la pecunia, la competencia se reduce a tratar de dar lo mejor de lo que uno tiene, de lo que uno es, y de compartirlo con todo aquel que tenga la paciencia de acercarse. Así, uno construye su propia red de lecturas y referencias, una red que va formándose y reformándose de manera constante. Y uno forma parte de esa red. Así, la blogósfera es un lugar realmente democrático. Sólo hace falta tener ideas y el deseo, amén de la capacidad, de expresarlas públicamente a fin de participar en un gran diálogo literario y artístico.

Nuestro contacto con los del otro mundo —el de los LPR— debe ser cordial e igualitario. Vamos a darles la oportunidad de volver a ponerse a la altura. Después de todo, somos liberales y de amplio criterio. No hay nada como un buen libro impreso que uno pueda llevarse a la cama a leer. No hay nada como degustar un poema o un cuento dentro de un libro bien impreso en papel de calidad. Y podemos atesorar nuestros libros en bibliotecas, donde estarán a salvo de los embates del tiempo, durante un buen rato por lo menos… Nada de esto está peleado con la inmediatez del convivio entre lectores y escritores. Las ideas mejoran y maduran gracias a ese diálogo, el estira y afloja de coincidencias y discrepancias. Esto es de agradecerse en un mundo con frecuencia hostil, donde hay que luchar constantemente contra el tráfico, la contaminación, la inseguridad y la falta de tiempo.

He descubierto que la mudanza a la blogósfera me ha limpiado un poco la cabeza. Así puedo volver al otro mundo, a los LPR, con mayor calma y goce. Es como el Centro Histórico sin esa plaga cancerosa de vendedores ambulantes. Regresamos para descubrir la belleza de aquellas calles, a disfrutar nuestra historia y a trazar un futuro que nunca nos habíamos imaginado. Las fronteras entre la gran ciudad literaria y los suburbios electrónico-digitales se están borrando. Se están retroalimentando. Nos estamos flexibilizando. Los blogs literarios deben llevar a los lectores de vuelta a los libros, y los libros deben estar nutriendo a la blogósfera diariamente. Estar en este momento de crisis, de cambio en fondo y forma, es nuestro privilegio. Bienvenidos al futuro.



[1]The Internet Society. “A Brief History of the Internet”. Barry M. Leiner, Vinton G. Cerf, David D. Clark, Robert E. Kahn, Leonard Kleinrock, Daniel C. Lynch, Jon Postel, Lawrence G. Roberts, Stephen Wolff. http://www.isoc.org/internet/history/brief. shtml. Revisión más reciente: 10 de dic. de 2003.

 

 

[2]Advanced Research Products Agency. El primer nodo fue creado en UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles. El segundo, el SRI, Stanford Research Institute. Se agregaron dos más ese año, 1969, para un total de cuatro nodos: la Universidad de California en Santa Barbara y la Universidad de Utah. Con rapidez, fueron agregándose más nodos. En octubre de 1972 el ARPANET tuvo su primera presentación pública, en la International Computer Communication Conferencia (ICCC), y también en 1972 se introdujo una nueva aplicación: el correo electrónico. Idem.

[3]Mi laptop actual, de menos de un kilo, tiene mucho más poder de cómputo que aquella gigante.

[4]“Mosaic”. Wikipedia. La Enciclopedia Libre. S/f. http://es.wikipedia.org/wiki/Mosaic