sábado, 5 de mayo de 2007

Cuando operan a un hijo

Hay tantas actitudes ante una cirugía inminente como hay personas. Muchos sienten miedo, los clásicos pasos en la azotea; temen no despertar tras someterse a la anestesia general. Sólo tengo recuerdos claros de dos operaciones que me han hecho: de la rodilla y de la clavícula. En ambos casos sólo recibí anestesia parcial y estuve consciente durante ambas cirugías. Aun así, una operación quirúrgica, por sencilla que parezca, implica riesgo, y mi actitud fue la misma que asumo cuando me subo a un avión: si ahora me toca, me toca. No voy a angustiarme más de la cuenta. Mejor me entierro en un buen libro.

Pero no es lo mismo que lo operen a uno que a su hijo. Total: uno ya tuvo descendencia, plantó un árbol y escribió uno que otro libro. A mí me cimbra mucho más que vayan a operar a mi hija Leonora que si fueran a operarme a mí. El lunes 7 de mayo eso es precisamente lo que sucederá, y aunque aparento paz y tranquilidad, sí me angustio, sobre todo cuando estoy completamente solo y medito en lo que ella significa para mí, y lo que el trance representa para ella.

Tengo tres hijos adultos --dos mujeres y un hombre--, y sus problemas pueden descomponerme mucho más que los míos. Sentir la angustia, frustración, depresión o los fracasos eventuales de los hijos pesa infinitamente más que los sentimientos propios de angustia, frustración, depresión o fracaso. Pero igualmente nos levantan y emocionan sus alegrías y triunfos. Tal vez más a nosotros que a ellos mismos.

Confío en que todo va a salir bien. Mientras tanto, no hay nada como un buen libro, una buena sonata o una buena película. La vida, supongo, hay que vivirla paso a paso, en tiempo presente.


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