viernes, 7 de septiembre de 2007

Un grito en el desierto

José de la Colina en Bellas Artes. Gran prosista, conocedor de la literatura francesa, inglesa, norteamericana y española, entusiasta del cine y agudo observador de la realidad cotidiana, contribuyó grandemente al auge de la cultura literaria mexicana durante la parte más fértil de la segunda mitad del siglo XX gracias a sus múltiples actividades como editor de revistas y suplementos literarios.

¿POR QUÉ NO es bueno que una editorial gigantesca ocupe el lugar de muchas pequeñas? La pregunta es legítima. Un economista diría que una casa editorial grande, con su capacidad mayor, puede realizar tirajes de decenas o centenas de miles de ejemplares que serían distribuidos en muchos países simultáneamente. Así la operación resulta más económica. Y sólo dan al público lo que pide. No se arroga el papel de normador de gustos. Lo que no se vende, se retira y se va a la guillotina, o se vende como saldo. Así, los editores aprenden de sus errores y poco a poco sabrán darle al público sólo aquello que funcione comercialmente.

Esta lógica es impecable, sólo que no funciona con los libros. Lo que se vende bien hoy, no siempre se venderá bien mañana. ¡Cuántos best sellers del pasado hemos olvidado por completo! Y no porque tengamos mala memoria sino porque son libros cuyo valor se opacó debido a su falta de universalidad. Pero éste es un mal menor, un mal perdonable, o ni siquiera es un mal sino un signo de salud. Lo terrible se da cuando el esquema funciona al revés, como de hecho sucede en la actualidad: un libro que posee valores universales puede tardar meses o incluso años para hallar a sus lectores porque éstos no leen como toman Coca Cola o comen papitas.

A veces compramos libros por impulso, pero la mayoría de las veces se adquieren porque alguien nos recomendó un título en especial. Para que esto suceda, el que recomendó tenía que haber leído el libro primero. Como hay miles de libros en cualquier librería, para llegar a ese libro y no otro, tuvo que destacarse por una o varias razones: porque tenía una portada muy bonita (esto sólo funciona hasta cierto punto, y principalmente en no librerías como Sanborns); porque el comprador leyó una reseña entusiasta o porque ya había leído otros títulos del mismo autor. Pero en última instancia, es la recomendación lo que funciona.

¿Cuánto tarda uno en leer un libro? Varía muchísimo. Desde un día hasta un año, según el libro y el lector. ¿Y cuánto tiempo transcurre entre que el libro aparece en librerías y que empieza a hallar a sus primeros lectores? ¿Una semana, un par de semanas, un mes o dos? Ahí está el problema: ya para entonces, los libreros con criterio de “gran editorial” ya devolvieron el libro. Por eso deben perseverar las pequeñas editoriales y las librerías que comprenden que los buenos libros a veces tardan para encontrar a sus lectores, pero los encuentran.

¿Alguien recuerda aquellos tiempos cuando uno podía recorrer toda Insurgentes, desde la glorieta de Chapultepec hasta San Ángel, y había una o dos librerías en cada cuadra, o casi? ¿Cuándo en cada colonia uno podía visitar varias librerías con diversos intereses y especialidades? Ahora vivimos en un desierto con unos cuantos oasis, casi todos sobre Miguel Ángel de Quevedo en Coyoacán. Pero al llegar a los oasis, las aguas que nos ofrecen son todas del mismo sabor… ¡De qué poca profundidad se han vuelto nuestros pozos!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sandro:
Qué buena imagen sobre la falta de diversidad en librerías: "¡De qué poca profundidad se han vuelto nuestros pozos!"
El mar de los grandes consorcios no nos ha ahogado, pero quiere obligarnos a beber solamente aguas superficiales.

Anónimo dijo...

Hola Sandro:
Estoy de acuerdo contigo, a mi me gustan las librerías, en las que puedes entrar, y ver, tocar, incluso hojear los libros, y no aquellas en las que casi tienes que pedirlos por "código de barras".
En lo personal me gusta regalar libros, porque a mi me gustan los libros y regalo solo aquellos que me parece que le pueden gustar a quien los va a recibir, pero... no todos piensan igual, algunos ni siquiera lo consideran como un posible regalo.
Y cuando voy a algun poblado del interior del Estado, me las ingenio para ir a la librería, si la hay, y alli encuentro, libros que ya no estan en exhibición en la ciudad capital y me maravillo por ello, pero también entiendo que los libreros requieren recuperar su inversión, sean autores, editores o vendedores.
Yo me hice aficionada a la lectura porque cuando me apropié del conocimiento que me permitió leer, mi mamá y mi papá pusieron una librería, me llevaban allí por las tardes, era un enorme placer descubrir los libros, pero sabes, las ventas eran escasas y las necesidades muchas, asi que un día, un triste, muy triste día tuvo que cerrar la librería.
Ojalá y pudieramos tener más lectores para que haya también más compradores de libros y el retorno de la inversión sea tan atractivo que muchos decidamos tener y ofrecer una librería.
Disfruta un excelente fin de semana.
Desde la tierra verde de cantera.
Lupita*