Vicente Quirarte, durante su discurso de entrada en la Academia Mexicana de la Lengua, el 19 de junio de 2003. Las Academias de la Lengua, a pesar de su mala reputación, intentan ponerse al día y a la altura. Aunque no se puede estar de acuerdo con todas sus propuestas de modernización ortográfica y gramatical, es innegable que han avanzado sensiblemente. Prueba de ello es su Diccionario panhispánico de dudas. En años recientes, además, el diccionario académico (DRAE), el caballito de batalla, se ha vuelto más actual, más vivo.
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El Panhispánico... incluye en su sección de gramática una breve discusión del problema sobre el cual discurro en esta entrada. Vala la pena echarle un vistazo. La incluyo en mi blog alterno, donde pongo textos de apoyo. Para accesarla (algunos dirían "acceder a ella", pero no me gusta), haga usted clic aquí.
La moda actual entre políticos y comunicadores de la radio y televisión consiste en asesinar el idioma español en aras de parecer feministas. Abundan hoy en día saludos radiofónicos como “¡Buenos días a todos los mexicanos y mexicanas que nos escuchan!”. Mas no sólo eso: la ripiosa repetición posee claros tintes demagógicos cuando se agrega a un discurso político o público: “Esta nueva línea del metro está diseñada para servir a todos los mexicanos y mexicanas…”. (¿A poco el metro también es para mujeres? ¡Yo no lo sabía!).
¿De qué se trata? ¿A todos estos políticos y locutores se les ha olvidado la gramática castellana? ¿Realmente creen que resulta sexista referir tanto a hombres como mujeres mediante adjetivos con la terminación plural masculina? ¿Pueden ser tan simples?
La regla del uso del idioma funciona así: uno, al referirse a dos fenómenos de género diferente, los agrupa y califica con un adjetivo masculino plural. Ningún gramático sexista inventó esta regla: forma parte de la estructura misma del idioma. Un ejemplo sencillo: “Compré el nuevo libro de Jorge Volpi y la revista Milenio que acaba de salir, y los dos son buenísimos”. El libro es masculino; la revista es femenina. Al calificar los dos mediante un solo adjetivo, buenísimos, usamos —sin pensarlo— la terminación os: buenísimos. ¿Cuál es el problema? ¿Alguien que no viva en un manicomio diría Son buenísimo y buenísima?
Sin embargo, a alguien se le ocurrió que debemos —al referirnos a seres humanos— distinguir entre hombres y mujeres, niños y niñas, cuando hablamos de una pluralidad que abarca a los dos géneros. Decir, por ejemplo, “Las niñas y los niños saben…”. Seducidos por el inglés —más bien impresionados por el poder del imperio y ganosos de convertirse en sus lacayos lingüísticos—, estos locutores desean imitar la frase boys and girls. Pero también existe children, lo cual es el equivalente de niños, no niños y niñas, en el orden que sea. Como nota a pie de página, en inglés es más común decir “boys and girls”, pues constituye una frase hecha muy del lenguaje oral. “Children” es un poco más formal. De ahí en fuera… no hay diferencia.
Con todo, hay un elemento de peso en su insistencia. A veces sí es recomendable hacer énfasis en que estamos hablando de seres humanos de ambos géneros. Cuando así ocurre, no estaría de más decirlo claramente: “Tanto los hombres como las mujeres en México deben darse cuenta de que…”. Así se evitaría el mexicanos colectivo, aunque no sé para qué querríamos hacerlo. ¿Estaremos condenados, de aquí a la eternidad, a brutalizar el idioma para ser políticamente correctos?
No creo que ninguna feminista crea realmente que al referirse colectivamente a mexicanos o franceses o arquitectos o políticos o cocineros o musulmanes o cantantes de ópera, sólo esté hablando de hombres.[1] Se trata de una cuestión social y no lingüística. Si antes únicamente había médicos hombres, ahora hay no sólo médicas sino también ginecólogas, gastrointerólogas, otorrinolaringólogas y mujeres dedicadas a muchas otras especialidades. Pero doctoras y doctores juntos son llanamente doctores, no doctores y doctoras. Referirnos a ellos (¿a ellos y a ellas?) como doctoras y doctores resulta enojoso, a menos que realmente tuviéramos una clara intención de señalar por alguna razón específica la importancia del sexo de los galenos (o de las galenas).[2]
No me cuesta mucho trabajo imaginar cómo sería nuestro lenguaje si todos y todas adoptáramos esta lógica: los escritores y las escritoras tendrían que tratar con sus editoras y editores, y hablar de las costumbres de las mexicanas y los mexicanos donde políticos y políticas deciden la suerte de los ciudadanos y las ciudadanas de todas las edades mientras las lectoras y los lectores deciden si les gusta lo que escribimos acerca de ellas y ellos.
Creo yo, humildemente, que si uno (o una) desea ser feminista y apoyar a la mujer, que empiece por hablar y escribir bien el español. Y, de pilón, que pague a sus trabajadoras el mismo sueldo que paga a los hombres por realizar la misma labor. Y que les dé las mismas oportunidades. Y que les ofrezca las mismas consideraciones, y mayores consideraciones cuando se trata de los cuidados de sus hijos; que eso beneficia a todos (por no decir todos y todas). Que no anden con mamarrachadas seudo lingüísticas. Lanzar ripios a diestra y siniestra es fácil. Pero ser realmente consecuente con una política de justicia para con los miembros del sexo femenino implica ir mucho más allá de una ridícula moda entre políticos y locutores de radio y televisión.
Y allí está el problema principal. Dudo que en sus casas estos políticos y locutores hablen de manera tan torturada como lo hacen en público. Pero no desean ser tildados de sexistas, y por eso nos torturan a nosotros. ¡A la goma!, digo yo… Que sus acciones hablen más fuerte que sus palabras, pero que sus palabras tengan sentido sin atentar en contra de la eufonía y lógica del idioma.
Una última nota al respecto. Todos los políticos y locutores adictos al doblegenerismo empiezan hablando de “mexicanos y mexicanas”, pero dejan de hacerlo muy pronto y revierten al plural masculino que incluye a lo femenino. Según ellos, paradójicamente, en ese momento ya habrían dejado de hablar de mujeres, sean niñas, adultas o ancianas, para referirse únicamente a hombres. Dejan de lado el doblegenerismo no porque repente se vuelven sexistas sino porque es cansado y molesto, por no decir mamón… pedante.
[1]Es curioso, pero los políticamente correctos no objetan los sustantivos plurales terminados en “es”. ¿Por qué? ¿Eso, según ellos, sí incluye a mujeres? ¿Por qué no decir “cantantes hombres y mujeres de ópera”, sólo para estar absolutamente seguros de que la gente entiende que se trata de ambos géneros? Ya entrados en gastos, ¿por qué no cambiamos la palabra para que refleje nuestra sensibilidad de género? ¿Por qué no decir, pues, “cantantos y cantantas”? Sería la solución perfecta. Yo ya hablo de poetisos y poetisas. ¡Hay que ser sensible!
[2]¿Galenes…?
7 comentarios:
Apreciado Sandro:
A mi juicio el “doblegenerismo” del que hablas tiene sus matices deleznables, mismos que en ocasiones son esgrimidos por las personas que tienen que ver con la política.
Creo que los hombres –viene una generalización en camino- no podemos apreciar la diferencia de este “doblegenerismo” ya que siempre hemos estado incluidos en él.
Yo quiero pensar que habría pasado si el plural fuera femenino y no masculino: ¿cómo nos sentiríamos todas?
Y el uso de “@” me parece de mal gusto, dicho sea de paso.
Te mando una abraza.
Supongo que si hubiera mil años de uso del femenino como plural general, no objetaría: ya estaríamos acostumbrados y no significaría que hacemos menos a los de sexo masculino. De veras. Pero tenemos más de mil años con el masculino plural para todos, pues heredamos la estructura del latín. Ellos, además, también tenían el género neutro, que ha sobrevivido en el español en "lo, esto, eso, aquello".
Sandro, estoy de acuerdo en lo que dices de que "ya estaríamos acostumbrados" y precisamente, dentro de otros puntos más, se trata de que esa costumbre deje de serlo. Es cierto que tenemos más de mil años con el masculino plural para todos, igualmente tenemos dosmil años con la religión católica y sus dogmas encima, y esto nada tiene que ver con que no pueda darse el cambio sino radical al menos responsable.
Por cierto, lo del "doblegenerismo", como tu lo llamas, no es exclusivo de los políticos, desde mucho antes ha sido polémica entre grupos académicos feministas.
Estoy absolutamente de acuerdo en que la cultura puede cambiar. Incluso los idiomas evolucionan, pero la gramática es lo que más tarda en evolucionar (a diferencia del léxico), y nunca evoluciona porque un pequeño grupo de feministas, machistas o quienes sean, DECIDEN que así debe ser. Evoluciona por necesidad, colectivamente. De ahí el rechazo a que nos refiramos a la humanidad --o al ser humano-- como "el hombre"; esto sí se presta a confusiones lamentables, con todo y que el DRAE defina "hombre", entre otras cosas, como "Grupo determinado del género humano", lo cual incluye a las mujeres.
Estoy en favor de la sensibilidad y el sentido común, pero totalmente en contra de que se martirice al idioma para cumplir con un programa de "sentirse santos políticamente" mientras continúan las mismas prácticas sexistas tan odiosas.
Totalmente de acuerdo: "nunca evoluciona porque un pequeño grupo de feministas, machistas o quienes sean, deciden que así debe ser". Hay que hacerlos a un lado y asumir que hay necesidad de cambiar muchas costumbres, asi tengan mil o dos mil años.
Y también de acuerdo en estar "en contra de que se martirice al idioma para cumplir con un programa de sentirse santos políticamente mientras continúan las mismas prácticas sexistas tan odiosas".
A veces es necesario especificar de lo que hablamos, hombres o mujeres, niños o niñas. Un ejemplo que me hizo refexinar en ello fue el caso de un título. Decía "Nueve niños mueren víctimas de...". Leyendo la nota especifica que de las nueve victimas sólo una era niño. Interesante me pareció desde entonces decir niñas y niños.
Si cuando los romanos -fueron los hombres, ¿no?- inventaron el latín decidieron ellos el plural masculino ya no aplica en algunos casos, entonces nos toca ahora todas y todos -me permito la puntualización- algo podemos hacer a favor de eliminar esta costumbre. No por darle "en el padre" al lenguaje, sino por cambiar.
Si según el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, “los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”, yo señalo una necesidad de cambio interno: a través del lenguaje y -en algunos casos- a pesar de él.
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