domingo, 23 de septiembre de 2007

Un grito desesperado

Secundaria número 4, Moisés Saenz, en Santa María la Ribera

En México tenemos un problema aun más profundo que las guerras de descuentos y la escasez de librerías. Mucho más preocupante es la escasez de padres de familia que lean a sus hijos, sobre todo porque los padres mismos no leen. punto. Nuestra cultura se compone de una compleja red de acciones y actitudes que aprendemos, muchas veces sin darnos cuenta, casi siempre por imitación. Desde nuestros gestos y ademanes hasta prácticas tan complejas y negativas como dar mordida. Sobreviven porque la cultura las tolera e incluso promueve. Y en años recientes, hemos aprendido a tolerar el que nuestros hijos no sepan ni quieran leer.

La educación universal ha sido, principalmente, una conquista de la clase media. Pero abarca también a los menos privilegiados y son éstos quienes más se benefician de una buena educación: los conocimientos adquiridos abren puertas, no sólo a buenos trabajos sino también a un mayor desarrollo humano en todos los sentidos. Pero nuestra clase media se está encogiendo —junto con la calidad de la educación pública— y, por lo visto, esto no es motivo de escándalo: nuestra cultura sitiada lo tolera. La llave de una buena educación no son los libros en sí —lo cual no deja de ser un simple lugar común— sino la capacidad de leer y de comprender lo leído. A mí no me deja de sorprender y asustar lo mal que leen —y lo poco que comprenden— muchos universitarios. Pero cuando me explican que a lo largo de su vida no han leído más de uno o dos libros por placer, lo comprendo. Sus padres nunca les inocularon el virus de la lectura, la sensación de maravilla ante los infinitos mundos que la literatura hace posible. ¿Qué hacer?[1]

Como profesor, obligo a mis alumnos a leer por placer. Valga la paradoja. Y este proceso debe iniciarse en el kínder, con educadores capacitados para leer en voz alta. Debe seguir en la primaria con maestros sensibilizados, capaces de transmitir su entusiasmo, no apenas fechas y nombres de corrientes literarias. Ésta es la cultura que nos falta, el caldo de cultivo donde nace y crece el gusto por la lectura, que conduce a la comprensión y el deseo de seguir leyendo, aprendiendo, descubriendo otros mundos y cómo funciona —o podría funcionar— el nuestro.

Si vamos hacia un país de lectores, urge crear un programa de capacitación de maestros. Desde que mencioné esto en una reflexión anterior (12 de septiembre), varios profesores me han confiado que —según ellos— esto es indispensable porque ni los maestros (por lo menos en su gran mayoría) acostumbran leer o saben leer bien. Pero después de los padres —a quienes ha fallado nuestra cultura educativa— están los maestros. No les fallemos a ellos también, y a nuestro futuro como sociedad pensante. Éste debe ser nuestro grito desesperado.



[1]La lectura de libros —buenos libros— es fundamental, pero no podemos soslayar la importancia de que los jóvenes posean la capacidad de leer diversas formas artísticas: la pintura, la música, la escultura, el teatro, la fotografía, el cine, la danza… En estos renglones estamos aun peor que la lectura a secas, la cual incluye —por supuesto— la literatura: novela, cuento, poesía, ensayo, crónica, testimonio, biografía, autobiografía…Esto será motivo de otra reflexión más adelante.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

ay, Sandro, estás chulo de guapote, y eres además reteprofundito, me haces empapar estas entrañas un poquitín desengrasadas por la falta de uso....

Unknown dijo...

Muchas gracias, pero no debemos olvidar que las apariencias engañan. En realidad, en lo que respecta a lo que escribí en esta ocasión, importa poco si me veo como Gollum o como Brad Pitt porque eso no borra el hecho desafortunado de que los padres de familia de niños de primaria no tienen la costumbre de leer, y así no pueden trasmitirla a sus hijos. De esta manera estamos criando generaciones de mexicanos relativamente insensibles a su historia y su propia sensibilidad. Eso sí me preocupa.

Unknown dijo...

Me agrada leer, pero no sé si lo hago por placer, por no aburrirme, por capricho o por obligación del trabajo.
Confieso que me cuesta mucho mantener atención, y más aún: retener lo que he leído.
Algunas veces he pensado que tengo algún problema de dislexia o déficit de atención, eso es cruel. Sniff.
En todo caso no sé si tomar entonces las horas invertidas en la lectura como horas muertas y mejor dedicarme a dormir la siesta o a comer helado.
Y mira que cuando voy a Gandhi, casi todos los fines de semana, siempre salgo con algún ejemplar. Por supuesto que no me voy al estante de las novedades, sino que me dirijo hacia los que se consideran clásicos.
Cuando estoy en la librería, no sé si sea el ambiente, pero las reseñas las digiero con gran ímpetu.
Siempre comienzo la lectura muy animada, pero conforme mis ojos pasan de página en página (y no lo digo en sentido metafórico, sino que así sucede), comienzo ha perder el hilo conductor de la historia.
Entonces, invariablemente tengo que regresar. Volver a "leer" y entonces siempre descubro, para mi desgracia, que no había leído nada, porque no recuerdo nada...

Anónimo dijo...

Ojalá y comentes lo que plantea Sandra. Eso sí me parece importante, porque el déficit de atención también es un obstáculo para leer. La falta de concentración -tal vez síntoma de la globalización- está presente en muchas sociedades y casi no se le toma en cuenta.
Seguro que tienes una respuesta y también una propuesta.

Saludos, Sandro.

José Carlos Guerra Aguilera dijo...

Chale...
Estimado Sandro... a éso yo le llamo deflectar.

Anónimo dijo...

...Qué bárbaro...
Escucharte hablar en la lengua Bergamasque me muestra profundidades que no aparecen en tus disertaciones.
Un aplauso final. Uno solo. Te lo has ganado.

f. dijo...

Aunque no te he leído pausadamente, te invito a que leas un poco de mis derrames cerebrales en: faviruz.blogspot.com

Espero que algún enunciado te agrade, amante de la buana letra.

Con respeto,

f.