viernes, 17 de agosto de 2007

Sufrir con Tolkien

CUANDO TENÍA 15 AÑOS leí The Hobbit de J.R.R. Tolkien. Me fascinó. Pero la lectura de peso completo aún estaba por delante. En aquel entonces ya circulaban los tres tomos de The Lord of the Rings en una edición de bolsillo publicada por Ballantine Books, pero para mi buena suerte, el Book of the Month Club ofrecía la novela de Tolkien en tres tomos empastados, con camisa y su caja. Mi madre era socia, así que le entregué el dinero y en unas semanas, tal vez las más largas de mi vida, me llegaron los libros.

Lo primero que hice fue meter la guarda de cada tomo a mi máquina de escribir y teclear mi nombre, en altas, y la fecha: 23 de octubre de 1969. Difícil de creer. Luego compré tres juegos del plástico que usan las bibliotecas en Estados Unidos para forrar todo lo que va a sus anaqueles, y —de manera religiosa— los protegí. Así, todavía tengo mis tres tomos de The Lord of the Rings en perfecto estado, a pesar de que probablemente sean los libros que más me acompañaron, que más estrujé, con los cuales más sufrí y gocé durante mi primer año de preparatoria. Me metí tanto en ese mundo que memoricé y aprendí a dibujar perfectamente las runas, y le pedí a un amigo pintor —otro fan de los hobbits— que hiciéramos un mural de Middle Earth (la Tierra Media) en mi recámara. Yo fui su asistente, sólo que yo no sé pintar. Rellenaba las formas que mi amigo me dejaba. Cuando mi madre vendió esa casa tras el fallecimiento de mi padre, la vendió con todo y mural…

Recuerdo aquel jueves 18 de diciembre de 2003, cuando asistí con mi esposa, Josefina Estrada, a una proyección de la película The Return of the King (“El retorno del Rey”), la tercera entrega cinematográfica del director Peter Jackson. Dura tres horas y 20 minutos. Josefina no es entusiasta ni de las novelas ni de las películas de aventura, pero aguantó muy bien ésta y las primeras dos entregas. Nunca leyó la novela, ni siquiera en español, cosa que entiendo muy bien. Cada vez que veo la traducción, la abro, arqueo la ceja, frunzo el ceño y pienso para mis adentros “Qué locura traducir a Tolkien. Tarea imposible, pero qué esfuerzo más loable, aunque sea un fracaso monumental”. Cierro el libro. La poesía es imposible de traducir, pero la prosa también es poesía. Las imágenes son poesía…

Cuando yo tenía 16 años, decían que se trataba de literatura escapista. Pero yo con ninguna novela había sufrido como con The Lord of the Rings. Para escaparme, dejaba de leer, pero luego me urgía otra dosis de sufrimiento…




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