MUCHOS DESCONOCEN por qué es importante que los libros tengan un “precio único” —que cuesten lo mismo—, cómprense donde se compren. La lógica parecería favorecer el que los libreros cobren lo que les parezca conveniente. Si ofrecen precios más bajos, podrán vender más libros y ganar más dinero. en teoría así funciona, pero en Europa las autoridades culturales se dieron cuenta de lo que esto iba a provocar: al principio los lectores se darían cuenta de que los libros eran más baratos donde se ofrecían grandes descuentos, y dejarían de comprar en las librerías pequeñas de barrio, que antes había por centenas y que estaban muy bien dotadas: no sólo manejaban novedades y best sellers, sino catálogos completos de editoriales de todo el mundo de habla española.
Y así sucedió donde no se adoptó una ley de precio único: las pequeñas y medianas librerías, al no poder competir en precio empezaron a cerrar, una tras otra. Los compradores, como no apreciaban todo lo que aquellas librerías ofrecían, jamás se percataron del asesinato que cometían al abandonarlas. Esto ha sucedido en Estados Unidos, el Reino Unido, en México y en América Latina en general, todos los países donde se ha impuesto el modelo de comercialización norteamericana. Aquí el cierre masivo de librerías ha sido especialmente doloroso si tomamos en cuenta la urgencia que tenemos de poner los libros cerca de sus posibles lectores, pues hay cada vez más mexicanos que ni siquiera han pisado una librería.
Y después de los cierres, todos descubrimos el engaño del descuento, pues los precios tuvieron que subir sustancialmente para compensar los mayores descuentos que las librerías pedían a las editoriales, para seguir dando descuentos. En otras palabras —y como lo demostré en mi entrega del 12 de septiembre, los descuentos son ficticios, o sólo los hay en comparación con aquellos vendedores de libros que no dan ninguno, cuyos precios están súper inflados. Mientras tanto, las librerías tradicionales prácticamente han desaparecido.
Ni siquiera las grandes cadenas que ofrecen descuentos consideran que éstos sean del todo una buena idea, y los han reducido en lugar de aumentarlos. Pero no van a eliminarlos unilateralmente porque esto los pondría en desventaja frente a quienes los mantengan. La única manera de que bajen los precios de los libros, y de que renazcan las librerías más pequeñas que daban tan buen servicio y que abundaban en casi cualquier colonia, es de que se retome la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro —aprobada por ambas cámaras, y por unanimidad en el Senado—, la cual Vicente Fox, en una demostración más de sus pocas luces o de su infinito cinismo, vetó por considerar que iba en contra de la libre competencia.[1]
Toda la estructura comercial librera se desvirtuó a partir de la imposición del modelo estadunidense. Quienes argumentan en contra del precio único para los libros, alegan que ahora se publica muchísimo más que antes. Esto es cierto. Pero no dicen qué se publica, cómo, por qué y qué sucede después de la publicación.
Es fundamental hacer memoria: hace 25 ó 30 años una novedad duraba un par de años como tal en las librerías. Hoy en día, permanece un par de semanas o un mes a lo mucho. Se dedicaba un espacio moderado a mostrar las novedades y en el resto de las librerías —y había muchas— se ofrecían los catálogos completos, o casi completos, de muy diversas editoriales de todos los países de habla española. Recuerdo que durante la primera mitad de los años 70 entraba en la librería Hamburgo de Insurgentes, cerca de la glorieta donde atravesaba la Avenida Chapultepec, y revisaba todos los libros que publicaba Austral, Sudamericana y Monte Ávila, por ejemplo. Actualmente, Monte Ávila pasa por problemas muy difíciles como empresa paraestatal en Venezuela, y las últimas dos ya no existen.
Al imponer el modelo norteamericano, el capitalismo salvaje quiso tratar los libros como si fuesen cualquier mercancía. ¡Que se impriman y vendan sólo aquellos títulos que se muevan rápido y en grandes volúmenes! Así, en efecto, se llegó a imprimir muchísimos títulos de la llamada literatura basura de úsese y tírese. Gran parte consistía en libros de autoayuda y de seudo espiritualidad que buscaban aprovechar —y hasta crear— modas y modos de consumo. También su pusieron de moda los libros de escándalo político y de farándula. De todo esto se llenaban nuestros queridos Sanborns mientras las verdaderas librerías desaparecían. Cierto: numéricamente, se edita y se publica mucho más que antes pero la oferta es raquítica en términos de calidad. Hoy en día se publican buenos libros, pero hay que buscarlos con mucho cuidado, y como desaparecen muy pronto (y para siempre), habría que comprarlos todos, lo cual es imposible porque —además— son carísimos.
En este momento nuestros legisladores están enfrascados en mil peleas, pero hay que recordarles que tienen una asignatura pendiente: superar el veto de Fox a la Ley del Fomento para la Lectura y el Libro. México no puede seguir dándose el lujo de ocupar los últimos lugares del mundo en lectura. Estamos perdiendo competitividad en todos los renglones académicos y profesionales. Si los libros siguen sin formar parte importante de nuestra conciencia, jamás podremos ocupar el lugar que nos corresponde entre las naciones.
[1]Fue el único veto que ejerció durante su mandato. Técnicamente, Vicente Fox “devolvió” la ley para su revisión. Lo que deseaba que se revisara, fue precisamente el precio único: buscaba eliminarlo.
5 comentarios:
"Muchos desconocen por qué es importante que los libros tengan un “precio único” —que cuesten lo mismo—, cómprense donde se compren".
Otro grave problema para la formación de lectores es que las autoridades culturales insisten en crear elefantes blancos. No es construyendo megaedificios para bibliotecas, que después no se pueden mantener y ni siquiera terminar de instalar, para elevar el número de lectores sino dotando a cada biblioteca pública del país de buenas colecciones y equipos de computo, mantenerlas actualizadas y proporcionarles recursos para fomentar el gusto por la lectura. También es importante que contraten personal capacitado (bibliotecólogos de carrera), para administrarlas y atenderlas. No considerarlas como un lugar de castigo para la gente que no cabe en otro lado. Se necesita espiritu de servicio y ser el mismo bibliotecario un buen lector.
¡No podría haberlo dicho yo mejor!
BUeno, de repente empezaron a llegar a mi correo, mensajes del tal Sandro invitando a visitar su blog, no se que quiere decir, pero me aventuré a fisgonear ya que su propuesta para dar lectura a sus temas me resultaron inquietantes y aqui me encuentro sin saber quie es el tal SAndro
Eso de la lectura, pues debe ser algo que ha muchos nos interesa y a otros más y muchos mas me parece que no tienen idea, en Mexico sobre todo donde lo primordial es buscar el sustento a traves de lo que sea, vendiendo en la banqueta, en los pasillos y en los puentes peatonales, en la esquina, tocando puerta en puerta, en fin escondiendose de los vigilantes de los vagones del metro y otras peripecias que hay que librar para encontrar el pan de cada día, no puede haber cabida a un poco de lectura si al final de la jornada se quiere buscar dónde descansar despues de estar doblando las varillas de los pasos elevados, de mezclar la arena con el cemento, despues de atravesar la ciudad en medio de un tráfico infernal y lluvioso, puede ser que la lectura sea un buen descanso.
Esta es la primera vez que llego a tu blog via un amigo en messenger, excelente nota . . . espero que en la proxima feria del libro se toque algo al respecto.
saludos y hecha pá lante.
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