martes, 4 de septiembre de 2007

Editoriales contra literatura

Ricardo Garibay (18 de enero de 1923-4 de mayo de 1999) es uno de los escritores que pudieron seguir publicando sus libros a pesar de que tardaron años antes de convertirse en "los clásicos del siglo XX"

Dibujo a lápiz de Rafael Hernández H.




El gigantismo en la industria del libro ha tenido consecuencias nefastas para la literatura, tanto aquí como en Estados Unidos y Europa. Antes había muchas editoriales. Unas cuantas eran grandes, y las demás eran pequeñas o medianas. Más importante, solían ser locales. Una editorial española editaba a autores españoles; una mexicana, a mexicanos… Había excepciones, desde luego, sobre todo cuando se trataba de un autor de mucho éxito o de gran valor. Pero la regla general era que los escritores publicaban en su país de origen; después, con el reconocimiento, brincaban a otros países e idiomas. Ahora, en comparación con hace 15 años, quedan pocas editoriales pequeñas y medianas, y casi todas las grandes son trasnacionales que prefieren vender exactamente lo mismo en todos los países de habla española: lo que tenga aceptación fácil y rápido. Ya “no hay tiempo” para que los libros encuentren a sus lectores. Una novedad en los años 70 y aún en los 80 duraba hasta dos años como tal. Ahora, un título con dos semanas de vida puede ser devuelto sin mucha ceremonia. Y muchísima gente jamás lo vio ni se enteró de su existencia.

Lo primero que desea una editorial grande es aprovechar la economía de escala: publicar menos títulos en tirajes mayores de obras de salida rápida. Bajan sus costos por ejemplar y aumentan sus ventas, pues arriesgan menos. Mas lo que es bueno para una mega editorial suele ser malo para la literatura y los libros en general: al evitar correr riesgos, al no apostar por la calidad sino por lo que reportará cuantiosos ingresos inmediatos, muchos libros de valor nunca ven la luz, pues no aseguran el éxito inmediato. Para garantizar doblemente este éxito, las trasnacionales gastan mucho en promoción, y para recuperar lo invertido, deben tirar y vender decenas de miles de ejemplares de cada título. De esto se desprende que los anticipos a autores y agentes son astronómicos, lo cual encarece aun más la edición. Todo esto lo termina pagando el lector en dos sentidos: a) el libro cuesta más. b) Hay muchísimo menos de dónde elegir; la oferta es raquítica y poco imaginativa, poco arriesgada; se ofrece —casi siempre— más de lo mismo, o peor…

Esto se origina en la falsa creencia de que los libros son como cualquier otro producto, pero no son cualquier producto, pues obedecen a necesidades completamente ajenas al consumo masivo. Sí satisfacen necesidades, pero éstas son del orden más bien intelectual, estético y anímico. Tardan para hallar a sus lectores. Más que un anuncio, requieren una recomendación personal. Esto puede tardar meses o años, y por eso no funcionan las librerías actuales como debieran. Éstas tratan los libros como si fuesen artículos de temporada, y —como ya he apuntado— suelen devolverlos después de unas cuantas semanas. Si las “reglas del mercado” actuales estuvieran vigentes hace 80, 50, 40 o incluso 30 años, hoy en día no conoceríamos ni a César Vallejo ni a Octavio Paz ni a Jorge Luis Borges ni a Salvador Elizondo ni a Gonzalo Rojas ni a Ricardo Garibay, amén de un largo etcétera de escritores que tardaron años para vender sus primeras ediciones: serían, según los criterios modernos, escritores fracasados, sin éxito y, desde luego, sin valor.


6 comentarios:

Cosme Álvarez dijo...

Sandro: Excelente Blog. De lo mejor que hay en la red. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Un saludo, Sandro. Felicidades por el texto y por el blog.

Magda Díaz Morales dijo...

Un excelente texto, querido Sandro.

Anónimo dijo...

El gigantismo en la industria del libro ha tenido consecuencias nefastas para la literatura, tanto aquí como en Estados Unidos y Europa.

Bernardo Ruiz dijo...

Máster Cohen:

Muy buena entrada. Felicidades.
Me gusta que demuestras que la base de la anarquía en el conocimiento se debe a editoriales cochinamente capitalistas.

Anónimo dijo...

Apreciado Sandro: Veo que los fenómenos son globales, en mayor o menos grado. La selección fundamentalmente comercial de los títulos no había afectado a las editoriales ecuatorianas, generalmente pequeñas y dirigidas a un lector no masivo (otra cosa es el criterio de selección...), proque solucionaban el problema trasladando los costos al autor o a un auspiciante (salvo algunas de origen extranjero o las que encuentran su público entre los estudiantes de colegio y universitarios). Hay en por acá una librería, de las dos o tres más grandes del país, que efectivamente devuelve los libros al cabo de uno o dos meses, a sabiendas de que laliteratura nacional necesita, a veces, años para la salida d eun puñado de ejemplares. La situación de las editoriales tiende a asimilarse a la universal: aparte del libro de ocasión, que toca escándalos o procesos electorales, por ejemplo, comienza a tener prioridad el escrito (novela o poesía) por una "personalidad" de la política o la televisión, quien sabe si de la farándula... A priori, nadie está exento de la posibilidad de escribir un buen texto, ni siquiera las reinas de belleza. Pero tú sabes que no es la calidad lo que se toma en cuenta en esos casos. Y prefiero no hablar d ela promoción en revistas, periódicos y otros medios de difusión masiva. En el Ecuadro, la llamada sección cultural (con una excepción, no en un diario "grande" precisamente) concede el espacio principal al espectáculo comercial, así se trate de un concurso de "misses" o un desfile de modas, para mencionar los extremos.

Cordialmente,
Bruno Sáenz