miércoles, 28 de noviembre de 2007

Fuerza y poder

FUERZA Y PODER: éstas son cualidades que se hallan no sólo en la música, la literatura y demás artes, sino también en la vida misma. Hace unos años, en un artículo sobre Edward Said[1] quien acababa de fallecer, Daniel Barenboim escribió que el pensador palestino sabía distinguir entre fuerza y poder, que en música son equivalentes de volumen e intensidad. “Cuando hablamos con un músico —afirma el pianista y director de orquesta— y uno le dice ‘Usted no toca con suficiente intensidad’, su primera reacción es tocar más fuerte. Y es exactamente al revés: cuanto más bajo el volumen, mayor es la exigencia de intensidad; y cuanto más fuerte sea el volumen, más pedimos una fuerza serena en el sonido”.

Si permiten que yo meta mi cuchara, esto se evidencia plenamente en las sonatas de Mozart, por ejemplo, donde las mayores intensidades se dan en los momentos más pianos, cuando más suavemente se toca. Y, claro, podemos observar cómo el fenómeno funciona de igual manera en Beethoven y Haydn, e incluso en Bach, cuya música para clavecín no fue concebida para aprovechar la dinámica sonora de los pianos modernos: recordemos que este instrumento tiene un solo nivel de volumen debido a que sus cuerdas son tañidas por plectros, y no percutidas con martinetes, como sucede dentro de un piano.

A quienes carecen de un oído educado, lo que más impresiona en la música es el volumen, la fuerza. En literatura es el equivalente de buscar el escándalo para llamar la atención, y en teatro es el actor que, a falta de una gama de registros, sólo sabe gritar sus parlamentos. Gerardo Laveaga —escritor, funcionario público, estudioso de las ciencias políticas y amigo mío— una vez me habló del tema. Citaré de memoria: “El que tiene poder, no necesita usarlo. Si lo usa, lo pierde”. Si lo tradujéramos a los términos de esta reflexión, diríamos: “El que tiene poder, no necesita recurrir a la fuerza. Si recurre a la fuerza, pierde el poder”. Tarde o temprano, terminan por comprenderlo todos los dictadores, muchos de los cuales se sostienen únicamente por la fuerza, pues carecen de todo poder.

Realmente lamento el que en los antros, los conciertos y las fiestas se confunda volumen con fuerza. Esto no es un juicio de valor per se. Pero aquello que debe tocarse a todo volumen para que le hagan caso, probablemente carece de valor más allá del volumen mismo.

Los momentos más intensos de una obra musical o literaria no suelen hallarse en los finales, que son un mal necesario (la sonata y el poema no pueden continuar para siempre, a pesar de lo que parecía pretender Schubert). En el mejor de los casos, el final nos hace revivir y comprender el todo. El siglo XIX musical era afecto a los finales escandalosos, y Satie se burlaba de esto. Pero escuche el final de “Clair de Lune” de Debussy o el de la novena sinfonía de Mahler. Pura intensidad, casi nada de fuerza. A bajo volumen se oye más, se siente el poder, uno se estremece. Así también en la literatura. Intensidad es el matrimonio de sentidos e intelecto: la trascendencia. La fuerza serena es liberadora cuando, detrás de ella, hay verdadero poder.


[1]n. 1° de nov. de 1935; m. 25 de sep. De 2003.

Créditos de las fotografías: Edward Said, Wikipedia (arriba); Gerardo Laveaga, Elporvenir.com (en medio, a la derecha)

1 comentario:

Asilo Arkham dijo...

Ahora comprendo muchas cosas.