Quienes vivimos en grandes urbes tendemos a comparar nuestra existencia con la que llevan personas de otras ciudades. La capital de México es enorme. Tiene más gente que Nueva York, Chicago, San Francisco o Los Ángeles, en Estados Unidos. Más que Londres, París, Moscú o Roma, en Europa. Nuestro rival en este sentido es Tokio, en Asia. Asimismo, puede compararse la vida que se lleva en Puebla con la que se lleva en Morelia o Monterrey o Xalapa. Poca gente de estos lugares, sin embargo, se atreve a pensar siquiera cómo sería vivir en los pueblos perdidos en nuestra sierra. Son centenares de miles, y muchos de ellos no tienen arriba de 100 personas. ¿Cómo nos relacionamos con ellas? ¿Qué tenemos en común?
La verdad es que sabemos mucho más acerca de los neoyorquinos o los rioplatenses que de los indios coras o huicholes que desde la invasión tolteca hace 900 años se lanzaron sierra adentro, en lo que actualmente es el estado de Nayarit, para evadir el yugo invasor. De hecho, estos pueblos se hicieron tan duchos en el arte de emplear la geografía como defensa natural, que su último reducto —Mesa del Nayar— cayó 201 años después de Tenochtitlan, en 1722. Hace tres años cuando fui a Mesa del Nayar, tuve que hacer un viaje de siete horas desde Tepic. En el pueblo de El Venado terminaba la carretera pavimentada, y de ahí fueron cinco horas de ruda terracería, para decir lo menos. Tuve la fortuna de llegar allí, obligado, por cuestiones de trabajo. ¿Pero cuándo se le ocurriría a alguien del Distrito Federal visitar Mesa del Nayar, o Santa Teresa, o siquiera Jesús María, la cabecera municipal, por razones meramente turísticas, sólo para conocer? En términos de tiempos y cultura, están más a la mano Nueva York, Caracas o Bogotá, incluso París o Madrid, y el viaje sería infinitamente más cómodo.
Estando ahí —en pueblos como Mesa—, cuando uno se da cuenta de que son muchos millones de mexicanos los que viven al margen de la realidad occidental, cambia necesariamente su perspectiva. Miles de localidades no sólo carecen de energía eléctrica, red de agua potable y telefonía, sino también de escuelas. No es que sea imposible llevarles infraestructura básica, pero sí resulta carísimo debido a la difícil orografía del país. Un solo kilómetro de carretera pavimentada en el municipio de El Nayar, por ejemplo, cuesta un millón de pesos.
Éste es nuestro país. Pertenecemos a estos pueblos aunque no sean precisamente occidentales. De ellos tenemos mucho que aprender, como ellos de nosotros. Queda por verse si tenemos, todos, la sabiduría para hacerlo.
5 comentarios:
Desde "endenantes" anduve por pueblos similares al que a ti te tocó por casualidad. Y no sólo en México.Y siempre me he preguntado si los de las grandes ciudades vivimos realmente mejor.
Se me ha olvidado agradecerte por la música con la que nos regalas, además de las fotos. Y eso de que "hasta te sentirías útil", dime si no lo eres al tomar tu tiempo para construir este blog en pro de la comunicación.
Eres un estuche de monerías!!!
quizá esa lejanía hace que permanezcan menos contaminados de las costumbres occidentales que tanto atrofian el misticismo de nuestros indígenas.
Berenoise: El problema no es el misticismo sino la pobreza casi absoluta. Y el problema no sólo se limita al eje Mundo indígena-mundo occidental; también corre por el eje Hombre-mujer, y divide a los que desean producir para "avanzar" y aquellos que prefieren producir sólo lo necesario para poder pasar el resto del día tomando su aguardiente favorito, costumbre reforzada durante generaciones. Es difícil influir desde fuera. Los jóvenes que se ven en la preparatoria indígena de la foto serán quienes ejerzan el cambio. Espero que tengan la visión suficiente como para preservar todo lo positivo que tiene su cultura, y poder desechar el lastre que no les permite salir del hoyo de la pobreza.
Es muy cierto, el país cuenta con muchas zonas que aún reflejan todas las posibilidades existentes de los abanicos de la pobreza y la marginación y, si, resulta que muchas zonas son, entre otras cosas, de poblaciones indígenas... Recuerdo un lugar similar en la región fosilífera de San Juan Raya, en el Estado de Puebla, que además de ser habitada por gente indígena, carece de servicios públicos en calidad y cantidad (no sé qué tanto haya mejorado la cosa del 2002 para acá) y su hábitat se ve afectado por riesgos importantes de deslaves por el tipo de roca de las formaciones montañosas aledañas. Felicidades por este artículo, me gustó mucho...SALUDOS
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