viernes, 18 de mayo de 2007

En el corazón del corazón de México


Consternación e incredulidad. Esto es lo que ha provocado en más de tres personas la información de que hace casi un año trasladé mi estudio desde Santa María la Ribera —oculto tras las oficinas de Editorial Colibrí— hasta la calle de Regina en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Y allí me fui con todo: libros acumulados desde la inauguración de la editorial (un poco más de mil, tal vez), dos pianos, un perro, muebles varios y la computadora en que esto escribo. “¡Pero por qué el Centro!”, me preguntan exclamando. “¡Es horrible!”, exclaman sin preguntar.

En México siempre andamos un poco atrasados de noticias. Algunos no se han dado cuenta, por ejemplo, de que los españoles perdieron la guerra de la Independencia, de que la Reforma se impuso sobre la Santa Iglesia Católica y de que Andrés Manuel López Obrador —con o sin los votos que ya nadie contará nunca— no es presidente de este país. De la misma manera, algunas personas no se han percatado de la profunda transformación que está celebrando el Centro Histórico. Mucho falta por hacer, pero calles y barrios enteros se han levantado gracias a la visión de algunos empresarios y políticos, aunada a las ganas de los nuevos y antiguos residentes de hacer de estas calles un lugar gozoso para vivir y trabajar (incluso para ejercer nuestro derecho a la flojera de vez en cuando).

Antes venía al Centro como turista, pero ahora siento otra cosa al caminar por Mesones, Bolívar, República de El Salvador, Uruguay, Venustiano Carranza, Palma, Gante, Isabel la Católica, Cinco de Febrero, Veinte de Noviembre… Aquí la gente se saluda todavía, como si fuera pueblo, y al mismo tiempo se siente una adrenalina parecida a la que uno experimenta en Greenwich Village o Soho, en Manhattan, o en Marais, a un lado del Sena en París. Van y vienen con ropa recién fabricada, colgada en tubos-percheros rodantes —igual que en el Garment District de Nueva York, pues toda el área de Pino Suárez y más allá sigue dedicada a la maquila de ropa que termina en tiendas de todo el mundo, incluyendo el inefable centro comercial Santa Fe. Si quienes compran allá se dignaran visitar el Centro Histórico, probablemente gastarían la mitad. Pero, en fin, para muchos el asunto es gastar lo más posible y que se note…

Acá también hay tiendas dedicadas a la música y los instrumentos con que se toca. Por desgracia, se ha puesto mucho énfasis en lo más comercial: teclados electrónicos, baterías e instrumentos para bandas que amenicen Quince Años, Bodas, Bar Mitzvahs, Primeras Comuniones, Circuncisiones, Divorcios, etcétera. Pero también uno puede hallar violines, saxofones, violonchelos, tubas, trompetas, triángulos, pianos, flautas dulces y transversales, contrabajos, oboes, clarinetes, violas, cornos ¡y todo un piso (el primero) dedicado a partituras en Casa Wagner, Bolívar 41! Por desgracia, falta muchísimo. Las Urtext de Henle Verlag y Weiner Editionen brillan por su ausencia, mientras que abundan las de Schirmer, que chafean sensiblemente, ¡pero uno se encuentra con cualquier cantidad de sorpresas agradables! Hasta ponen a la disposición un piano para que uno pueda tocar las partituras que desea comprar, antes de comprarlas. ¿Dónde se ha visto esto? En Sala Chopin de Santa Fe, no lo celebran mucho cuando uno se sienta a tocar sus pianos (a menos que uno tenga cara de mucho dinero), y no tienen una sola partitura. Eso sí: son un poco menos díscolos en la sucursal Condesa, y allá tienen Steinways de gran concierto.

Lo maravilloso: Donde tengo mi estudio, abundan los changarros dedicados a las máquinas de coser. Lástima que no me interesa aprender a confeccionar mi propia ropa. Nada más eso faltaba. Por Corregidora están las ferreterías, todas las que uno quisiera tener a la mano. En El Salvador y Uruguay hay papelerías por doquier, grandes y pequeñas, amén de que allí se encuentra el corazón cibernético de América Latina. No hay nada que no pueda conseguirse en las numerosas tiendas y pasajes, y a precios —en general— mucho más bajos que en cualquier otra parte.

Lo feo: La piratería que pulula, contamina y deprime. ¿Cuándo se darán cuenta nuestras queridas autoridades de que este negocio multimillonario —que en nada o poco ayuda a quienes viven y trabajan acá— es una mancha en su reputación de honradez valiente? Eso, por un lado, y por el otro simplemente no se puede caminar a gusto en varias calles importantes que serían hermosísimas sin tanta aglomeración de fealdad impuesta desde el hampa. ¿Y adónde irían a trabajar todas estas personas dedicadas a vender el producto del sudor ajeno? Éste es un problema político, el cual endoso cariñosamente a nuestros gobernantes, desde Marcelo Ebrard hasta Felipe Calderón. Si el país fuera funcional y equitativo, no habría piratas en pleno Centro Histórico, donde ya ni lago tenemos (además).

Lo sublime: Acá hay vibras que usted no va a sentir en ninguna otra parte. Templo Mayor, Catedral, iglesias coloniales en casi cada cuadra. Hasta hay dos sinagogas relativamente antiguas, por el lado de Jesús María. Éste es un lugar de veras (no chingaderas), donde hemos habitado ininterrumpidamente desde hace más de 600 años. Y no sólo eso. Aquí están los mejores restaurantes, bares, cantinas y antros de jazz, como el Bar Zinco, el cual hace las delicias de quienes gozamos de las mejores improvisaciones en todos los tonos. Lástima que Papá Beto esté aún en la calle de Sullivan, porque allí también se pone buenísimo. Tal vez puedan abrir una sucursal para que no haya límite entre los maitines y los palomazos…

Así que no se hagan… Se están abriendo muchos edificios renovados para que vengan a vivir la experiencia del Centro. Dense una vuelta. El Santro, como mis alumnos de Creación Literaria han bautizado mi humilde estudio, es sólo un pequeño trozo de la punta del iceberg.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaria escribiera un articulo sobre Henry Miller, en dado caso que le sea de agrado...

Atte. Ex alumno de la UAM Azc.

gonzodiaz@hotmail.com


gracias...

Raquel dijo...

Al leer tu descripción del Centro Histórico de la Ciudad de México me ha dado una nostalgia bárbara de ese México que apenas conocí, pero con el que siempre soñé. Ese México que pensé, hasta ahora que te leo, que solamente existió en la febril imaginación de los cineastas que nos regalaron con esas hermosas películas de Don Joaquin Pardave. Ahora que nos cuentas que renació (no sé, tal vez siempre estuvo ahí), me lo estoy imaginando y casi, casi hasta me entran ganas de dejar mi “Sueño Americano” y disfrutar de pasar una temporada por esos rumbos. Sueño guajiro; me tendré que conformar con seguirlo viendo a través de tus ojos y de tus palabras escritas. Supongo que como muchos, muchísimos otros Mexicanos, viviendo en tierras ajenas, me he vuelto comodina y cobarde para aceptar que en la búsqueda de un mejor lugar, me olvidé de que lo pude haber encontrado en mi propio país. Muchas gracias!!!