Soy cascarrabias. Lo admito. Estoy lleno de bêtes noires, esas “bestias negras” que provienen del francés y que en realidad significan aquello que más detestamos en el mundo, cosas que nos molestan mucho y por las cuales nos quejamos con frecuencia, casi como deporte, casi con cariño. En inglés se llaman pet peeves. La palabra pet significa mascota. Son molestias que adoptamos como si fueran un perro o un gato. Nos encariñamos con ellas. (En el Reino Unido se llaman bugbears, si a alguien le interesa saberlo). A lo largo de los años me he llenado de estas quejas, y de tanto que me las conocen, suelo quedarme callado y ver las cosas con filosofía, como ahora decimos (apoyados por la 22ª edición del Diccionario de la Real Academia Española: “filosofía. 5. fortaleza o serenidad de ánimo para soportar las vicisitudes de la vida”).
Una de mis bêtes noires es la manía que tenemos como país —o como cultura— de emplear palabras extranjeras para impresionar al lector (o a la persona que está condenada a escuchar nuestra conversación). Hoy en día el inglés es la lengua de moda. Antes era el francés. A veces metemos palabras en italiano. Conozco a personas que no pueden hilar coherentemente ni cinco palabras en inglés, pero que son capaces de meter sus anyway y sus alright, sus by the way y sus of course a la menor provocación. Me vuelven loco.
Pero aun peor que emplear palabras extranjeras a diestra y siniestra sin que vengan al caso es la costumbre de usarlas mal. Me dio muchísimo gusto cuando trajeron a México aquella película de Woody Allen que se titulaba Hollywood Ending. (Aquí tradujeron el título como “El ciego”, pero ustedes ya saben qué opino de cómo traducen los títulos de películas extranjeras en México). Me dio gusto porque una de las frases mal construidas que más me pueden descomponer es una que se oye con dolorosa frecuencia, happy end, lo cual significa —supuestamente— final feliz. Sólo que nunca se dice happy end en inglés, sino happy ending. Allen, al ponerle Hollywood Ending a su película, juega con la frase happy ending y le endilga como pulla el adjetivo Hollywood para mofarse de la gente que hace películas típicamente hollywoodenses, con su obligado final feliz (la suya lo tiene también, aunque resulta absolutamente inverosímil). De modo que si usted quiere impresionar a alguien con su inglés, diga happy ending y no happy end, siempre y cuando lo que quiere decir sea final feliz y no fin feliz.
Yo también seré más feliz y un poco menos cascarrabias. N’est-ce pas?
Hoy, a las 23:15 de la noche, despega mi avión… Así que, si todo va bien, ¡la próxima entrega será enviada desde París! A ver si se me destraba la lengua, el cerebro, y si de una vez por todas podré aprender a hablar y entender esa lengua endemoniada que tanto amo. (Véase: http://sandrocohen.blogspot.com/2007/06/tengo-problemas-con-mi-manera-de-hablar.html)
5 comentarios:
¡Buen viaje, maestro, y mejor estancia!
Lo seguimos leyendo.
G.
Que tengas un buen viaje, Ticher Co. Que no te haga trizas el molino carmesí. H
Sandro: estoy siguiendo con mucho interés tus comentarios. El de la realidad paralela que imponen las traducciones mexicanas a los títulos de las películas extranjeras no tiene desperdicio. ¿Y qué te parecen, hablando de realidades paralelas,las traducciones españolas?: "Aftermidnight" de Scorsese como "¡Jo, tío, qué noche!". Un abrazo y muy buen viaje,
Adrián
Que tengas buen viaje y una linda estancia, querido Tocayo.
Sandra
SANDRO:
Desde la Bella Airosa nos sumamos a los deseos por que disfrutes de una magnífica estancia parisina. Que el cous cous con un tinto le pongan sabor a tus andanzas. Que los impresionistas, los conciertos, las bellas y la tour de Francia se crucen en tu camino. ¡Suerte!
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