NO SÉ CUÁNTAS personas recuerden las primeras palabras que pudieron leer, la sensación que las invadió cuando lograron descifrar con ojos propios su primer poema, su primer cuento, su primera novela… Para casi todos esto ocurre en la infancia y primera juventud, pero la sensación de maravilla —de conquista— también ha de ser deliciosa para el adulto que por vez primera entra en el mundo de la lectura, donde todo es posible.
Recuerdo que estaría yo frisando los cinco años cuando me cayó el veinte: que juntando letras, se formaban palabras; que juntando palabras, se transmitían mensajes. No sé cómo habrá sido en realidad, pero según lo que tengo almacenado en la memoria, mi transición de no lector a lector asiduo no pudo haber tardado más que un par de semanas. Quería leerlo todo y me daba de topes contra muchas paredes porque la mayoría de los textos que me encontraba, no los entendía.
Aún recuerdo una escena en la cocina de mi casa en Elizabeth, New Jersey. Tendría cinco años. Intentaba descifrar un artículo de periódico, sin suerte. Nomás no comprendía. Vi una oración que hablaba de la palabra “-ing”. Así, con guion antes de las tres letras. Le pregunté a mi mamá —quien era maestra de escuela— qué significaba la palabra ing. Se rio de buena gana y me pidió que se la enseñara. Después me explicó que se trataba de una terminación que indicaba el tiempo progresivo, como en walking, running, singing. ¡Oh, maravilla! Descubrí que las palabras podían tener terminaciones que condicionaban y revelaban su uso y significado. Eso de leer se volvía cada vez más interesante…
Ahora sé que el único obstáculo entre la ignorancia y la comprensión es el desconocimiento del significado de las palabras. Cuanto más términos entendamos y podamos emplear justamente, más podremos comprender la fenomenología del universo y expresar nuestro sentir y pensar. Los libros son la llave porque esperan pacientemente nuestra llegada, van a nuestro paso cuando los encontramos, se nos abren cuantas veces sea necesario y nos recomiendan a miles más para ir completando el panorama, que es —para decirlo pronto— infinito.
Habré caído muy gordo a mis compañeros de clase en la primaria porque en cuestión de días leía de cabo a rabo los libros de lectura que nos entregaban. Y luego me aburría. Por eso pedía permiso de ir a la biblioteca, y de ahí sacaba todo: biografías de beisbolistas, novelas de aventuras, antologías de poesía (me encantaba la rima)… La primera novela que leí completa, la encontré en mi casa, al azar: To Kill a Mockingbird (“Matar un ruiseñor”), de Harper Lee. Tenía nueve años y fue la revelación más grande de mi vida. De ahí fui imparable, pero no selectivo. Ahora digo por fortuna, pues me enteraba de las cosas más raras y maravillosas, y nada académicas.
Creo que abandoné la niñez cuando leí Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, a los 12 años. Me cautivó a tal grado que tuve que leerlo dos veces seguidas. Cuando terminé de leer el último párrafo, simplemente volví al principio para empezar de nuevo, pero ahora para saber cómo le hizo el autor. Esto no volvió a ocurrir hasta que leí El rojo y el negro de Stendhal.
Pero, en realidad, lo más importante que descubrí fue que la niñez nunca se acaba si uno tiene la mente y los ojos abiertos. Yo sigo sintiendo la misma emoción cuando abro un libro, como siempre que inicio una nueva aventura.
2 comentarios:
Hola Sr. Cohen
Tiene usted razón, el abrir un libro es emocionante por la inquietud de descubrir la nueva historia que estamos a punto de conocer y las nuevas palabras que agregaremos a nuestro vocabulario, es importante aprender cada día algo nuevo.
Saludos.
Mina.
Hola Sandro:
Al saber de la emoción que significó para tí aprender a leer, recordé que cuando terminé preescolar me hicieron una prueba, la llamaban de "Filo", (seguramente no se escribe así), y a través de ella, las educadoras podían pronósticar en que tiempo aprendería uno a leer al asistir a la primaria, yo recuerdo que mi Maestra dijo que en tres meses, pero... afortunadamente se equivocó, yo aprendí en un mes. Y después de eso leí todo lo que se aparecía ante mis ojos, desde los letreros hasta el papel periódico en que envolvían los mandados en la tienda. Por aquel tiempo mi mamá y mi papá pusieron una librería, y por las tardes me llevaban alli, y leía todo lo que podía, fue por ese tiempo, que escuché las largas discusiones que mi mamá y mi papá tenían, porque él opinaba que cuando yo cumpliera 18 años podría leer ciertos libros, y mi mamá opinaba que no debía hacerlo nunca, porque "estaban prohibidos por la moral cristiana", como supondrás esos libros los leí cuando tenía doce años y asistía a la secundaria, en época de examenes, que era cuando yo tenía tiempo, mientras mis compañeros trataban de "beberse los libros texto" yo me iba a la biblioteca y pedia precisamente los libros que tenía prohibidos,bueno, los que recordaba en mi memoria, porque nunca tuve el cuidado de anotar los títulos, entre ellos: "El elogio a la estulticia", "Eugenia de Grandet", "Los Miserables", "Por que no soy Cristiano", y después de leerlos no entendí porque me estaban prohibidos. Allí en esa época fue cuando se fortaleció en mí el hábito de la lectura y aprendí a disfrutar a plenitud la posibilidad de leer. Gracias por permitirme recordar esos lejanos tiempos.
Vicky*
Publicar un comentario