viernes, 22 de junio de 2007

Woody Allen, ese mexicano secreto (Side Effects)

El novelista argentino Martín Cristal fue quien puso en mis manos el libro Side Effects de Woody Allen. En México, donde vivió varios años productivos, lo conocemos como autor de Bares vacíos y Manual de evasiones imposibles.


SIEMPRE ME HE PREGUNTADO por qué Woody Allen goza de tanta popularidad en México. Su humor no es latino. Ni siquiera es norteamericano. Sólo puede categorizarse como humor judío de la subespecie neoyorquino. Muchísima gente en el midwest de Estados Unidos no se ríe con sus películas. No las entiende. O por lo menos no logra identificarse con el sempiterno protagonista obsesionado con el sexo, con la hipocondría, con sus propios complejos de inferioridad y con su peculiar costumbre de mezclar lo sublime con lo idiota.

Esto, para un neoyorquino, es el colmo de lo cómico. Pero leer a Woody Allen, a diferencia de ver sus películas, resulta desconcertante. En el cine, por mucho que los filmes sean de autor, siempre intervienen otros personajes y, a veces, otros guionistas. Y no todas las películas son iguales, como dicen algunos críticos. Pero leerlo… Echarse un libro como Side Effects, 17 cuentos —llamémoslos así— en poco más de 200 páginas, es como inyectárselo a la vena. Y no deja de ser, como ya había apuntado, desconcertante.

Primero, porque Allen es mucho menos experto como escritor que como cineasta. Esto es comprensible y hasta perdonable. (Pero no deja de surgir la pregunta “¿Si no fuera Woody Allen, le habrían publicado su libro?”). Y, segundo, porque algunos de los relatos son bastante ocurrentes y francamente chistosos. “The Kugelmass Episode”, “Retribution” y “The Shallowest Man”, por ejemplo. En todos los casos —tal vez con la excepción de “The Query” donde Abraham Lincoln es protagonista, domina el narrador en primera persona, que es Woody Allen, y escuchamos —inevitablemente— la voz de Woody Allen. Esto, sospecho, le evita la necesidad de ser más literario, pues da la sensación de estar viéndolo, parado frente a un micrófono de algún club neoyorquino. Allen cuenta sus cuentos, donde mete una gran cantidad de chistes que, con frecuencia, nos hacen soltar la carcajada. ¿Son buenos cuentos? En realidad, no. ¿Valen la pena? Por supuesto.

Dice el novelista argentino Martín Cristal, quien me prestó el libro, que le resulta gracioso porque Allen suelta el chiste al final de la oración, y —así— el humor funciona con cierto delay, o retardo. Esto me hace pensar que en México, a pesar de que la gente se ríe en sus películas, siempre está a dos o tres pasos detrás del cómico. Por todo esto, y a pesar de todo esto, no me explico la fidelidad y el cariño que los cinéfilos mexicanos le guardan a Woody Allen, aun cuando se trata de una de sus películas mediocres. ¿Qué extraños nexos clandestinos existen entre la Urbe de Hierro y la Ciudad de los Palacios?

Pero no sólo es en esta ciudad. También lo aman en París, Londres, San Francisco… ¿Woody Allen tiene éxito en Tokio? Lo desconozco. Pero hay algo en la experiencia de la gran ciudad que Allen resume y que todo citadino reconoce: somos el producto de miles de años de supuesto refinamiento, y eso —en sí— es bastante chistoso cuando nos vemos en el espejo y nos damos cuenta de que somos los mismos hombres y mujeres de las cavernas, sólo que vestimos ropa comprada en el mall o el tianguis de los jueves… Es más: ahí es donde encontraríamos a Woody Allen. Tal vez estaría vendiendo —en una mesita, semana tras semana— ejemplares saldados de Side Effects mientras cuenta chistes en inglés para quien desee escucharlo. El cineasta neoyorquino, siendo inteligente, pronto aprende palabras en español y la gente se asombra al descubrir en él un Cantinflas neurótico y judío que lee a los existencialistas y toca el saxofón. Nada es imposible en La Gran Ciudad.


1 comentario:

Anónimo dijo...

En mi opinión, Woody Allen goza de popularidad en México no porque su humor no sea latino ni norteamericano y sí sea un humor judío de la subespecie neoyorquino, sino simplemente porque trabaja los conflictos del ser humano (sobre todo de la pareja, al menos mucho sobre la pareja) y esos son universales, se traten desde el ángulo de que se traten. Además, lo hace de manera excelente.

Desconocía que "la gente se asombra al descubrir en él un Cantinflas neurótico y judío que lee a los existencialistas y toca el saxofón", esto sí que jamás lo había escuchado de nadie y a mi que me gusta tanto jamás lo había visto desde este punto de vista, ni por asomo.

Muchos saludos.