jueves, 9 de octubre de 2008

Sexo y sexualidad en el libro de Génesis

Este ensayo es la ponencia que leí en Monterrey, en el marco del XIII Encuentro Internacional de Escritores, dedicado a "Sexo y Sexualidad y en la Literatura". Es una versión resumida de un ensayo mucho más extenso que, algún día —espero— aparezca impreso.

LA BIBLIA ES uno de los primeros libros en reconocer, y convertir en discurso narrativo, el poder sensual y subversivo del deseo sexual. Génesis, el primero de los cinco libros de Moisés, está preñado —valga la metáfora— de sexualidad, y es natural que así sea: se trata de una compilación de relatos fundacionales de las sociedades de Occidente y Oriente Medio. Lo diré sin ambages: para llegar desde la nada hasta el todo, tiene que haber una explosión de actividad creativa, de ahí la palabra génesis: “origen o principio de algo”. En hebreo: B’reshit, “En el principio”.

Desde sus primeros capítulos somos testigos de encuentros sexuales de muy variada índole: la cópula, la concepción y el embarazo, la homosexualidad, el incesto, el ménage à trois, la violación, el enamoramiento, el onanismo, la prostitución, el acoso sexual, el amor a primera vista… También vemos cómo aparecen conceptos tan importantes como el significado y las implicaciones de la desnudez, el origen de la vergüenza; la delgadísima línea entre el deseo, la sexualidad y la violencia; la conexión entre embriaguez y sexualidad; la deshonra y los medios para vengarla, como el asesinato y el pillaje.

El libro de Génesis tiene una gran cantidad de hebras narrativas que tocan momentos críticos en las vidas de una serie de personajes que son la fundación misma de los tres grandes monoteísmos y las culturas que sobre ellos se erigieron: Adán y Eva, Caín y Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob (con sus 12 hijos y una hija), Lot, más sus familias inmediatas y extendidas —con sus mujeres muchas veces extraordinarias—, sólo por mencionar los más conocidos. A pesar de que mucha gente piensa que la Biblia es un libro impoluto, libre de los instintos más bajos, carnales y —para decirlo pronto— humanos, no hay nada más lejos de la verdad. La Biblia, por lo menos la hebrea (que los cristianos llaman el Antiguo Testamento), es una creación que duró mil años en compilarse de principio a fin, y que tiene especial cuidado en explorar y ahondar no sólo en el aspecto heroico o santo de los patriarcas y su descendencia, sino también en sus facetas más oscuras y contradictorias, en sus fallas pequeñas y grandes. No las pasa por alto ni las oculta. Al contrario: las expone magistralmente en una serie de narraciones breves, a veces entrelazadas, que no dejan de ser inspiración para escritores, pintores, compositores, cineastas, dramaturgos y escultores, simplemente porque sus historias son absolutamente reales, actuales, aunque los usos y costumbres han cambiado mucho, por lo menos en la superficie: aún se dan, en el siglo XXI, algunas de las prácticas absolutamente salvajes que ya en estas historias bíblicas son puestas en tela de juicio, como el asesinato para vengar la deshonra, los castigos desmedidos y el total y absoluto desdén por los sentimientos, salud y bienestar de la mujer.

El sexo y la sexualidad permean el libro de Génesis a tal grado que sería irreconocible si los restáramos de sus relatos. (No sólo ocurre en Génesis, por supuesto, pero por el límite de tiempo, no me explayaré más). El ser humano, en el primer capítulo, es creado hombre y mujer simultáneamente. No es hasta el segundo capítulo donde vemos cómo otro narrador le enmienda la plana al primero, haciendo que Eva sea creada a partir de una costilla de Adán, con lo cual avienta la primera bomba de la guerra entre los sexos. Pero también nos deja con una imagen impactante: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”.

La vergüenza es un leitmotif de la Biblia, y especialmente en Génesis. Adán y Eva, antes de su desobediencia y expulsión, no la conocían. Pero posteriormente será indicio de que algo está mal, y su causante primordial es la desnudez. Parece que estar desnudo y sentir vergüenza van de la mano, a menos que la desnudez sea absolutamente privada. Y así ha sido hasta nuestros días.

Leemos el primer caso de desnudez y vergüenza en la historia de Noé, después del diluvio, cuando se emborracha con vino, producto de la vid que él mismo había sembrado. Se queda tirado en su tienda, tal como Dios lo trajo al mundo. No habría pasado nada si su hijo Cam no hubiera entrado. Pero entró y vio a su padre. En lugar de cubrirlo, salió y —según la tradición— se burló de él frente a sus hermanos, Sem y Jafet. Éstos, que no veían qué tenía de chistoso la situación, tomaron su ropa y, acercándose a su padre de espaldas para no verlo, cubrieron su cuerpo desnudo.

Quienes no sentían vergüenza de su desnudez eran los habitantes de Sodoma y Gomorra. Pero eso sólo es indicio de algo mucho más perverso: su total falta de hospitalidad, su desprecio por el extranjero y la violencia con que se manejaban en todos sus asuntos. Cuando dos ángeles, en forma de hombres, visitan la ciudad de Sodoma en busca de Lot para salvarlo a él y a su familia del fuego con que Dios va a arrasar la región, el sobrino de Abraham les abre la puerta de su casa y les prepara un gran banquete, pero llegan los lugareños y exigen que Lot se los entregue para que puedan violarlos. El anfitrión, escandalosamente para la mayoría de los lectores, les ofrece a sus hijas vírgenes con tal de que dejen a sus invitados en paz. Tal era la importancia de la hospitalidad dentro de la familia de Abraham.

Los sodomitas no quieren saber nada de mujeres y se lanzan sobre Lot, pero los ángeles lo jalan dentro de la casa y hieren a los atacantes con una ceguera que los deja imposibilitados para hallar la puerta. Sólo se escapan Lot con su mujer y dos hijas. La mujer, durante la huida, desobedece, se da vuelta para ver la destrucción de las ciudades, y se convierte instantáneamente en una estatua de sal. Las hijas, que llegarían a habitar una cueva con su padre, piensan que son las únicas mujeres sobrevivientes sobre la tierra, y deciden emborrachar a su padre, a Lot, tener relaciones sexuales con él y así empezar la tarea de repoblación. ¡Y lo logran! Se supone que Lot ni cuenta se da, pero resulta difícil de creer. Más bien da la impresión de que todos los involucrados fingen no darse por enterados. Me imagino que para Lot todo habrá transcurrido en una especie de sueño o duermevela, y en sueños, todo se vale, hasta el incesto, el cual a su vez es otro leitmotif de la Biblia.

Si los sodomitas no lograron violar a los ángeles, la violación es —tristemente— otro leitmotif de este libro fundacional. Dina, la única hija de Jacob, el patriarca, es violada por Siquem, natural de la tierra adonde los hebreos han llegado con Jacob. Después de la violación, curiosamente, Siquem se enamora de Dina, pero no sabemos qué opina Dina al respecto. Total… Siquem va con los hermanos de Dina y les pide su mano. Éstos ocultan su ira y los convence de que no hay problema: sólo deben circuncidarse absolutamente todos los hombres del país. Y lo hacen, pero al tercer día, cuando el dolor está en su mayor intensidad, dos de los hermanos —Simeón y Leví— llegan hasta los recién circuncidados y, tomándolos desprevenidos, los pasan a todos por espada. No queda uno vivo. Y se llevan de botín todo, incluyendo niños y mujeres. Jacob entra en shock con lo que sus hijos han hecho; sabe muy bien que se trata de una salvajada imperdonable.

El onanismo y la prostitución tenían que figurar también en algún lugar prominente de Génesis. La palabra onanismo proviene del nombre propio Onán, hijo de Judá, hijo de Jacob. El primogénito de Judá, Er, era malo en los ojos de Dios, y murió. Por la Ley del Levirato —una especie de seguro de vida para viudas y huérfanos— Onán debía casarse con Tamar, viuda de Er, y darle descendencia en nombre del hermano fallecido. Lo hace, pero en lugar de eyacular dentro de la vagina de Tamar, vierte su semen en la tierra. Esto enciende la ira de Dios, pero no tanto por el desperdicio de semen sino por el egoísmo tan miserable de Onán, que no quería dar descendencia a su hermano. El placer de la masturbación no viene al caso, como los catequistas actuales quisieran hacernos creer.

Y es Judá mismo —en un hermoso cuento intercalado entre las historias de José, el penúltimo hijo de Jacob— el que se enreda con quien él cree es una prostituta. Como Judá, después de la muerte de sus primeros dos hijos no quiso dar a Tamar al tercero por miedo de que éste también muriera, la manda lejos a pasar su viudez. Pero Tamar, conociendo a su suegro, y sabiéndose merecedora de descendencia, se disfraza de ramera y se coloca donde sabe que Judá va a pasar. El suegro, al verla, le pregunta Cuánto, llegan al precio, pero como el hombre no lleva un cabrito encima, ella acepta en prenda su sello, cordón y báculo. Luego concluyen la operación. Judá se retira, Tamar vuelve a vestirse de viuda y nunca vuelve. Judá no la encuentra para entregarle el cabrito, pero le dicen tres meses después que Tamar está encinta, y éste monta en cólera y declara que debe ser quemada, y cuando se la presentan, dice ella que el dueño del sello, el cordón y el báculo que en ese momento presenta, es el padre de su hijo. Judá reconoce su propia maldad al no dar a Tamar, como marido, a su tercer vástago. Y Tamar no tiene uno sino dos hijos: Manasés y Efraín. Ahora, por desgracia, ni tiempo da de contar una de mis historias favoritas: el acoso sexual de que la mujer de Potifar hace objeto José… Pero es una historia sumamente inquietante, y si quieren, después les cuento.

Al leer con cuidado los episodios de Lot, de Onán, de Judá y Tamar, de la mujer de Potifar y José, nos damos cuenta de la enorme potencia de la sexualidad y cómo la Biblia no la soslaya ni le tiene miedo. No emplea eufemismos, y por otro lado tampoco se regodea en detalles. Los narradores bíblicos —más lacónicos que prolijos— saben que la gente, al escuchar estos relatos a veces minimalistas, los irá recreando a su propia imagen y semejanza, y que con su lectura —es decir re-creación personal y única— terminarán dando vida a los personajes.

Entre estos hombres y mujeres no hay ni uno perfecto. Algunos exudan sexualidad, mientras que a otros apenas les interesa, o llegan a dominar sus instintos de tal manera, que no hay historias que contar sobre ellos. Pienso en Isaac, por ejemplo, hijo de Abraham. Su gran momento fue el día en que su padre no lo sacrificó, como Dios le había pedido. Jacob es mucho más personaje porque se nos antoja mucho más humano, con múltiples facetas que podemos seguir explorando, sobre todo frente a sus hijos, e hija…

Alrededor de estas figuras hay más de dos mil años de tradición hermenéutica. Aquí he esbozado sólo algunas de las ideas con las que he debatido conmigo mismo durante la mayor parte de mi vida consciente. He leído repetidamente y con entusiasmo el libro de Génesis, y sé que aquí aún queda mucho por explorar dentro de este y muchos otros temas. Pero también queda por revisar los demás libros sagrados, sobre todo Éxodo, Samuel 1 y 2, Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, Job, Esther y Rut, que siempre han sido mis favoritos. Cada vez que los releo —y aquellos que todavía no incorporo a mi canon de preferidos—, encuentro nuevas perspectivas que son capaces de cambiar mi propio punto de vista. Y esto es lo que más me fascina de la Biblia, y de toda gran literatura.

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho tu blog. Estudié en colegio de monjas cuando estaba probhibida la lectura de la Biblia, decían que existían versiones "apócrifas muy peligrosas " Solo estudiábamos una versión infantil muy bonita. De adulto he leído la versión católica, que va acompañada con aclaraciones para que lo que lees no lo" malinterpretes", pues como ya cambiaron usos y costumbres...

Me gustaría leer alguna versión que me recomiendes, porfa dame la ficha bibliográfica. Sería interesante leer tu ponencia completa. A Muchas personas estos datos les servirán para ejercer su sexualidad sin culpas. Gracias