lunes, 9 de julio de 2007

París para corredores de fondo

EN CUALQUIER gran ciudad, un sistema de transporte público eficiente es clave para trabajadores, estudiantes, gente de negocios e incluso turistas. Al ahorrar tiempo, nos vuelve más productivos o nos brinda más horas para aprovechar mejor nuestro ocio. Pero si usamos el metro todos los días, corremos el riesgo de vivir una realidad fragmentada, fantasmagórica, de no comprender cabalmente cómo es la ciudad que habitamos.

De esto me estoy dando cuenta al contemplar la tabula rasa que para mí es París. (Sólo es tabula rasa porque aquí no tengo hábitos ni buenos ni malos: todos es nuevo). Para conocer la ciudad rápidamente, el metro ha sido fundamental: me lleva de aquí para allá en minutos, no horas, y puedo explorar los barrios que más me interesan en un momento dado. Es (relativamente) barato, además, porque puede comprarse una Carte Orange, el paso semanal que permite usar el metro y la enorme red de autobuses y tranvías cuantas veces uno quiera: 16.30 euros, o 239 pesos (el viaje sencillo cuesta el equivalente de 22 pesos, y lo he llegado a usar 10 veces en un solo día; los otros seis días salen prácticamente gratis). Aquí está retratada con todo y mi nombre de pasaporte, pues me han puesto sobre aviso de que en cualquier momento pueden detener a uno para ver si la suya le pertenece o si es robada.

Pero después de tanto usar el metro, no tenía idea de cómo los barrios, los quartiers, se conectaban, cómo se relacionaban entre sí ni dónde estaban unos en relación con otros, y los mapas ni siquieran llegan a ser metáforas: son meras referencias. De repente me dio la sensación de que Montmartre existía en una burbuja, la Torre Eiffel en otra, Notre Dame en una tercera, el Louvre en otra más allá, y así sucesivamente. Fue ahí donde me ayudó el otro sistema que también he estado explorando: recorrer la ciudad a pie, corriendo pues…

El domingo temprano me propuse atravesar casi toda la ciudad desde el sur, Place d’Italie, hasta el norte, Montmartre. Ya había estado allá arriba (se trata de un cerro, coronado por la famosísima iglesia Sacré-Coeur) varias veces pero siempre había llegado en metro. El viaje empezó bien, atravesé el Sena, viré hacia la Bastilla y luego seguí hacia Place de la République. Pero ahí me confundí al acometer la subida… No sé qué sucedió, pero de repente estaba en Belleville, sube y sube. Empecé a ver letreros que indicaban el parque de Buttes Chaumont, con lo cual confirmé que había perdido el camino, pues hacía cuatro años me había quedado cerca de ese parque, por demás hermosísimo. Antes había sido una cantera que abandonaron tras agotarla. Eugène Haussmann tomó esos terrenos y los convirtió en una especie de edén para los habitantes del 10° arrondissement, o distrito.

Sabía que me había extraviado porque Buttes Chaumont no está cerca de Montmartre, pero recordé que hay un quiosco en una de las partes más altas del parque, el cual señorea por encima de una laguna, y también recordé que desde allí podía verse Montmartre, el barrio de Toulouse Lautrec, André Bréton, Guy de Maupassant, Stéphane Mallarmé, el Molino Rojo, etcétera. Me enfilé hacia Buttes Chaumont, entré y subí hasta el quiosco. Ahí lo vi: Sacre-Coeur, blanquísimo, centelleaba en los rayos del sol que acababa de salir. Me ubiqué bien en relación con el sol, vi qué calle iba dirección a Montmartre, bajé y volví a emprender el viaje. En 20 minutos más estaba frente a Sacre-Coeur, ahora buscando el quiosco de Buttes Chaumont, en un acto simple de reciprocidad (no me fue tan fácil, pero sí llegué a localizar el parque).

Ahora sé que por alguna razón, en lugar de seguir más o menos derecho después de République, para tomar la avenida de Magenta (que no suena nada parecido a “magenta” en español), viré hacia la derecha —hacia el oriente— por la Rue Faubourg du Temple, la cual me llevó a menos de un kilómetro de Buttes Chaumont.

No me arrepiento. Las muchas burbujas entre Place d’Italie y Montmartre ya han aterrizado y puedo apreciar cómo van cambiando los barrios junto con su arquitectura, sus calles y su topología. Si esto lo junto con mi carrera a la Tour Eiffel y con lo que recorrí hoy en la mañana, de Place d’Italie a la avenida Daumesnil hasta el Bois (Bosque) de Vincennes a la orilla este de la ciudad, veo que ya he conocido casi tres cuartas partes de París a pie y de manera continua. Ahora volveré a tomar el metro y podré imaginar lo que hay allá arriba. Lo que no sé es si tendré el valor para correr hasta el Bois de Boulogne, que está al extremo occidental de París, bastante más allá de la Tour Eiffel y Trocadéro. ¿Por qué no? Si me pierdo irremediablemente, siempre podré subirme al metro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hola Profe!

¿A qué huele París?

alejandro ortiz bullé goyri dijo...

Buen paseo, profe...
Una modesta sugerencia para una vida pedestre en París: andar y reandar por el viejo barrio judío y luego contrastarlo con el Centro de Estudios del Mundo árabe y la gran Mesquita de París.