lunes, 25 de junio de 2007

Mrs Dalloway: el camino hacia dentro

Una página del borrador de Mrs Dalloway, manuscrito por Virginia Woolf. Pertenece a la British Library


MRS DALLOWAY, de Virginia Woolf, fue publicada originalmente en mayo de 1925, y hasta la fecha es un ejemplo de todo lo que puede hacerse en una novela que el cine es incapaz de plasmar. No sólo eso: todavía se lee como una novela atrevida. Está claro que en su momento, como Ulysses de James Joyce, fue un libro que confundió e irritó a muchos. Pero ambas novelas siguen confundiendo e irritando a los lectores que se atreven a acercarse a ellas, a pesar de que han pasado 81 años en el caso de Joyce, y 78 en el caso de Woolf. Ulysses, sin embargo, posee obstáculos lingüísticos —de léxico y dicción— que no aquejan al libro de Woolf. Así, en Mrs Dalloway podemos apreciar con mayor fortuna lo que logró su autora.

Lo primero que llama la atención en Mrs Dalloway es su aparente conservadurismo. Woolf se plegó a las unidades clásicas de tiempo, lugar y acción: todo ocurre durante un solo día, en un lugar único —Londres—, y la novela entera gira alrededor de los preparativos para una fiesta. Pero esto es sólo la superficie. Por debajo pulsan poderosísimas pasiones que unen y separan clases sociales, décadas, razas y sexos. En esta novela no existen ni cronología ni espacio tradicionales. Woolf va y viene entre la adolescencia y los 50 años de la protagonista con una facilidad —y tino— que en ocasiones nos quita el aliento. Del cine aprendió a transferir la mirada, sin esfuerzo, de uno a otro personaje, pero trascendió al nuevo medio porque privilegió las procelosas corrientes interiores de cada personaje en lugar de llenarnos de información que una cámara podría transmitirnos en segundos.

Si tuviera que destacar un solo aspecto de Mrs Dalloway, sería su enorme libertad para ser intransigente con la evocación de las realidades interiores. Se da el lujo de zambullirse en los personajes: empieza en la superficie, pero se mete cada vez más profundamente en ellos, y con tal honestidad que el concepto de pudor carece ya de todo sentido. La escena de Clarissa —la futura Mrs Dalloway con Sally Seton, por ejemplo, cuando ambas son jóvenes que apenas empiezan a darse cuenta de quiénes son. Las frases son claras, precisas y visuales, pues amarran contundentemente el largo y elíptico viaje hacia dentro de las páginas anteriores: “Luego llegó el momento más exquisito de toda su vida al pasar una urna de piedra con flores. Sally se detuvo, cortó una flor, besó a Clarissa en los labios. ¡El mundo entero pudo haberse puesto de cabeza! Los otros desaparecieron…”.

Por algo hay que volver, y volver, y volver a los clásicos.

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