lunes, 27 de agosto de 2007

Canibalismo cultural

Juan Ramón de la Fuente, rector de la UNAM

El término leer posee varios significados. La acepción más común tiene que ver con palabras, pero podemos leer también una partitura. Además, leer significa comprender, interpretar o descifrar. Por eso Rodolfo Castro, autor del libro Las otras lecturas (Paidos), afirmó alguna vez en entrevista con Carlos Paul (La Jornada, 4 de enero de 2004) que “La lectura, como actividad, deriva de muchas otras lecturas, entre las que se encuentra, por supuesto, la de libros, pero también la de la realidad que nos rodea”.

Hasta aquí vamos bien, pero más adelante en la entrevista empieza a haber problemas: “Desde la Conquista hasta la fecha el que no sabe leer es considerado un enfermo, al que hay que curar, como si las personas no pudieran ser valiosas aunque no leyeran libros. Entonces se hace un trabajo de promoción de la lectura concentrada en formar lectores de libros, pero desde una idea mezquina, despreciando las maneras en que una persona percibe la realidad y cómo se relaciona con el mundo”.

¿Quién dijo que las personas dejan de ser valiosas si no saben leer libros? Nadie, que yo sepa. Castro continúa: “No estoy en contra de los planes de fomento a la lectura, pero creo que son limitados y están generando el efecto contrario. […] El gobierno federal promueve sólo libros, como si eso únicamente fuera la lectura. Para llegar a ellos se tiene que respetar las otras lecturas que hace una persona al vivir su realidad. Se tiene que respetar desde las expresiones populares de un joven urbano, hasta la cultura y forma de organización de una comunidad indígena”.

Creo que aquí hay un malentendido o está cometiéndose un acto de canibalismo cultural. Está claro que leemos todo tipo de situaciones, ¿pero qué tiene que ver esto con el gravísimo problema de la poca lectura de libros en México, lo cual redunda en atraso social, cultural y educativo, con todo lo que aquello acarrea? Como Castro, jamás comulgué con el programa gubernamental “Hacia un país de lectores”, pero no porque deje de tomar en cuenta “las otras lecturas” sino porque fue casi pura palabrería. No pretendamos minimizar un problema real de alcances sociales incalculables —la ignorancia— al confundir la lectura de libros con otras habilidades muy encomiables como leer “la realidad”. Son dos fenómenos muy diferentes emparentados por un solo vocablo, pero si sabemos leer la realidad, nos daremos cuenta de por qué es imprescindible que todos leamos libros: potencian exponencialmente las capacidades de cada quien.

Y hoy, 27 de agosto de 2007, aparece en la página tres de La Jornada un reportaje de Emir Olivares Alonso con un reclamo tan severo como justo de Juan Ramón de la Fuente, actual rector de la Universidad Nacional Autónoma de México: “De la Fuente […] alertó que con la política actual pareciera que el país quiere continuar al margen de la sociedad y la economía del conocimiento, pues se carece de una política educativa y una visión de Estado a mediano y largo plazos.

“Dicha política de Estado en materia educativa, subrayó, debe basarse en transformar a la educación en un verdadero instrumento de capilaridad social, con lo que se ayude a México a salir del rezago en el que se encuentra”.

La lectura de libros, a diferencia de “las otras lecturas” (que en sí no tendríamos por qué despreciar), es la que nos lleva a que se dé esta “capilaridad social”, la posibilidad de que —gracias a la asimilación de conocimientos— los seres humanos puedan ser más completos, con mayor capacidad de entender su entorno y los hechos que nos han formado como especie y como cultura. Eso es lo que los hace subir en la sociedad donde les ha tocado nacer, no necesariamente en la escala social o económica (aunque esto no sería nada deleznable) sino en cuanto a su punto de vista: el que lee tiene mayor perspectiva, un promontorio, un lugar cada vez más alto desde el cual contemplar y comprender todo aquello que lo rodea. Quienes no leen libros, o quienes sólo leen los materiales de la “cultura popular”, se limitan trágicamente. Y quienes no leen nada, están —a estas alturas— perdidos de veras.

1 comentario:

Magda Díaz Morales dijo...

Me gustaría mucho saber si Juan Ramón de la Fuente posee una política educativa que pueda mostrar para que la veamos todos, y, además, entregarla, obviamente no de boca nada más (palabras que suenan politicamente bonitas para tanto crédulo), sino por escrito, a ese Estado que critica. Sería fabuloso, ayudaría a todo mundo.

Dice que debe basarse en "transformar a la educación en un verdadero instrumento de capilaridad social". ¿Que es eso de "capilaridad social"? ¿más palabras bonitas sin sentido?

Con respecto al señor Castro, eso de "leer la realidad" aunado a "el que no sabe leer es considerado un enfermo, al que hay que curar", da hasta coraje ¿cómo dice tanto absurdo junto?

En fin, querido Sandro, que más decir...