domingo, 7 de octubre de 2007

El futuro del libro en la era digital

Jorge Fernández Granados (izq) y Víctor Manuel Mendiola, en El Rincón de la Trova, Plazuela de la Lagunilla, Puerto de Veracruz, tras una mesa redonda sobre la suerte de la poesía actual en México y el mundo, dentro del marco de la Feria del Libro Universitario, patrocinada por la Universidad Veracruzana.

A continuación pongo a disposición de los lectores de esta Caja Resonante el texto que leí en la mesa redonda El Futuro del Libro en la Era Digital, la cual se llevó a cabo el domingo 7 de octubre de 2007 a las 19 horas durante la misma Feria del Libro Universitario. En esta mesa también participaron Silvia Molina (izq) y José María Espinasa (abajo).





















El futuro del libro en la era digital

LLEVO MÁS DE 10 años escribiendo y hablando acerca del futuro del libro en la era digital. Debo aclarar que a mí me gustan los libros, los que se imprimen en papel. No sólo me gustan, sino que me parecen esenciales para cualquier individuo con ganas de comprender el mundo y entenderse a sí mismo. Son dos cosas diferentes: el gusto y la utilidad. Cuando se juntan, se produce algo raro, una especie de magia que a uno lo acompaña siempre. Por eso, desde que vimos las primeras bajas en lo que muchos perciben como la guerra de la tecnología contra el libro —me refiero a las enciclopedias y diccionarios en papel—, el tema me ha preocupado.

No todos creen que hay una guerra, y me incluyo entre ellos. A veces, después de un terremoto, parece como si el lugar hubiera sido bombardeado, pero la destrucción no se debe a una pugna política o siquiera económica sino a un reacomodo de las placas tectónicas. La sociedad está asentada sobre sus propias placas tectónicas, las cuales han sufrido movimientos bruscos y profundos, y esto ha afectado para bien y para mal casi todo lo que hacemos, desde nuestra vida en familia y la educación de la juventud, hasta nuestro trabajo y cómo aprovechamos el ocio. El libro forma —o debería formar— parte importante de cada una de estas áreas, pero todas ellas han sufrido transformaciones sensibles. La vida familiar no es lo que fue hace 50 años; tampoco la educación. Nuestra manera de trabajar no se parece a la de nuestros padres, y del ocio ni hablar: la gente que nació a fines del siglo XIX, si todavía viviera, o no entendería los juegos y pasatiempos actuales, o les darían miedo.

El libro, omnipresente en la vida de las personas que se consideraban cultas hasta, digamos, 1980, brilla cada vez más por su ausencia. No sólo hablo de libros en papel sino de libros en general y de la actividad de sentarse a leer sin distracciones, de manera concentrada, y por gusto. Es más: el concepto mismo de ser culto ha sufrido cambios importantes.

Para cada vez más personas, ni siquiera es deseable ser culto… sino ser cool. Ser culto tiene que ver con la posibilidad de comprender los fenómenos tan complejos que nos enfrentan, verlos a la luz de la historia y poder proyectar su comportamiento en el futuro; ser cool significa estar a la moda. Ser culto implica el deseo de rebasar las fronteras de lo inmediato en el tiempo y el espacio para conocer y apreciar culturas diferentes, su idioma, su literatura, su arte, su sociedad y manera de gobernarse; ser cool implica dar la apariencia de ser lo que no se es, estar por encima de todo lo que significa ser culto. La cultura abarca no sólo arte sino también ciencia, historia, filosofía, economía y cada una de sus ramificaciones, incluyendo la cultura popular en todos sus momentos; ser cool implica no demostrar preocupación alguna por ningún tema, fuera de la importancia de ser cool. La cultura ha estado presente en todos los rincones del mundo desde que el hombre empezó a fabricarse herramientas; el ser cool es tan evanescente, que lo cool de hoy es lo no cool de mañana, y a lo cool de mañana, le durará muy poco el gusto.

Pero nada de esto me vuelve hostil a las nuevas tecnologías. Siempre me han parecido muy positivas a pesar de su capacidad de cambiar nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos, con la cultura en general y con los libros específicamente. Para ser honesto, no extraño las enciclopedias en papel. Fueron muy útiles en su momento. Ahora son más útiles e incluso mejores las obras de referencia en línea. Los libros impresos no pueden competir contra la inmediatez y la interconexión de las obras disponibles electrónicamente. El mundo cibernético, sin embargo, requiere un ciudadano más despierto y discriminador. No todo lo que se ofrece tiene valor o es fidedigno. De hecho, los libros impresos en papel tampoco lo han sido siempre, pero como requieren una seria inversión, los editores suelen ser cuidadosos con su contenido, y apuestan a autores cuyos trabajo y reputación los respalda. En el internet muchas veces no sabemos quién o quiénes están detrás de lo que leemos.

Nunca he temido por el futuro del libro tradicional, pero sé que no seguiremos leyendo en papel lo mismo que hoy, sean libros, revistas o periódicos. En cuanto a libros, no creo que el e-book, en ninguno de sus formatos le gane al libro impreso en papel. Tal vez la información ocupe menos espacio, pero ¿de qué nos sirve que un libro quepa en el espacio de la cabeza de un alfiler? Eso sólo tiene valor en términos de almacenaje. Y aun así: mi biblioteca se ve más bonita y es más seductora que un iPod, una computadora o cualquier lectora de e-books. Seguiremos leyendo literatura en libros tradicionales, pero no va a ser la única manera.

La era digital va a minar y, en última instancia, transformar de manera irreversible toda la cadena editorial, desde el autor hasta el lector, quien es el consumidor en términos comerciales. Este proceso ya va adelantado, pero no todo el mundo se ha dado cuenta de estos cambios o participa en ellos. Antes, un escritor de cualquier clase dependía de uno o varios editores para hacerse leer, hacerse sentir. Desde el periodista novel hasta el premio Nobel de literatura debían pasar su escritura por el tamiz de un editor. Esto no es necesariamente malo. Al contrario: debemos muchísimo a buenos editores a lo largo de los siglos. Y no es que se hayan vuelto innecesarios en términos de calidad profesional, pero sí salen sobrando en el mundo de la informática. Ahora cualquiera es escritor, cualquiera publica en internet, o incluso en papel gracias a las herramientas editoriales computacionales que pueden estar en manos de gente que, antes, ni habría soñado con publicar un libro o siquiera un ensayo, un cuento o un poema.

Esto ha ocasionado un diluvio de basura, tanto en los anaqueles de las librerías (porque a las grandes editoriales comerciales, hoy en día les importa mucho más la ganancia inmediata que el valor literario o intelectual de lo que publican) como en el ciberespacio. Pero allí está el futuro de la innovación del pensamiento humano. Lo que hoy vemos son los primeros titubeos de un fenómeno que nuestros nietos darán por sentado: el intercambio instantáneo de conocimiento, en tiempo real, en cualquier parte del mundo.

Este conocimiento poseerá muchas facetas, desde la ciencia hasta el entretenimiento, pasando por todo lo demás. Pero en lo que respecta al libro, o a lo que actualmente se maneja en forma de libro, causará una revolución cuyos alcances sospechan pocos. He comprobado, por ejemplo, que no necesito de editores para que mis ideas lleguen al público lector. Estas mismas palabras, tal vez con alguna corrección, alguna supresión o adición, aparecerán en mi blog el día de mañana, y —por las estadísticas del sitio que pude crear gracias a Google, y gratuitamente— sé que lo leerán más o menos tres mil personas en el espacio de un mes. Y como seguirá disponible mucho más tiempo, quién sabe cuántos lectores podrá tener.

¡Tres mil personas en un mes! Comprobado. Con cero inversión económica. Cero costos de distribución. Cero devoluciones. También he escrito en revistas y periódicos desde 1979. Casi 30 años. Nunca he tenido la retroalimentación que el internet hace posible y que me ofrece. No sé realmente cuántas personas me han leído en el UnoMásUno, su suplemento Sábado, La Jornada, la Revista de la Universidad, Vuelta, Excélsior, El Universal, Laberinto de Milenio, La Palabra el Hombre, Casa del Tiempo y todos los demás órganos periodísticos donde he colaborado. Pero, hoy en día, casi siempre me da la sensación de que las palabras están cayendo en el vacío. “¿Hola, hola? ¿Hay alguien ahí…?”, escucho mi propia voz retumbando en mi cerebro. De vez en cuando recibo un comentario…, por internet.

Antes había muchísimo más vida en los suplementos, revistas y periódicos porque tenían más peso, y todo se discutía en las facultades, los cafés literarios que abundaban, en los cines y los teatros. Las cartas a los editores volaban echando chispas. Había polémica, desacuerdos, coincidencias y divorcios. Era realmente divertido. Ahora se escucha el silencio de los mausoleos. Toda la acción parece estar en el ciberespacio. Pero hay que saber dónde buscar la calidad. Las revistas y los periódicos son importantísimos. Junto con los libros, nos han formado en muchos aspectos. Pero como lector sé qué busco y me gusta dirigirme directamente a ello. El internet nos da esa facilidad.

La ventaja de los medios digitales está en su autorreferencialidad colectiva. Si alguien ve algo valioso, lo escribe en su blog y lo leo yo. Si me parece igualmente valioso, también lo menciono y se enteran mis tres mil lectores mensuales. Ellos, a su vez, harán lo mismo en la medida de sus posibilidades. Así se crea una comunidad intelectual, una comunidad cultural: precisamente lo que antes sucedía con los medios impresos.

A mí llevar un blog no me representa ningún ingreso económico, pero pone mis ideas a prueba y puedo verlas a cierta distancia de manera autocrítica. Esto me ayudará a organizarlas para, un día tal vez, juntarlas en forma de libro. Es lo etéreo, lo fugaz, al servicio de lo permanente. En la red circula muchísima poesía mala, cuentos horrendos. Pero también hay sitios donde se ofrecen contenidos de altísima calidad, sin costo alguno para el lector. Esto es muy buena noticia en una edad de librerías entregadas en cuerpo y alma al bestselerismo, y de bibliotecas que renuevan sus acervos cada vez que la Luna intercambia su lugar con el Sol.

Por primera vez estoy contemplando la posibilidad de escribir una novela por entregas, y ofrecer los capítulos gratuitamente a quien quiera leerlos en la red. ¿Qué mejor prueba de fuego que la lectura de varios miles de personas interesadas en compartir las aventuras de mis personajes, semana con semana, quincena con quincena, o mes con mes? Antes la idea no me resultaba tan atractiva, pero ahora veo sus posibilidades. Y una vez concluida la novela, que sería el borrador de una novela, con la perspectiva y profundidad de campo que habrán dado los lectores electrónicos, podría elaborar la versión definitiva, destinada al papel, si alguna editorial se interesara en él. Y si no, siempre podría convertirse en e-book.

Probablemente para entonces —digo para entonces, pero la tecnología ya existe— la gente podrá imprimir el e-book y hasta encuadernarlo a su gusto para agregarlo a su biblioteca personal. Lo más seguro es que, para esto, pagará una regalía por concepto de derechos de autor, una pequeña fracción de lo que tendría que pagarse por el libro en papel. Así, ganan tanto los escritores como los lectores. Las editoriales ni ganan ni pierden, pues no quisieron entrarle. Y las librerías, si sus dueños son inteligentes, pondrán mini imprentas de libros por demanda para dar el servicio a quienes no puedan hacerlo en casa, y así se les da la vuelta a editoriales y editores miopes.

Esto lo digo yo con mucha facilidad porque soy editor de profesión. Pero todos aquellos que no tienen idea de cómo preparar sus libros digitalmente para que sean objetos dignos de ser leídos, podrán recurrir a editores digitales que serán los encargados de llevar la escritura en bruto al diamante digital.

Para decirlo pronto, la era de la informática dará nueva vida a todo aquello que el mercado neoliberal y globalizado desprecia, pero que aún buscan muchísimas personas que desean ampliar sus horizontes, entender más, sentir más, ser más. Tal vez sean más cultas que cool, pero en una de ésas —creo en los milagros—, ser culto podría ser cool, y entonces dejaría de ser necesario discutir temas como el futuro del libro en la era digital porque podríamos sentirnos reconfortados con la idea de que pasaremos otros 500 años entre libros, sean al estilo Gútenberg, al estilo Gates o al estilo Google. Para cada idea, cada creación, hay un medio, y mientras más medios, mejor.

10 comentarios:

mariana dijo...

Totalmente de acuerdo y quiero resaltar tu propuesta de dos nuevos "negocios", imprimir los textos electrónicos y -esto realmente me encanta- encuadernaciones a gusto del cliente, lo que podría revivir ese oficio casi totalmente desaparecido: el de encuadernador.

Anónimo dijo...

Sandro:

Bien por tus reflexiones culturales. Sólo tres comentarios (o interrogantes):
1. ¿El internet o La internet?
2. ¿"Yo soy culto" o "I cool ero"?
3. ¿Lo permanente al servicio de lo fugaz?

Sandro Cohen dijo...

Mariana: las nuevas tecnologías sí ofrecen algunas paradojas, como la posibilidad de tener (como nuevos) libros agotados, y que uno pueda encuadernarlos al gusto, como dices. También podría volver a meter la poesía en el foco de atención de los lectores, si quienes usamos el ciberespacio, mediante blogs y páginas especiales, como NARRATIVAS y otras, logramos capturar el interés de los lectores y educar el gusto.

Anónimo:

1. ¿El internet o La internet?

Yo prefiero el masculino, pero hay quienes argumentan que debe ser femenino porque la palabra "red" es femenina, e "internet" termina con la palabra "red" en inglés. Me parece bastante bizantino el razonamiento. El tiempo dirá que se impone. Creo que, ahora, va ganando el masculino, pero puedo estar equivocado.

2. ¿"Yo soy culto" o "I cool ero"?

Ingenioso...

3. ¿Lo permanente al servicio de lo fugaz?

Me haces pensar en juegos pirotécnicos...

Anónimo dijo...

Escribe Bruno Sáenz A., desde Ecuador, el texto siguiente titulado "El texto y su soporte":

* * * * *

Profesores de colegio, bibliotecarios y severos promotores de la lectura pudieron creerse enemigos del cine y la televisión, molestos por la competencia desleal de la imagen, de su impacto directo sobre la imaginación, y la vulgaridad de un alto porcentaje de los productos visuales, hasta que comprendieron las ventajas de la modernidad y la eficacia de las técnicas de vídeo. Se decidieron entonces a utilizarlas con propósitos pedagógicos, al lado o en lugar de la clase magistral y del cuaderno.(¿Qué novelista de ciencia ficción tropezó por allí con ese título tan oportuno, Fantasmas de lo Nuevo?) La informática ha corrido con más propicia suerte. La difusión de la literatura, la multiforme comunicación por la vía del internet, la página web y el correo electrónico no parecen haber puesto de punta los cabellos de ningún director de biblioteca y no hay aula que no sueñe con la computadora, el monitor y la impresora. Supongo que la inquietud vergonzante podría hacer presa de algún editor sin mayor iniciativa y de tal o cual de sus distribuidores.
Hay que distinguir el texto de sus soportes, el más universal de los cuales –hasta ahora- es el papel impreso; que separar la obra de creación del libro-objeto, de ese recipiente apto para conservar con idéntica eficacia un recetario de cocina, una tragedia griega, un tratado de Química o una apología del racismo. Cuentos y leyendas, desde el alba de la historia, se han dado a conocer a lomo de la tradición oral, perpetuándose, enriqueciéndose, modificándose a lo largo de una tarea colectiva y secular. La escritura llega para garantizar el respeto a la literalidad, la permanencia del mensaje –haré caso omiso de la variedad de matices y de sentidos derivada de la intelección de un número incalculable de receptores-, ya se lo valore como un tesoro artístico, una curiosidad o un vestigio del pasado... No está exenta de riesgos. La lengua y su transcripción visible nacen y mueren, cuando no evolucionan y se transforman, con las sociedades que las generan y no es improbable que se extravíen también sus claves.
La imprenta llega para subordinarse a la escritura. El libro deja de ser el manuscrito irreemplazable, de circular en copias tan limitadas como preciosas. Se coloca al alcance de muchos, de sociedades enteras. No ha desaparecido la oralidad de la tradición popular; no se ha desvanecido su utilidad en el teatro (su realización completa solo se produce en la escena) ni en la radio. El cine primero, luego la televisión se apoderan de cuanto puede servirles de los textos de historia y de ficción, particularmente de la anécdota. Sí, es más cómodo contemplar un programa de T.V. que leer montones de hojas llenas de líneas apretadas... La producción de libros no parece haber disminuido por ese motivo. Los llamados best-sellers se benefician de tirajes impresionantes. Gütenberg nunca lo habría imaginado. El rival de una buena novela no es la pantalla grande o chica, sino el novelón indigente favorecido por la publicidad y la facilidad de una lectura que casi no pide participación.
El negocio editorial es eso, un negocio. El libro no se edita únicamente por su calidad, sino por su valor como pieza de compraventa. Por fortuna, la obra de mérito no carece de lectores y la promoción bien entendida (en la que incluyo la crítica), no supeditada al capricho o al interés de una empresa, puede obrar milagros (no hace falta tanto). He aquí un tema digno de ser explotado: el diálogo entre el autor y el editor, entre el trabajador y el capitalista de la cultura.
No sería sensato pronunciar una sentencia contraria a las editoriales. Su importancia queda probada, de modo negativo y con suficiencia, por la debilidad de la industria ecuatoriana, que no facilita la circulación interna, no se diga la internacional, del pensamiento y de la fantasía de nuestros compatriotas. Pero aquel que sienta la tentación de divertirse asomándose a las puertas o deambulando por los rincones de esta actividad, puede entresacar curiosidades de la segunda novela de Eco, El péndulo de Foucault. Su trama no pasa de una excusa para juntar y hasta inventar informaciones sobre las sociedades secretas y, de pasada, acerca de otros temas peregrinos.**
Regreso a la informática: el libro –su razón de ser, su contenido- sigue siendo libro así renuncie a su faz de papel para trocarla por una serie de impulsos electrónicos susceptibles, por los demás, de ser otra vez papel, si se imprimen. ¿Quién se atreverá a manifestar su desagrado por que puede acceder a las grandes bibliotecas del mundo con solo mirar por la ventanita del P.C.? ¿Por el libro electrónico guardado en un disco compacto? ¿Por el diálogo, ahora literal, entablado entre interlocutores invisibles a través del e-mail?... Es probable que el área de los derechos de autor se vea afectada por esta revolución de las comunicaciones y forzada a una radical evolución.
Aparte de que el libro-objeto no muestra la más mínima intención de abandonar el campo ante la arremetida de su reciente colaboradora –no su rival- la informática. Su tamaño se ajusta a la comodidad pedida por la mano que lo alza y el ojo que lo mira; su peso, a las exigencias de su movilización (¡oh, lectores de avión y de autobús, cuando no de la acera y la calzada!). Su forma, a la de las estanterías del hogar y del edificio público... La costumbre, la tradición lo han dotado de una calidez, hasta de un perfume -¿el de la tinta? ¿el de la humedad?- de los que carece todavía el más inteligente y ligero de los ordenadores, así almacene virtualmente toda una biblioteca de Babilonia, una cantidad infinita de volúmenes, de información útil o innecesaria y de conocimientos...

________________________
*VII Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana “Alfonso Carrasco Vintimilla”, Cuenca, abril 2000. Versión revisada, enero 2001.

**Indáguese allí acerca de los AAF o Autores Auto Financiados.

Anónimo dijo...

Muchas felicidades por el merecido éxito de su blog, éste y otros blogs "resonantes" avivan la lectura en México en cualquier formato.
Yo también he tenido diferencias con el internet, en realidad con la tecnología en general. Hace algunos años creía estar a la vanguardia -y sólo tengo 24- pero ahora creo que los avances tecnológicos me han dejado muy atrás. Asumo que no soy la única con ese problema. En vez de pelearnos, es mejor aprender a vivir con ella. No hay que olvidar que al final de cuentas, fue creada por "nosotros" para "nuestro" beneficio… y el de la lectura.

Rickyfil-en construcción dijo...

Qué buen artículo. Soy uno de aquéllos lectores que apenas han tenido un somero, pero rentable acercamiento a "Redacción sin dolor", la columna sabatina en Milenio y éste blog al que en verdad le encuentro mucho sentido. En mi opinión, todas las ideas que aqui se presentan no caen al vacío. Aunque considero que bien podríamos ser más los lectores asiduos y declarados de este sitio en línea, es lógico que, comparado con otros sitios, este debe ser de aquellos que captan un público diminuto y, además de la deficiente cultura de lectura en el país, el grueso de la gente no deja de apegarse a ese modelo "cool" de la sociedad que nos augura un nulo avance como nación, y por ende, poca gente se atreve a analizar y razonar las ideas que aqui se exponen...SALUDOS

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho lo expuesto en esta entrada del blog. Por lo que me concierne, me dedico a escribir empleando el medio de Internet para difundir mi obra. Somos muchos los nuevos autores que estamos explorando las posibilidades de la red. Me alegra saber que no soy (ni muchísimo menos) la única. Mis saludos y respetos, gracias por un punto de vista tan interesante.

Félix Amador dijo...

Yo creo. Creo en lo fugaz al servicio de lo permanente. La historia funciona así: ideas fugaces que van y vienen, y sólo unas pocas que alguien plasmó en piedra, en pergamino o en papel ¡y perduraron! Yo llevo también diez años luchando con los editores. Tengo una treintena de cuentos publicados en antologías y revistas (algunas digitales) y he decidido sacar a la luz mi libro. No necesito la Mano Curadora de un super-editor: mi manuscrito ha pasado por el tamiz de muchos lectores (críticos unos, aduladores otros) que han conformado lo que yo creo que es una gran obra. De momento, sólo lo creo yo. Lo he puesto a la venta en Lulu.com. Sólo queda que alguien lo vea, se enamore y lo compre. ¿No es esto el futuro? Podría ser MI futuro.

Gracias por el post. Hace falta gente que piense así.

Saludos desde Andalucía.

Félix

Anónimo dijo...

Me parece que mas alla de todo, nada va a reemplazar a un libro impreso, en mi caso, utilizo mucho internet, ya sea por cosas de la facu, buscar informacion, o en mis timpos de ocio. Pero a la hora de elegir, no hay nada que se le parezca a un libro con todas las letras, con el formato tradicional...
Esta muy copado el blog.. suerte..

Carla Mendoza Neumeyer dijo...

Solo queria saber si salia mi direccion como link