HAY SUCESOS que alteran nuestra vida para siempre. También los hay que transforman el mundo. En ocasiones coinciden: los sucesos de la mañana del 11 de septiembre de 2001 no solo me cimbraron a mí, personalmente, sino a la humanidad toda.
Yo estaba en Manhattan con mi esposa, Josefina, y otro matrimonio: un pintor y una fotógrafa, Rafael Hernández H. y Concepción Morales, respectivamente.[1] El día anterior habíamos concluido varias semanas de trabajo, entrevistando a mexicanos que, en su mayoría, se habían trasplantado hasta la ciudad de Nueva York y sus áreas conurbadas desde el occidente y sur del estado de Puebla, pero también desde poblados de Morelos y Guerrero. Nuestra idea era publicar en Editorial Colibrí, con la participación de la Secretaría de Cultura del Gobierno del estado de Puebla como coeditora, un largo reportaje sobre este fenómeno migratorio que en aquel entonces aún era semiclandestino. Se titularía De cómo los mexicanos conquistaron Nueva York y aparecería en 2002.[2]