sábado, 31 de enero de 2009

Queremos tanto a nuestros hijos…(una parábola)

El esfuerzo de una editorial pequeña en la Feria de Minería 

CUANDO UN HOMBRE o una mujer funda una editorial, no solamente abre una empresa sino que se casa con ella. Tiene que ver con el efecto Pigmalión: uno crea algo a su imagen y semejanza, y lo encuentra tan bello que se enamora perdidamente. Luego, los dioses se apiadan del individuo y le conceden vida a su hermosa creación. Se casan y tienen hijos. Según Ovidio cuenta el mito, Pigmalión esculpió a una mujer en marfil, exquisitamente armoniosa en sus proporciones, tan perfecta, que sucedió lo que acabo de esbozar. Pigmalión, que nosotros sepamos, tuvo un solo hijo con su esposa, Galatea,[1] estatua vuelta mujer. Los editores, por otro lado, suelen procrear muchísimos hijos en la entraña de sus creaciones. Los autores fungen como donantes del material genético-literario. Como ellos solos no pueden parir a sus hijos, recurren a los editores Pigmalión para que ellos, en sus respectivas editoriales, les den vida en forma de libros. Es un matrimonio feliz, algo promiscuo y algo excitante.

Si le va bien a este matrimonio, los donantes del material genético-literario —aquellos que elaboran manuscritos con minucioso cuidado a lo largo de años— también se ponen felices y, asimismo, forman parte de la gran familia. Los hijos de todos se ponen a trabajar, vendiéndose en la vía pública (más bien a un lado, en las librerías), y todos se ven recompensados tanto espiritual como profesional y económicamente. Las penas, con dinero, son menos. Y el amor, regado liberalmente con ubérrimas cobranzas —y regalías para los donantes al son del 10 por ciento del precio de venta al público— puede crecer, madurar y durar los siglos de los siglos, o hasta que la muerte los pone en manos de los herederos.

Esto se llama matrimonio feliz, pues todos dan y reciben: no se desgastan. Se trata de una relación virtuosa que se perpetúa sola, y los hijos llenan de orgullo a sus padres. Es cierto que algunos salen tantito desviados y reciben pésimas críticas o, de plano, se venden poco, pero en este matrimonio bien avenido, los números a fin de mes siempre son negros. Los hijos desviados, desobedientes, son remitidos a las mesas de remate donde deben purgar, avergonzados, su descaro de no seguir las modas. Y por más que sus donantes de material genético-literario insistan en que ahora sí el embarazo dará lugar a un hijo exitoso, guapo y querido por las masas, los editores —esos Pigmaliones que venden caro su amor— no se reportan a sus llamadas, pretextando que están muy ocupados guillotinando a sus hijos desobedientes, que sólo les dan dolores de cabeza. La vida sigue…

Sin embargo, no todos los matrimonios editoriales son producto de un conglomerado alemán, francés o español, ni llevan por apellido Bertelsmann, Hachette, Santillana o Lara-Planeta. Hay en la mitología editorial moderna ciertas figuras —algunos los llaman héroes— que, al igual que sus colegas más afortunados, crean a su Galatea, se enamoran de ella y —dioses y autores mediante— empiezan a parir hijos, sean éstos muchos o pocos. Pero a diferencia de sus parientes adinerados, éstos son pobres, y frecuentemente sus hijos son despreciados por aquellos que controlan el mercado. Es más: el mercado es controlado por cada vez menos gente. Y a pesar de que puedan surgir sucursales nuevas por allá y por acá, la sensación de que hay más librerías ahora que hace 10 años, es sólo ilusión pasajera. Hay más espacio, ciertamente, pero se divide entre los mismos de siempre y, de hecho, la diversidad genética del mercado se encoge cada vez más. Y cuando se encogen los mercados, sólo los matrimonios de mayor peso y glamour hallan cómo sentar a sus hijitos —gordos, rubicundos y, las más de las veces, fofos— sobre sus tamañas nalgas en las mejores mesas y a la vista de todos. Los hijos de los matrimonios pobres, por otro lado, si alguno que otro es aceptado, son enviados a algún rincón, temerosos de que los vean, como las muñequitas feas que no son. La verdad, no temen nada. Al contrario: piden a gritos que sean exhibidos.

—Ah, pos ésos no se venden —argumentan los alcahuetes que prefieren dar sus mejores espacios a los que, según ellos, se venden más fácil y rápido, aunque tengan los pechos inflados de silicón y las nalgas tatuadas con las palabras best seller.

Los matrimonios de Pigmaliones pobres —que no son lo mismo que pobres Pigmaliones—, a pesar de su felicidad inicial y las promesas de eterna fidelidad a sus principios, se las ven negras para sobrevivir. Para hacerlo, llegan incluso a hipotecar su casa, vender el coche, contratar préstamos en el banco a tasas de interés altísimas: todo por no abandonar a sus hijos ni a sus autores-socios, donantes de material genético-literario —que en muchas ocasiones colaboran solidariamente—, por seguir procreando a aquellos que —según sus padres— sí llevan los genes buenos, los que harían época, escuela y todo lo demás, si tan sólo pudieran sobrevivir, como antes, cuando había mucha bibliodiversidad y los hijos no eran tratados como blockbusters de Hollywood sino con amor, comprensión y hasta devoción… Los llamaban libros y no productos.

El Estado no ha visto con buenos ojos a estos matrimonios pobres. Ha preferido a los acomodados, muchos de ellos extranjeros. Hace con ellos negocios jugosos. Cuando el Gran Jefe del Estado vio que ambas cámaras de la Legislatura aprobaron una ley que fomentaría el resurgimiento de librerías en todos los barrios y todas las ciudades del país, mediante el precio único, en el último momento corrió a vetarla, blandiendo un argumento genial en el más puro newspeak orwelliano: ¡la ley obstaculizaría la libre competencia en el mercado! Hasta los matrimonios Pigmalión ricos se sonrojaron.

El panorama se ve negro. Pero el amor es fuerte, aun sin dinero. A todos nosotros que creamos a nuestra Galatea, que nos enamoramos de ella, que tuvimos con ella —y con nuestros donantes del material genético-literario— muchos hijos de gran calidad, no nos queda sino sobrevivir, aunque sea a la sombra de las ruinas de la Gran Babilonia, hasta el momento en que la inteligencia, la sensibilidad y el talento puedan hallar dónde y cómo brillar de nuevo. Queremos tanto a nuestros hijos…



[1]No debe confundirse esta Galatea con la nereida de la cual se enamoró el cíclope Polifemo. Vse. “La fábula de Polifemo y Galatea” del poeta español Luis de Góngora y Argote. Curiosamente, Ovidio también puso este mito en versos latinos, y fue la fuente que empleó Góngora.

7 comentarios:

Eduardo García Aguilar dijo...

La literatura vive allí en esas editoriales "pobres" pero entusiastas y en los corazones de quienes escribimos como un acto vital, esencial. Baudelaire, Huysmans, Schwob, Mallarmé, Joseph Roth, Cesar Moro y Beckett están con nosotros.
Eduardo
www.egarciaguilar.blogspot.com

Marcial Fernández dijo...

"Pobres pero honrados", dice el antiquísimo refrán popular, mi querido Sandro. Y no hay nada que envidiar a los parientes ricos que, en lugar de editar libros, administran empresas. Por cierto, aprovecho para felicitar a esa unión que, ya hace algunos años, procreó "Tequila Coxis", una novela que, seguramente, ya engendró varios retoños. Va un abrazo para ti y otro para Eduardo.

funes dijo...

señor Cohen:
Recuerdo que usted estuvo felizmente casado con una generosa poblana, entonces por qué darse golpes de pecho.
En otras palabras: La tuvo, era suya y la dejó ir...

Libre dijo...

Tiene usted un reloj digital hermosísimo, me gustaría hacer negocios con usted. Lo incluyo en mi blogroll.
Arnold,

Anónimo dijo...

Hoy en día esa ley del libro no arroja resultados, me quede asombrado cuando quise ir a comprar el último libro de Carlos Fuentes “La voluntad y la fortuna” y se me acabo la emoción al verlo en $250 y dije es mucho y me di la media vuelta y salí del lugar.
Las editoriales y los escritores de renombre están creando algo imposible de consumir, eso del precio único no lo veo en Ghandi lo venden en $200 y en las librerías de la localidad $250 y con esta crisis hasta comprar un buen libro de un escritor es un pecado o un lujo que no todos nos podemos dar.
Por esta situación me he refugiado en los libros de la universidad.
El precio único en los libros solo lograra que las editoriales grandes sean las fuertes y las pequeñas nos pueden competir en ese mercado pero hay que seguir luchando por eso, porque lo que están haciendo es un mercadeo irracional con precios elevados (por eso luego la gente no compra), menos se puede cambiar la idea cultural de la lectura con esas barreras.

Totto dijo...

Hola, Sandro. Como siempre, buen texto.

Espero que estñes muy bien. Fíjate que lamentablemente presté mi libro de Manual de evasiones imposibles, de Martín Cristal, y creo que ya lo perdieron.

¿Todavía te quedan ejemplares?

Saludos desde "la irrealidad".

Ignacio dijo...

Hola Sandro
No sé si me recuerdes, soy Ignacio Sanchez Prado. Estoy tratando de conseguir un contacto para que la biblioteca de mi universidad compre los libros de Colibrí. Necesito un catálogo con precios actualizados, ISBNs. Ya no encuentro tu website. ¿Cómo lo consigo?